lunes, 9 de junio de 2014

Patriotismo (Utopía)

A menudo nos atacan preguntas y nos invaden curiosidades relevantes. Los ignorantes y los conformistas viven con el alivio soplando sobre su frente porque a ellos no les interesa saber ni les inquieta conocer verdades elementales. Existen preguntas que, por el mero hecho de la socialización humana, terminan por perseguirnos durante toda la vida y aparecer en una noche de insomnio en la que cada uno repasamos el pasado para poner en orden el posible futuro ¿Quiénes somos? ¿A dónde vamos? ¿Existe el más allá? ¿Hay reencarnación? Pero más allá de tararear melodías rockeras a ritmo de la guitarra de Siniestro Total existen cuestiones menos existencialistas pero más cotidianas ¿Qué significa la política para nuestros políticos? ¿Qué significa la sociedad para las altas esferas? ¿Qué es el patriotismo? Entre otras, las dos primeras son cuestiones de fácil respuesta comprobando la puñetera injusticia en la que se convierte en el día a día del ciudadano de a pie. La tercera, más por acotada socialmente que por polémica sibilinamente, precisa un momento de reflexión y algún párrafo de consideración.

Veo a esa gente con la pulsera bien anudada y la bandera ondeante con los colores de la bandera de España y me pregunto qué sienten ellos para considerarse más españoles que nadie, qué gusanillo les ha picado para sentir la patria en el corazón y no reflexionar sobre las veleidades de un sistema que tiende a la corrupción y se pudre fácilmente. Qué palpita en su corazón para sentir ese amor por una España que decepciona más que satisface y que históricamente ha sido una patria de soñadores gobernada por ineptos.

Acaso puedo llegar a sentir envidia de todos ellos; más por la necesidad humana de creer que por la de comprender, porque en este punto estoy aún muy lejos de entender qué les mueve y qué fe ciega rige sus designios. Yo no entiendo la patria como algo propio y personal, no entiendo el sentimiento de españolía como algo aferrado a mi socialización más allá del origen. No es que yo no decidiese nacer aquí, es que aquí me han defraudado tantas veces que aún no sé si reir, llorar o pararme en una esquina a preguntarle al mundo que significa estar orgulloso de ser español.

Porque un país va más allá de un equipo de fútbol, es más que un Roland Garros o un Tour de Francia. Por supuesto que me siento capaz de animar a un equipo de mi tierra, a un deportista o incluso a un opinador siempre que considere sus reflexiones como coherentes, pero no puedo sentir orgullo por una tierra viciada de costumbres rancias que tienden a la envidia y a la ponzoña.

Vivo en un país donde se juzga e inhabilita a los jueces que persiguen la corrupción, en un país donde se rescatan bancos y se deshaucia a obreros, un país donde te juzgan por no saludar una bandera y que al mismo tiempo te lapidan verbalmente si saludas a una bandera distinta, un país donde se llama parásitos a los parados y diputados a los parásitos, un país donde doscientos senadores chupan del bote y se atreven a dar lecciones, un país donde la envidia es deporte nacional y la soberbia es paradigma de la opinión, donde un científico tiene que emigrar para lograr una condecoración y sin embargo se condecora a obispos y políticos de menor rango, un país donde la emigración forzosa le llaman movilidad exterior y donde el auxilio de los inmigrantes se responde con pelotas de goma. Un país donde la caja B no es juzgada, donde nadie dimite por decir sandeces en diferido y donde el dinero de los parados se utiliza para pagar mariscadas y cocaína a falsos profetas de la humildad. Un país donde el vecino cobra en dinero negro y nosotros lo aplaudimos, donde el pez gordo cobra en dinero negro y nosotros asistimos indómitos a su rescate, donde el político cobra en dinero negro y nosotros le seguimos votando.

Un país donde un deportista, verdaderos héroes de la época moderna, es juzgado socialmente según la bandera que enarbole en las victorias o en el idioma que utilice para expresar las derrotas. Donde se censura la pitada al himno nacional pero se alaban los abucheos a un presidente del gobierno. Un país donde la oposición pone trabas a una subida de impuestos y cuando llega al poder lo primera que hace es subir los impuestos de manera sibilina. Siempre a las clases bajas, siempre coartando las expectativas de quien sabe que no puede porque le han hecho creer que no puede. Un país donde las becas son un regalo extraordinario, donde no te puedes manifestar por una causa pero se pueden cerrar calles para que salga a pasear un santo, donde hacemos ricos a tertulianos que defienden lo imposible o que son capaces de defender dos posturas opuestas en un sólo minuto, donde los políticos de élite no saben idiomas, donde los políticos mediáticos se conceden la libertad de aparcar en el carril bus y después sacar pecho en los platós porque han vilipendiado su condición de intocables.

