miércoles, 27 de febrero de 2019

Con mi papá de la mano

Recuerdo la primera vez que mi padre me llevó al fútbol. Yo tenía nueve años y el Atleti se enfrentaba al Valencia en el Calderón. Nos ganaron dos a tres y nos anularon un gol que hubiese valido el empate. Fue un día de emociones e ilusiones. Terminó mal, pero me enamoré tanto de aquel ambiente que quise seguir repitiendo durante el resto de mi vida.

Diversas circunstancias, generalmente económicas, me han impedido cumplir mi sueño de ser socio del Atleti durante al menos una temporada. Tampoco se me cae el mundo por ello, claro está, pero esa manera de palpitar el corazón cuando el campo hierve y todos vamos unidos en comunión es una sensación única que sólo se siente desde la pasión. El fútbol me mata, lo reconozco. O, al menos, me hiere.

Espero que mis hijos no sean tan sentimentalmente afectables como yo o, de lo contrario, lo van a pasar mal, pero de la misma manera que lo hizo mi padre conmigo, me gusta llevar a mis hijos al fútbol y comprobar, en sus ojos, como el hilo de ilusión invade su mirada y relativiza su respiración. A lo largo de mi vida, habré ido a ver al Atleti al estadio medio centenar de veces, pero en ninguna de ellas he disfrutado tanto como en las últimas; previa de la mano, fotografías inmortales en las inmediaciones, nervios al ocupar el asiento y esos abrazos de gol que, mezclados con amor, saben a la mejor de las sensaciones.

Quizá no quieran ser del Atleti. A lo mejor el fútbol termina por no colarse en la rendija que da acceso a sus venas. Es posible que pase el tiempo y lo recuerden como algo anecdótico. Pero para mí, un domingo de fútbol en familia es una manera de estrechar lazos entre la realidad y la memoria. En algún rincón de nuestras cabezas pervivirán siempre estos momentos como pervive en mi rincón aquel partido perdido contra el Valencia en 1985.

lunes, 25 de febrero de 2019

Antes del lamento

Quien pierda algún minuto de su tiempo leyendo este blog habrá deducido, porque tampoco lo he escondido, cual es mi ideología. No soy ningún radical, aunque tampoco creo que tenga que dar ninguna explicación, y no comulgo con la forma de ser de ninguno de los líderes de la izquierda; uno por vanidoso y el otro por pretencioso. Ahora bien, teniendo bien claro de donde vengo y quien soy, solo puedo decir que he de ir a votar el veintiocho de abril porque sólo en nuestras manos está frenar la marea radicalizadora que nos quiere hacer retroceder un puñado de décadas.

Parto del hecho del aburguesamiento de la clase política. Durante años, hubo muchos políticos que vivieron en la clandestinidad planificando un futuro más libre para un país que vivía bajo el yugo de la dictadura. Todos aquellos que pelearon en secreto, se convirtieron en los hombres que ayudaron a fabricar una transición que, aún con todas sus lagunas, al menos nos ayudó a mirar hacia adelante como país. Muchos de ellos lucharon hasta el fin de sus días, otros, el felipismo mediante, terminaron seducidos por la erótica del poder y corrompidos ideológicamente por la seducción de los poderes fácticos.

Esta involución hacia el absurdo idelógico ha derviado en un Partido Socialista demasiado tibio, hasta tal punto que cualquier otro partido que llevase en su programa propuestas muy parecidas a las que llevaron a Felipe González al poder en el ochenta y dos, ha sido tildado de radical. Es cierto que las formas agresivas de Podemos han terminado derivando su capacidad de llamamiento mediático a un segundo plano y que ello les ha llevado a un estado de nervios tal que han terminado devorándose entre ellos, pero nadie debaría ver radicalización en la universalización de la sanidad y la educación, en la reforma de los estatutos laborales y en el cumplimiento de los artículos más sociales de la Constitución.

