jueves, 10 de diciembre de 2015

Escuchar

Nos gusta hablar, vanagloriar nuestros éxitos, engrandencer nuestros fracasos y no darle demasiada importancia a nuestras deudas morales. Porque somos tipos egoístas, racionales pero irresponsables, cautos pero imprudentes, alarmados pero sin escarmentar. Nos gusta levantar la voz, dejar impronta de nuestros hechos, borrar las huellas ajenas y arrasar el mundo con la palabra sin pararse un segundo a mirar a los ojos de nuestro interlocutor. Porque cada vez nos gusta menos escuchar.

Escuhando se aprende. Se aprende a saber, se aprende a no errar, se aprende a ser precavido, se aprende a ser atrevido. Se aprende a vivir, también. Y, sobre todo, se aprende a empatizar. Ponernos en el lugar del otro, eso que tanto nos cuesta en esta sociedad de ombliguismo en la que nos pensamos, constantemente, que todas las vicisitudes; tanto fortuna como desgracia, nos apuntan con el dedo directamente sólo a nosotros.

Estamos muy acostumbrados a gritar, a creernos los dueños de la razón, a enseñar y a presumir. Pero nos iría mucho mejor si aprendiésemos, de una puñetera vez, a escuchar.