miércoles, 25 de noviembre de 2015

El odio

Los humanos, como seres racionales y emocionalmente alterables, son suceptibles a cualquier cambio moral. Por ello, hay algunos capaces de derrochar amor, otros de desprender alegría y los hay incluso que contagian de felicidad a quienes les rodean. Pero de igual forma que pueden relativizar los sentimientos positivos, también pueden canalizar los negativos, y es por ello que hay muchos otras personas capaces de concentrar grandes cantidades de envidia, rencor y odio.

El odio se aglutina en el pensamiento como un sentimiento de furia contra otra persona, generalmente porque nos perjudica o creemos que, a la larga, su presencia nos va a resultar dañina. Ni siquiera tiene que estar ligado obligatoriamente a la envidia, pues la envidia aparece como un sentimiento de deseo imposible que, al final, termina destruyéndonos a nosotros mismos.

El problema no es odiar, que también, el problema es no saber cómo canalizar el odio. Cuando hablamos de personas que se han criado en un ambiente de odio, podemos llegar a comprender, que no justificar, que, en edad adulta se conviertan en un potencial peligro contra la sociedad ante la que luchan. Otra cosa es que ciudadanos criados en el seno de una nación, se vuelvan contra esta porque algunos tipos les convenzan de que deben matar a sus vecinos en el nombre de alguien que no existe. Eso da más miedo. Odiadores enseñando a odiar y jugando con el odio. Demasiado maquiavélico para ser verdad. Demasiado triste comprobar que lo es.

viernes, 13 de noviembre de 2015

Mentalidades

Suelo respetar las decisiones e inclinaciones de la gente, siempre que estas no lleven implícitas una falta de respeto hacia mi persona. Me da igual si alguien es del Real Madrid, vota al Partido Popular y le gusta vestir con zapatos sin calcetines. Puede que no entienda a alguien que, siendo obrero, vote a la derecha, pero jamás me acercaré a él a censurarle su decisión porque la democracia, al fin y al cabo, consiste en esto. Libertad de elección y libertad de clero. Otra cosa es que me toquen las pelotas. Entonces yo, como todo el mundo, también puedo ser capaz de rebelarme.

Me gusta mucho mi trabajo. Me encanta implicarme con la empresa y sacar adelante todo el flujo de proyectos que van llegando a la oficina. Creo, además, que lo hago bien y que me he acostumbrado a un ritmo que cumple con las exigencias del guión. Lo que no me gusta es quedarme más horas de lo normal por el simple hecho de que me vean. Yo no trabajo para dar imagen sino para ser eficiente. Hay muchos otros, con una mentalidad más obtusa, que prefieren quedar bien delante de sus superiores perdiendo horas de estar en casa para ganar presencia en la oficina. Yo no sé verlo así.

Mi trabajo es muy importante y lo tengo muy arriba en mi escala de prioridades. No voy a ser insensato y dejar a un lado mi única fuente de ingresos, gracias a mi trabajo, mis hijos pueden comer y vivir en un aceptable estado de comodidad. Otra cosa es que quieran que ponga mi empleo en el lugar más alto de mis prioridades. Para mí, mi principal prioridad es mi familia, y quien no lo vea así, creo que tiene un serio problema. Es cuestión de mentalidad, y la mía no es insensata, pero tampoco es suicida.

lunes, 2 de noviembre de 2015

El debate

Es extremadamente agradable comprobar como se puede hacer periodismo serio y, al mismo, tiempo cercano y sencillo de entender. Nada de engorrosos debates ni demagógicas demostraciones de patriotismo o proselitismo. Periodismo de calle, de investigación, de razonamiento. Periodismo de verdad como el que vemos cada noche de domingo en el programa "Salvados".

Uno de sus últimos éxitos se dio en el debate cara a cara entre Pablo Iglesias y Albert Rivera sentados, ambos, ante la barra de un bar. Aunque ambos cometieron sus pecados (inseguridad uno, ambigüedad el otro), está claro que les analizaron más por sus aciertos. Y el mayor de ellos fue el de presentarse como dos personas normales. En una época en la que estamos acostumbrados a políticos que viven dos metros por encima de la realidad, se agradece la presentación de dos caras nuevas que están dispuestos a mirarnos a la cara y contarnos lo que creen que necesitamos. No lo que les dicen que creen que necesitamos.

En un país sensato, el electorado se daría cuenta de la impostura y de la novedad. Ninguno de los dos programas, ni el de Podemos, ni el de Ciudadanos, me agrada en su mayoría, pero menos aún me agrada el tener que otorgarle el poder a los mismo burócratas podridos de siempre. Gente que se ha apropiado del sistema para desfalcarlo y, después, desprestigiarlo, dejándonos a todos desprotegidos. El problema es que este no es un país serio, o al menos las indicaciones no apuntan a que así sea. Que una encuesta sí y otra también den a PP y PSOE como partidos más votados es como si nos hubiésemos prestado, voluntariamente, a un estúpido ejercicio de sodomización.

Nos encontramos con un problema radicalizado de conciencia social. El problema no es lo que los ciudadanos votan, que también, el problema, y muy grave, es que hay muchísimos ciudadanos que no votan y eso debería cambiar, más que nada porque durante mucho tiempo hubo gente que luchó poniendo en juego hasta su vida para que alcanzásemos un estátus en el que todos pudiésemos participar ¿Por qué no lo hacemos? La desidia deriva de los vendedores del producto. No es que lo vendan mal, es que no lo quieren vender. Sabemos que un pequeño porcentaje de la población acude a votar en los comicios y de ese porcentaje, la gran mayoría son como borregos que solamente eligen a papá o a mamá. En el resto, queda plasmada la imagen de una política lejana y, por ende, ellos también se alejan. Para justificar su poco compromiso suelen justificar su inactividad con una frase que, por manida, se ha convertido en recurrente y, al mismo tiempo injusta; "Es que todos son iguales".

Pues no señores, igual no son todos iguales, y el otro día un estupendo programa de televisión nos mostró a dos tipos que, quizá, y creo que deberíamos arriesgarnos, merecen un voto de confianza. Si continuamos con la desidia, continuaremos con la misma gente saqueando nuestro país y cuando no quede nada y todo lo tengas ellos quizá nos preguntaremos qué no hicimos para evitarlo.