En este río revuelto en el que se ha convertido la izquierda, la derecha quiere encontrar su ganancia de pescadores. Su discurso es fácil y directo: patria y símbolo. Más allá de la demagogia, encuentran poco espacio social al que acudir, pero son listos y están bien asesorados. Saben que este país peca de miedo e incultura y atacan al lugar al que más duele; el orgullo. La bandera por delante, el reproche siempre latente y la palabra directa, buscando el aplauso fácil, siempre bien presente. Saben que pueden ganar e intuyen que van a ganar. Harán un paripé, como en andalucía, pero al final se juntarán para darle la vuelta al calcetín y derogar las pocas leyes que nos han puesto a la altura del tiempo en el que vivimos. Porque son cada vez más y cada vez más peligrosos. Sería una estupidez no tenerlos en cuenta y quedarse en casa el día veintiocho de abril. Sería una pena tener que lamentarse.

jueves, 21 de febrero de 2019

Las paredes oyen

Durante la segunda mitad del siglo XVI, Juan Calvino revolucionó todas las teorias católicas imponiendo el nombre de Dios por encima de la condición humana. Los católicos, que defendían el pecado como error moral adherido a la condición humana, no aceptaron las propuestas reformistas de quien generó tantos seguidores que llegaron a convertirse en una plaga molesta en los países del sur de Europa. En Francia, a los calvinistas se les conocía como hugonotes. Y en Francia reinaba Enrique II cuya, esposa, Catalina de Médici era una ferviente seguidora de la religión católica. A Catalina de Médici le molestaban los hugonotes y sus teorías y fue por ello que organizó una persecución contra ellos que culminó en la sangrienta madrugada del veinticuatro de agosto de 1572 en el que cientos de seguidores calvinistas fueron pasados por el filo de la hoja en la que pasó a la historia como "La noche de los cuchillos largos".
Se cuenta que después de aquello Catalina de Médici temía más la represalia que la regeneración de los hugonotes. Tal fue su obsesión, que ordenó derribar todos los muros de palacio para volver a construir paredes con conductos acústicos. De esta manera, de una habitación a otra podía escuchar todo lo que hablasen sus visitantes sin necesidad de estar junto a ellos. Desde entonces, cada vez que alguien debe contar algo secreto o comprometido en algún lugar inseguro, se le suele decir "ten cuidado con lo que cuentas y como lo cuentas, que las paredes oyen". Es una manera de citar a Catalina de Médici y de advertir a tu interlocutor que, aunque él no lo crea, alguien puede escuchar lo que está diciendo y ponerle en un serio compromiso.

miércoles, 20 de febrero de 2019

Patria

Las historias, contadas desde el interior, llegan más que cuando son relatadas de manera superficial. Las historias, contadas desde la crudeza, aunque causen más dolor, también generan más satisfacción porque ayudan a entender y ayudan a aprender. La repeteción de los errores es el mal endémico de una especie que nacio para ayudarse y terminó matándose por envidias y rabias internas.

Llevaba tiempo detrás de este libro que me recomendaron en varias ocasiones. Pensé que, al ser un best seller, iba a tener una trama demasiado superficial con tintes comerciales, pero ahora entiendo que si el libro ha roto los cánones es porque entra dentro de los sentimientos y dentro, sobre todo, de las razones que llevan al odio, al amor, a la rabia y, más allá, hacia la vergüenza.

La historia gira en torno a un atentado de ETA en un pueblo vasco en los años noventa, pero este tan sólo es el detonante de mil recuerdos, de la historia posterior de media docena de vidas y, sobre todo, de un motivo para el renacimiento espiritual. Los hay quienes eligen el camino del perdón, otros el del odio, otros el de la indiferencia y otros el del olvido. Una bonita historia en un lugar donde las historias se contaban en susurros y las verdades y mentiras, casi siempre, en el silencio de la memoria.

martes, 19 de febrero de 2019

El niño bonito

No sé si es cosa mía, pero tengo la impresión de que Ciudadanos está dejando de ser el niño bonito de los medios de comunicación. Uno ve los telediarios de cabecera, esos en los que les estuvieron dando jabón y cremita durante los dos o tres últimos años, y se da cuenta de que ha pasado a un lugar residual, casi más como chascarrilleros que como impulsores de ese cambio que parecían destinados a conducir.

