lunes, 26 de octubre de 2015

El futuro

Llegó el día del futuro. Durante años estuvimos mirando el calendario y haciendo ensoñaciones sobre el impacto que el cine podría haber tenido sobre la vida cotidiana. A los que crecimos en los ochenta nos fascinaron las historias de aventuras ciencia ficción que, generalmente, nos mostraban a un joven apuesto e intrépido con ganas de reescribir la historia.

No sé que es lo que llegamos a imaginar el día que vimos por vez primera una recreación del año 2015 en la gran pantalla. De lo que sí nos  hemos preocupado en demasía es de comprobar cuantas de las profecías sobre el futuro no se han cumplido sin tener en cuenta de que aquella película no hablaban de Smartphones, de drones y, ni mucho menos, de Internet. O al menos tal y como lo conocemos ahora.

Creemos que el futuro nos ha pillado dormidos cuando, realmente, estamos más despiertos que nunca. Somos capaces de comunicarnos entre nosotros desde cualquier punto del planeta y sin utilizar ningún sofisticado método de telecomunicación. Tenemos acceso a información de manera inmediata. Somos capaces de vivir en tiempo real los acontecimientos mundanos y hemos aprendido a no esperar para conseguir algo que realmente deseamos.

El gran problema, si exceptuamos a los políticos, especialmente a los nuestros que viven intensamente anclados en el pasado, es la gran brecha abierta entre el primer y el tercer mundo. Mientras nosotros tenemos acceso al mundo a golpe de click, mucha gente no solamente no conoce el click, sino que no tiene comida, ni agua, ni medicina. Mientras unos han adelantado al futuro, otros siguen viviendo en un sempiterno y hastiante pasado. Y eso, desgraciadamente, no nos lo ha querido contar ninguna película.

jueves, 8 de octubre de 2015

Un estúpido y absurdo ejercicio de superación

Que estamos gobernados por un incapaz es algo de lo que empecé a estar seguro a los pocos días de su entrada al gobierno. Ya no es sólo su incapacidad para explicar el porqué ha incumplido el programa, su poco tacto con la sociedad y su mucha manida relación con los poderes fácticos. Es, sobre todo, su capacidad, diría que innata, para rozar el ridículo en cada intervención pública.

Visto lo visto, puedo llegar a entender que prefiera esconderse tras un televisor de plasma antes que dar la cara en directo ante su país. Prefiere el ridículo al escarnio. Lo malo es que un presidente del gobierno no está legitimado para esconderse. Es más, su cargo no le legitimiza a decir sandeces. Sin embargo, en cada intervención pública, en cada entrevista, en cada comparecencia, parece querer superarse a sí mismo. Un estúpido y absurdo ejercicio de superación.

La última boutade de este gobierno cobarde y sibilino ha sido la de programar las elecciones para el día veinte de diciembre. Es justo reconocer, en este caso, que la jugada es inteligente aunque canalla. Ellos saben que a menor participación, más probabilidades tienen de repetir el éxito. Y qué mejor fecha que la víspera de Navidad para asegurarse que algún millón de españoles opten por no pasar por las urnas ante la obligación o necesidad de viajar para pasar el día junto a su familia.

Comprobado y refutado que, a menor participación, existen más probabilidades de que el partido popular consiga una amplia mayoría que le permita seguir gobernando, no han encontrado mejor solución que una fecha simbólica como la víspera de la nochebuena. Luego nos venderán la burra y nos empapelarán con demagogia. Ellos son los cobardes.