No estoy preparado. En realidad casi nadie lo está. Los que dicen 
estarlo en su mayoría mienten y el resto, en realidad, solamente quieren
 vivir en un mundo paralelo ajeno a los problemas cotidianos. Las 
personas comunes, los de comida en familia, cena con tomates de huerta y
 helado a medianoche, conocemos la bendición de los problemas 
cotidianos. El beso furtivo antes de dormir, la paz interior en las 
últimas horas del día, la brisa de la mañana cuando la mayor 
preocupación es la de tener que hacer sin necesidad de hacer nada.
 No estoy preparado. Durante días he regalado mi cuerpo al descanso, mi 
mente a la imaginación, mi ego a la paz, mi palabra a los demás. He 
viajado, me he mojado, he sudado, he comido, he dormido, he escrito, he 
leído, me he reído, he soñado, he amado. Y aunque a algunos esto les 
pueda parecer un camino hacia el abismo del tedio, yo sé exactamente en 
qué consiste ese puñetero abismo. Consiste en madrugar, en poner el culo
 en una silla y no levantarse hasta la hora del asueto, y así un día 
tras otro, y así una vida entera.
Por ello no puedo estar preparado. Porque para ser esclavo, prefiero ser esclavo de mí mismo, de mi conciencia, de mi inconsciencia, de mis vicisitudes. Y sin embargo, pobres de nosotros, nos conformamos con quince días de ilusión mientras seguimos siendo esclavos de la cotidianeidad. Me obligan a conformarme. Me esperan para que me adapte. Pero yo sigo sin estar preparado.
Por ello no puedo estar preparado. Porque para ser esclavo, prefiero ser esclavo de mí mismo, de mi conciencia, de mi inconsciencia, de mis vicisitudes. Y sin embargo, pobres de nosotros, nos conformamos con quince días de ilusión mientras seguimos siendo esclavos de la cotidianeidad. Me obligan a conformarme. Me esperan para que me adapte. Pero yo sigo sin estar preparado.