¿Qué ha podido pasar? Imagino que ha demasiados intereses en juego en lugares donde la influencia de muchos tipos es crucial para el mantenimiento de los mismos. No olvidemos que PP y PSOE se han repartido el poder durante la democracia y que lo viejo, al final, siempre encalla las instituciones y, sobre todo, los corrillos de decisión donde se reúnen los poderes fácticos. Al final, este niño bonito ha terminado siendo un extraño en un lugar poco común. Cuando las encuestas van tan a favor como la corriente, interesa tenerle como posible aliado porque el gobierno no peligra, pero cuando lo hace, nada mejor que quitárselo del medio sutilmente no sea que lo que cuentan sea verdad y sean ellos los que terminen teniendo la sartén por el mango.

Otro motivo puede ser que la nueva sangre sea más jugosa para estos vampiros de la desinformación. La irrupción de VOX supone un atractivo nuevo ya que sus posturas, aún más radicales, sacan a flotación aquellos problemas que un día quisieron ser tabú y hoy pueden ser puestos sobre la mesa. La tibieza de Ciudadanos está jugando en su contra y, entre unos y otros, terminaron acorralando a su líder en la última manifestación y largándolo hacia una esquina para que no molestase en la foto.

Yo me pregunto ¿Tanto tiempo ha hecho falta que pase para que la televisión haya desenmascarado a Arcadi Espada como un supremacista? ¿Por qué ahora? ¿Por qué se recalca tanto que es fundador de Ciudadanos? Espada, uno de los tipos más inteligentes que hay en este país, es, a su vez, un fundamentalista con ideas que rayan lo vomitivo ¿Nadie sabía que este periodista estuvo en el germen del partido? ¿O a nadie le interesaba contarlo?

El niño bonito está recibiendo bofetadas en su cara bonita y se está viendo obligado a ponerse tiritas. Veremos sí, rostro compungido y alma encendida, es capaz de bajar al barro y fajarse duramente con verdades y no con medias mentiras. La táctica del bienqueda ya no vale, ahora toca quitarse la máscara y dejar que el mundo vea quien eres en realidad.