Un país donde la iglesia impone dictados de ejecución, donde los manifestantes son radicales y los apolíticos concienciados son perroflautas, donde sigue latiendo una división de siglo XX que sigue abriendo heridas en pleno siglo XXI. Un país donde los ricos pueden evadir impuestos, donde los pobres no pueden acudir a la compra y donde Cáritas es acusada de revolucionaria por filtrar datos de realidad. Donde la reforma laboral da vía libre a los empresarios avariciosos y donde los sindicatos se cruzan de brazos ante la flagelación de la clase obrera. Donde los ricos cada vez son más ricos y los pobres cada vez más pobres, donde los valores son puestos en la balanza de la ideología y donde el estás conmigo o contra mí es el pan de cada día.

Se habla de país de pandereta. Se habla de valores y costumbre que, por ancestrales, hemos terminado asociando a una visión esperpéntica de la realidad. Si eres anittaurino eres antiespañol, si eres del Barcelona eres antiespañol, si no animas a Alonso o a Nadal eres antiespañol, si te manifiestas eres antiespañol, si no acudes a la llamada de socorro de quien no te necesita eres antiespañol.

¿Yo soy antiespañol? No lo creo así. Al fin y al cabo esta tierra me ha visto crecer y me inclino más al paisanajismo que al sentimiento patriótico en sí. No odio a España, pero no puedo sentirme español orgulloso en un lugar donde impera la injusticia, la avaricia, la represión y la acusación vil ante cualquier opinión. Me acusarán de progre como si aquello fuese el insulto de los amantes del olvido, de aquellos que creen haber reinventado una patria que ellos mismos han robado del corazón de quienes soñaron un mundo mejor. Me acusarán de idealista, de intolerante, de hipócrita, de maniqueo. Puede que lo sea todo, puede que lo mío sea desencanto y frustración, puedo equivocarme en el hecho, pero no puedo hacer cambiar mis percepciones.

