lunes, 30 de enero de 2017

España, año 2017

España, año 2016. Un grupo de personas se reúnen para asistir a una misa en memoria de un dictador muerto hace cuarenta y dos años. Al finalizar la misma, forman un corrillo en las puertas del templo y cantan el "Cara al sol" al pleno pulmón.

España, año 2016. Un programa de televisión rescata una confesión, no emitida en su día, del fallecido Adolfo Suárez, en el que reconoce que no sometió la monarquía a referéndum porque tenía serias opciones de perder la votación. Tras la noticia, los medios afines al sistema arropan la memoria del ex presidente y, sobre todo, arropan servilmente a una monarquía que, aún hoy, nadie ha tenido hoy la oportunidad de votar.

España, año 2016. La ex alcaldesa de Valencia, implicada en una trama de corrupción que ha saqueado la capital levantina durante más de dos décadas, muere de un infarto en un hotel de Madrid y el mismo partido político que la había repudiado nos quiera hacer creer a la ciudadanía que nosotros somos los culpables de su muerte. No sólo lo dicen con descaro y sin sonrojo, sino que ante la salida a la luz de un último mensaje de la fallecida en la que asegura que está recibiendo amenazas de muerte, prefieren cerrar la boca, correr un velo y dejar la vida pasar que para seguir gritando tenemos otros menesteres.

España, año 2017. El partido del gobierno, acusado en los tribunales por financiación ilegal, sigue siendo, en las encuestas, el partido preferido de los españoles.

España, año 2017. Las tertulias de televisión se llenan de tipos que difaman, insultan y venden su alma al diablo por un puñado de euros. La gente, no contenta con mandarles al carajo que implica tener el mando del consumo televisivo, les ofrece árnica a cambio de pan y circo.

España, año 2017. El país sigue dividido en dos bandos. Los que ganaron siguen manteniendo el poder y manejan los medios a su antojo. Los que perdieron, lejos de lavar heridas, se enzarzan en guerras internas que permiten que los poderosos se froten las manos. Sin políticas sociales, sin propuestas alternativas y sin medidas serias ante las lacras que asolan el país, España, en pleno siglo XXI sigue pareciéndose a la misma que describió Valle Inclán en Luces de Bohemia. Un país a la retaguardia de Europa, un país donde la demagogia se ha convertido en la manera más eficaz de hacer política.