lunes, 18 de febrero de 2019

Perico Delgado




El ciclismo en España era un deporte secundario a principio de los años ochenta, el Tour de Francia pasaba por nuestra parrilla sin apenas atención y las bicicletas se usaban más para el paseo que para la disputa. Aquello fue así hasta que en 1983, un par de locos nacidos en la vieja castilla se empeñaron en poner patas arriba la carrera. Ángel Arroyo era un tipo valiente pero muy calculador. Sabía medir sus fuerzas, analizaba el rostro de sus rivales y conocía el lugar donde asaltarles en cada puerto. Se había criado en la sierra de Gredos, tierra de buenos escaladores y tenía en sus piernas la condición física de los que buscan un golpe en la mesa y coronarse por la vía de la sorpresa. Perico Delgado era otra cosa. Un batallador incesable que no se paraba a medir fuerzas. Atacaba y volvía a atacar. Un día le cogía una pájara y al día siguiente derramaba en el primer puerto. Descendía metiendo el cuerpo sobre el manillar, creíamos que se mataría en cualquier curva y, sin embargo, salía indemne, siempre con esa media sonrisa de quien sabe que ha desafiado a la parca. Fue fácil hacerse periquista. En 1983 una pájara le alejó de los primeros puestos. En 1984 fue una caída que le rompió la clavícula. En 1985 perdió un mundo en las contrarreloj. Y en 1986 no pudo sobreponerse a la noticia del fallecimiento de su madre. Parecía que Perico estaba destinado al fatalismo cuando, en 1987, le vimos por fin vestirse de amarillo. Aquel parecía su Tour. Para los expertos, el de 1987 fue uno de los mejores de la historia. Un Tour fantástico en el que Bernard, Delgado y Roche se jugaron la carrera hasta la última semana. Apagado el genio de Bernard en los Alpes, Delgado cabalga en solitario camino de Morzine. No hay imágenes debido al mal tiempo. Hablan de un minuto sobre Roche, quizá dos. Sacar tiempo es imprescindible de cara a la contrarreloj final donde todos afirman que Roche dará el golpazo definitivo. La retransmisión es un caos y en los últimos metros la señal de televisión regresa para ver a Delgado, exhausto, cruzar la línea de meta. Falta por ver cuánto perderá Roche. No empezamos ni a frotarnos las manos cuando vemos a Roche cruzar la meta como una moto. Cae al suelo y es asistido con oxígeno. Se empieza a especular; es imposible, perdía más de un minuto a falta de un kilómetro. Las informaciones son demasiado confusas como para tenerlas en cuenta. Hay quien afirma haber visto a Roche agarrado al coche de su director. Y lo que nos temíamos ocurrió. Roche arrasó en la última contrarreloj y dejó a Perico sin el Tour del que ya nos habíamos apropiado todos los españoles. Parecía que la leyenda del corredor maldito regresaba. Nos apagamos y comenzamos a creer que Perico nunca ganaría el Tour. Pero lo hizo. Lo hizo en una edición de 1988 que dominó de principio a fin. Y, una vez conseguido el reto, regresó el Perico más peculiar, el que engrosó leyendas, el que nos hizo amarle porque tras cada error seguía prometiendo lucha y cuando más prometía, de repente, volvía a atacarle el tío del mazo. El retraso en el prólogo del Tour del 89, la gastroenteritis en el 90 y la aparición de Induráin en el 91. Y con Induráin llegó su ocaso. Los españoles, tan prestos para cambiar de ídolo, tiraron a la basura al viejo segoviano y se abrazaron a la superioridad insultante del navarro. Lo de Induráin fue espectacular, pero fue como ver a un estudiante de COU corriendo contra los de primero de BUP. Perico intentó otra cosa; era peor que los mejores y eso no le importó. Atacó, atacó y atacó. Unas veces ganó y muchas perdió, pero casi siempre se llevó consigo nuestro cariño.

viernes, 15 de febrero de 2019

Día a día

La incertidumbre es un pozo sin fondo que rodea las peores expectativas. Es un grito sin eco que guarda el silencio en una caja de plomo. Es una razón poderosa para encontrarse con la inquietud, con la guerra interna, con la paja en cualquier ojo ajeno porque sabes que el tuyo está lleno de vigas que no conducirán a la meta. Dejarse llevar por la inquietud es dejarse llevar al precipicio del miedo y allí habitan los monstruos más espantosos: la duda, el pesimismo y el vacío existencial.

Por ello hay que tomar medicina metal que conduzca hacia el objetivo a corto plazo. Sin más largo plazo posible que sea el de sobrevivir, hay que encontrar parapeto en el presente alejándonos de los rumores y las promesas inciertas. Día a día, llegar, cumplir y marcharse, y en casa, con los tuyos, buscar siempre la sonrisa y encontar el aprendizaje. Y compartir, siempre que se pueda, el pan, la sal y la palabra. Porque los agoreros viven de nuestro infortunio y los aniquiladores viven de nuestra desesperanza.

Desde que murió nuestro jefe, el día a día se ha convertido en un mar de rumores, mentiras mal contadas y verdades a medias. En un ambiente tan extraño y perjudicado no queda otra que cumplir y esperar. Esperar a que la verdad, sea la que sea, se terminen imponiendo y a que la mentira deje de señalarnos el corazón. Porque la cabeza, más allá de para darnos mágicas ideas, está para manejar nuestras certidumbrres. Cuando existe un cable suelto, llega la imaginación negativa. Y una cosa es creer y otra conspirar. La creencia nos conduce a la razón, la conspiración, siempre, hacia la duda. Y la duda, siempre, hacia la desazón. Y no es bonito, ni sano, vivir con el corazón encogido.

jueves, 14 de febrero de 2019

Incendiarios

Hemos llegado a un punto en el que la solicitud de un diálogo ha provocado una catársis. El ansia del poder desmedido, la necesidad de sentar las bases del autoritarismo, provoca escenas tan vergonzosas como la manifestación del domingo. No critico que la gente se sienta española, faltaría más, yo no entro en cuestiones patrias sino que entro en cuestiones de sentido común y, sobre todo, en cuestiones de sentido práctico. Quien empieza con mentiras termina con las mismas porque a quien le falta vergüenza le falta, también, valor.