Quizá llegue un día en el que la sanidad sea pública y universal y no una excusa para esconder éxitos, valorar fracasos y negociar impunemente. Quizá llegue un día en el que la educación se rija en base a los méritos y no en base al peso de un bolsillo y todos tengan acceso a una enseñanza de calidad independientemente del barrio en el que vivan. Quizá llegue un día en el que las cárceles españolas se vean pobladas de tipos que llegaron a la función pública para enriquecerse vilmente en lugar de para servir a los ciudadanos. Quizá llege un día en el que la meritocracia se imponga a la dedocracia a la hora de asignar cargos decisivos para el funcionamiento del país. Quizá llegue un día en el que los banqueros dejen de jugar a ser Dios y puedan ser juzgados por sus actos en igualdad de condiciones a las de un ciudadano de a pie. Quizá llege un día en el que las compañías energéticas dejen de vulnerar la ley de la competencia y ofrezcan al ciudadano una tarifa por la que puedan sobrevivir sin miedo al frío y la oscuridad. Quizá llegue un día en el que la Constitución se utilice como un arma arrojadiza contra el gobierno y no como excusa barata ante los idealistas. Quizá llegue un día en el que las noticias de importancia no se tapen con el resultado de un partido de fútbol. Quizá llegue un día en el color del pensamiento no sea un insulto sino, como mucho, un motivo para un cívico debate. Quizá llegue un día en el que una empresa forme a un trabajador para emprender un proyecto de futuro en lugar de explotarle para terminar con sus huesos en la calle. Quizá llegue un día en el que la etiqueta de héroe se le ponga a un padre o madre en lucha por dar de comer a sus hijos y no a un torero. Quizá llegue el día en el que los sindicatos se vistan por los pies y emprendan una lucha por defender los derechos de los trabajadores. Quizá llegue el día en el que a la hora de otorgar galones deje de preponderar la premisa de tanto tienes tanto vales. Quizá llegue el día en el que los deportistas, después del baño de masas que sucede a una victoria, tributen en su país las primas ganadas por la consecución de la misma. Quizá llegue el día en el que un deportista que haya defraudado a la Hacienda Pública no se recibido con vítores a la salida de un juzgado. Quizá llegue un día en el que expresidentes, exministros y exsecretarios generales, rechacen el erario público por jubilación el día que firmen sus multimillonarios contratos por empresas energéticas a las que ayudaron a crecer a golpe de decreto ley. Quizá llegue el día en el que el gobierno dicte órdenes de persecución contra delincuentes y no contra tuiteros y quizá llegue un día en el que dieciocho mil tuiteros no derramen su odio antisemita sólo porque han visto a su equipo perder una final. Quizá llegue el día en el que el Prime Time sea sinónimo de buenas películas y buenos programas y la ciudadanía no demande sangre, morbo y linchamiento. Quizá llegue el día en el que una diputada no desee jodienda popular contra quienes no piensen como ella y, en caso de desearlo, sea automáticamente censurada por su partido y apartada de la función pública. O quizá llegue el día en el que un candidato no desprecie a su rival por cuestión de género y, en caso de hacerlo, sea automáticamente censurado por su partido y apartado de la carrera electoral. O quizá algún día los dos grandes partidos dejen de tirarse los trastos a la cabeza y busquen soluciones en lugar de echarse en cara la generación de problemas. O quizá llegue el día en el que la gente deje de ser un rebaño de borregos prestos a dar su voto a un color sin dar cabida a la opinión de nuevas alternativas y el bipartidismo que tanto daño hace a nuestra democracia se convierta en un collage de alternativas que genere diálogo y soluciones. Quizá llegue el día en el que el gobierno no invente cifras e invite al optimismo mientras los niños desnutridos se van sumando por miles a lo largo del país. Quizá llegue un día en el que los periódicos vendan información verdadera y no opinión interesada. Quizá llegue el día en el que la mentira no tenga lugar en los medios y la demagogia, el insulto y la patraña terminen con los malos periodistas en el cajón del olvido. Quizá llegue el día en el que una mujer alcance un puesto de nivel gracias a sus aptitudes y no por el mero hecho del bienquedismo, que su imagen no sea utilizada y sus capacidades sean realmente valoradas. Quizá llegue el día en el que a miles de personas les dejen enterrar a sus familiares en un lugar cercano y digno, quizá ese día llegue antes de que la infamia pase al olvido y no se convierta en historia mal contada. Quizá algún día la justicia deje de ser tuerta para ser realmente ciega. Quizá algún día el fútbol deje de ser utilizado como anestesia contra los recortes. Quizá algún día los partidos políticos sean transparentes de verdad. Quizá algún día las políticas del gobierno se centren en lo que demandan los ciudadanos y no lo que les impongan cuatro tipos con traje con sueldos millonarios. Quizá algún día los ministros que reciban regalos por su gestión tengan la dignidad de dimitir y la excusa del "no me consta" pase a la reserva de las desvergüenzas de este país. Quizá algún día los expresidentes dejen de jugar a ser Dios y en lugar de lecciones de miedo y prepotencia, empujen con un consejo para ayudar al país a seguir adelante; y que el consejo no sea de administración de una empresa de electricidad. Quizá algún día el título de princesa del pueblo se le otorgue en este país a una mujer que realmente lo merezca como pueden ser cualquiera de nuestras madres, obligadas por una moral lacerante a verse convertidas en abnegadas amas de casa y supermujeres de la vida, y no se lo otorguen a la primera trasnochada que se hace famosa por meterse en la cama con el torero de turno. Quizá algún día la seguridad sea un derecho adquirido por el total de los ciudadanos y no por el pequeño círculo que pueda costearla. Quizá algún día nos pregunten a los ciudadanos si queremos vivir en un estado monárquico y republicano y si se optase por la segunda opción dejase de relacionarse de forma directa proporcional la república con la izquierda, porque quizá algún día España deje de ser de dos bandos y la guerra civil del treinta y seis sea un error del que aprender para no que no sea repetido y no un recurso barato para tirarse mierda a la cara. Quizá algún día el color de la bandera dé igual y deje de ser una horterada el vestir con el rojo y el amarillo simplemente por el mero hecho de presumir de lo que se siente solamente por despecho. Quizá algún día la gente sin recursos no se vea obligada a vivir en la calle a costa de una ley que favorece al más fuerte y deshaucia al más débil. Quizá algún día salga a la palestra una verdadera generación de jóvenes preparados que cambién el destino del país y no tengan que buscar su destino en un país lejano. Quizá algún día cualquier portada ácida de cualquier revista satírica sea vista como un ejemplo de sana meleficencia y no como un motivo para aplicar el viejo método de la censura. Quizá algún día los medios de comunicación informen. Quizá algún día de igual ser gay, ateo o abortista porque quizá algún día la iglesia deje de ser parte ponderante a la hora de firmar leyes, edictos y sentencias de mal gusto. Quizá algún día la casa real sea un ejemplo, o no sea nada, o sea lo que sea no sea la imagen de un rey con un elefante muerto o la imagen de un yerno con los bolsillos llenos de nuestro dinero.

A lo mejor ese día podría salir a la calle, podría enarbolar una bandera roja y gualda y podría gritar a los cuatro vientos que sí, que estoy orgulloso de ser español.

A lo mejor ese día.

Utopía.