La premisa es fácil: difama que algo queda. Nos llaman enemigos de la patria a todos aquellos que preponderamos el diálogo por encima del autoritarismo y desplegaron un lema: el Gobierno se vende a los independentistas. Tres días después, esos mismos independistas a los que el Gobierno se había plegado, le han tumbado los presupuestos abocándole a unas elecciones sin paracaídas. Pero claro, lo de reconocer el error y pedir perdón queda para los valientes, los cobardes sólo saben buscar nuevos pretextos y mirar hacia otro lado.

Hemos llegado a tal punto de extremismo que ya no hacemos política con propuestas sino con miedo. Los que decían ser (estaba por ver) los presupuestos más sociales de la democracia, se han visto tumbados porque un grupo de parlamentarios han puesto por delante sus banderas (mismos colores, distintos números de franjas) a los ciudadanos. Porque tú, yo, y aquel les importamos un pimiento. Durante las últimas legislaturas, estos amigos de lo ajeno han pregonado la austeridad como remedio, pero no se crean las milongas, ellos quieren la caja llena porque, cuanto más haya para ellos, mejor resultado darán sus discursos incendiarios.

lunes, 11 de febrero de 2019

Bajo sospecha

Se corría la penúltima vuelta y el portugués Carlos Lopes aceleró la marcha. Atrás quedaron un puñado de buenos corredores y tras él, manteniendo el aliento en el cogote, dos hombres; uno, Brendan Foster, británico y elegante, otro, Lasse Viren, finlandés y arrebatador. La historia terminó en una vuelta olímpica con los pies descalzos y una atronadora ovación. Pero había empezado mucho antes, en el campeonato nacional de atletismo de categoría junior celebrado en Inkeroinen en el verano de 1969.
Finlandia era cuna de dioses de las carreras de fondo; Paavo Nurmi, Ville Ritola y Hannes Kolehmainen habían regado el honor patrio con sudor y lágrimas. A ellos se iba a sumar un flacucho sureño que corría con el pecho erguido y la cabeza tintineante. Ganó el campeonato junior, batió el record del mundo y jamás volvería a pasar inadvertido por las calles de Helsinki.
La historia de Lasse Viren es la de un fondista bestial perseguido, durante toda su carrera, por la sombra de la duda. Su primera aparición en la élite se produjo en 1971, dos años después de pulverizar el record mundial junior y después de una minuciosa preparación. Quedó en el séptimo lugar en los europeos celebrados en Helsinki y dejó atisbar una fuerza que poco más tarde sería arrebatadora. Tenía veintidós años, se confinó en los bosques del norte y se prometió no volver a perder una carrera en la élite.
Se presentó en los Juegos Olímpicos de Munich como un aspirante al trono y salió de allí con trono, corona y vítores de leyenda. Su carrera en los cinco mil metros fue impecable; ganó y batió el record del mundo. Pero lo mejor estaba aún por llegar. En la duodécima vuelta de los diez mil metros lisos, presa del nerviosismo e intentando encontrar una mejor posición en el grupo, tropieza con Mohamed Gammoudi y ambos caen al suelo ante el asombro general. El grupo se escapa y ellos permanecen en el suelo, lamiéndose las heridas físicas y morales. El tunecino permance sobre el tartán, tocado y hundido, pero Viren es más fuerte y sabe que no ha estado todo un año entrenando para terminar rodando por el suelo. Un par de vueltas más adelante echa mano al grupo y poco a poco va ganando posiciones, termina colocándose en cabeza, aprieta los dientes, esprinta y termina ganando por aplastamiento. Medalla de oro y record del mundo. Hubiese habido un nuevo gran héroe en el olimpo si a un tal Mark Spitz no le hubiese dado por coleccionar medallas de oro.
Pero Viren ya es dueño de su propio destino. Pocos meses después, y aprovechando su incontestable pico de forma, bate el record mundial de los cinco mil metros ante el clamor de sus paisanos. Había nacido una leyenda, pero la leyenda prefirió la sombra para asomar, sólo muy de vez en cuando, la cabeza hacia la luz.
 
Pasa el año 1973 y nadie sabe qué ha sido de Lasse Viren. Llega 1974 y deja una discreta participación en los campeonatos de Europa. Todos comienzan a hablar de él en pasado y la sensación de que ha sido un héroe efímero se agranda tras un 1975 en el que pasa absolutamente inadvertido. Pero mientras otros hablan, él actúa. Mientras otros corren, él entrena. Arropado por la Federación Finlandesa de Atletismo, Viren se entrena en secreto en Colombia y en Kenya. Algunos dicen que lo hace para aumentar su capacidad de resistencia, pero los más suspicaces comienzas a hablar de doping de sangre. Algunas veladas acusaciones dicen que extrae su sangre oxigenada en altura para volvérsela a inyectar horas antes de la competición. La práctica, aunque moralmente desechable, no está prohibida por ningún comité deportivo por lo que, hiciese lo que hiciese, Viren está seguro de correr amparado bajo un manto de legalidad.

Pero el silencio es absoluto y en él se ocultan Viren y sus entrenadores para preparar la cita olímpica de Montreal. La primera piedra de toque son los diez mil metros. Carlos Lopes ataca a falta de dos vueltas, le siguen Viren y Foster, el británico queda rezagado y el finlandés aguanta el pulso, suena la campana, última vuelta, Viren sobrepasa a Lopes, esprinta, es un animal desbocado, un huracán incontenible, levanta los brazos y el público aplaude estupefacto ¿Dónde estuviste durante los cuatro últimos años? Parecen quererle preguntar. Pero Lasse Viren sigue callando. Con aquella sonrisa enigmática que vestía su rostro en cada ceremonia de entrega de medallas, vuelve a presentarse en la línea de salida para participar en los cinco mil metros lisos. La historia se repite, ritmo frenético, esprint final y victoria. Ahora no quedan dudas, solamente nombres y un olimpo. Los periodistas desenfundan sus plumas y escriben: Paavo Nurmi, Emil Zatopek, Lasse Viren. No hay más héroes.

El campeón mira al cielo, guiña un ojo y se sienta sobre la pista. Resopla, se descalza y, con una zapatilla en cada mano vuelve a ponerse en pie para dar una vuelta olímpica, los brazos en alto, la marca deportiva que le calza, más alta aún. Aquel sacrilegio, en la época del amateurismo, es visto como un delito para el COI quien impone una dura sanción a Viren y le advierte sobre posibles consecuencias en el caso de que se le vuelva a ocurrir algo parecido. Viren sigue callando y sigue celebrando. Su doblete ya es historia; nadie, ni Nurmi, ni Zatopek, ni tantos otros dioses de carne y hueso habían conseguido repetir el cinco mil y el diez mil en dos juegos olímpicos diferentes. Él es el único.
Y tan único se siente que busca el milagro en forma de locura. Criado con cuentos de campeones junto a la chimenea de su casa de Myrskyla, intenta cobrar lo imposible imitando la hazaña de Zatopek en el cincuenta y dos. Dieciocho horas después de vencer en el cinco mil se presenta en la línea de salida del maratón. Quería ganarlo y ser inmortal. Queda quinto, pero sigue siendo inmortal. Ve de lejos la ceremonia de entrega de medallas y piensa que él debió estar ahí, sin recapacitar en la gesta que, con un simple quinto puesto, había protagonizado.

Tan único se siente que vuelve a refugiarse en la oscuridad. Aparece en el europeo de 1978 aparentemente más pesado, visiblemente más lento y vuelve a caer derrotado. Aquello supone un caso único en la historia del deporte; un campeón olímpico al que no le motivan el resto de medallas. Intratable bajo el pebetero, mundano lejos de él. Y, por encima de todo, una celebridad imponente en Finlandia quien, tras cada victoria olímpica le recibe en multitud como si se tratara de un jefe de estado.

Pero más allá de las fronteras finesas, el campeón sigue siendo observado con lupa. Los desconfiados no pueden creerse victorias tan apabullantes seguidas de derrotas tan calamitosas como la que sufrió en su país ante Foster semanas después de los Juegos Olímpicos de Montreal. Gana primero, pierde después y, como por arte de magia, vuelva a desaparecer de la escena. Los dedos acusadores le señalan y él se fotografía con la pierna vendada después de haber sufrido una operación. Las lesiones le sirven como excusa pero las presiones son cada vez más fuertes; otros atletas finlandeses, como Maanika y Allaleppilampi, son sancionados por doping, pero no existen pruebas contra Viren. Las autotransfusiones están permitidas y más allá de la ley solamente encuentran silencio y una colección de medallas de oro.

Las victorias sacian su ego. Disminuye el ímpetu, disminuye el entrenamiento y, acuciado por las presiones externas, abandona las concentraciones en altura. El resultado es catastrófico; en los Juegos Olímpicos de Moscú 80, se presenta un corredor fuera de forma, un veterano de mil batallas que, con tan solo treinta y un años, tiene la palabra "basta" escrita en la frente. Sufre lo indecible para acceder a la final de los diez mil y en la misma, tras un arreón de orgullo, consigue terminar en el quinto lugar. Un buen puesto para un buen corredor, un mal puesto para un campeón. Tras contemplar a Myrus Yfter con la medalla de oro desde la lejanía, comprende que la élite ha quedado lejos y que regresar es imposible. Tras los Juegos Olímpicos se apunta a un par de maratones y decide retirarse tras correr el cross de Gareshead en Gran Bretaña. Demasiado viejo para el deporte, demasiado joven para vivir.

Se construye una casa sobre un terreno donado por el estado finlandés y recopila imágenes de una vida sobre las pistas de atletismo. En las portadas, su sonrisa ilumina el mundo, en cada pie de foto, su nombre junto al de Paavo Nurmi. Él es el nuevo "finlandés volador". Intenta vivir alejado del ruido pero las suspicacias le siguen persiguiendo; le siguen acusando de tramposo y él sigue guardando silencio. Pero llega un día en el que el polvorín finlandés termina volando por los aires; Martí Vainio, medalla de plata en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles, termina confesándolo todo. "Debéis estar entre los mejores", les dijeron. "Para conseguirlo, tomad todo lo que necesitéis". La vista se vuelve hacia atrás y el pasado riega las sospechas. Si Vainio lo hizo ¿Por qué no lo pudo haber hecho Viren? Suena el teléfono de casa y una editorial alemana le ofrece una jubilación prematura en forma de cheque en blanco. "Si lo cuentas todo será un Best Seller". "Sólo tengo una cosa que contar". Silencio. "El secreto de mi éxito". Más silencio. "Todo fue gracias a mis entrenamientos en el bosque". Silencio total.

Las sospechas terminaron por apagar el mito y Viren sigue viviendo en paz, en su casita de campo y con todas sus medallas colgadas en la pared del salón. Pero ya nadie habla de él cuando mencionan a los grandes héroes del olimpo; hablan de Nurmi, de Owens, de Zatopek, de Fosbury, de Lewis, de Gebresselasie, de Bolt, pero no de Viren. Un campeón bajo sospecha, un hombre tranquilo que arrasaba en las últimas vueltas, un atleta que consiguió un hito aún pendiente de igualar. El finlandes volador que se concentraba en altura para, después, "beber" de su propia sangre. Lícito o no, los números quedan y los recuerdos nunca se apagan.