viernes, 15 de julio de 2022

Me importa un pito

En la antigua milicia, el portador del pito tenía la figura simbólica de encabezar las tropas e ir tocando una especie de silbato que ayudaba a la marcha de la formación. Generalmente se trataba de jóvenes sin rango militar que se echaban a un lado a la hora de la batalla y cuyo papel en el ejército no era más que testimonial. Tocaban el pito y poco más.

Su paga era la mínima y su poder de decisión era totalmente nulo. Por ello, cada vez que hablaban, eran escuchados con total displicencia. Fue por ello que cada vez que una frase atronaba los oídos de alguno de los soldados, estos, para recalcar la indiferencia que les producía, solían decir que aquello les importaba un pito. Es decir, no le daban más importancia que lo que pudiese decir el chico que se encargaba de tocar el pito. Lo que era nada o casi nada.

Dicha expresión la hemos adoptado en nuestros días para recalcar que algo no nos importa nada. Nos pueden decir que fulanito ha dicho algo de nosotros y nosotros contestar "me importa un pito"; es decir, me da igual lo que digan.

jueves, 7 de julio de 2022

Delrevés

El reino Delrevés está gobernado por un Rey demasiado déspota pero, sorprendemente, demasiado respaldado por su propio pueblo. Al grito de "Libertad" ha abierto todas las tabernas y cerrado todos los hospitales para que sus ciudadanos disfruten de la cerveza al tiempo que se olvidan de las enfermedades. Pura terapia de choque.

El reino Delrevés, como casi todos, para qué nos vamos a engañar, tiene sus ciudadanos de primera y sus ciudadanos de segunda. Aquí, como en casi todos los reinos, para qué nos vamos a engañar, los segundos aspiran a ser como los primeros y para ello, en lugar de tomar el camino de la reivindicación, toman el camino del agasajo. En el reino Delrevés ya no hay conciencia de clase sino envidia aspiracional. Puro aborregamiento ideológico.

El reino Delrevés, como casi todos, tiene sus establecimientos de lujo; sus restaurantes, sus tiendas, sus hospitales y sus escuelas. Allí comen, compra, se curan y se educan los hijos de los millonarios, mientras que los aspiracionales observan con la baba en la barbilla y asumen el coste de cada capricho. Porque en el reino Delrevés, los ricos no tienen por qué gastar, para eso ya están los pobres quienes, con el dinero ganado con su esfuerzo diario, costean el lujo de los ricos para que estos puedan mantener su nivel de vida mientras los de abajo, pisoteados y ultrajados, les sigan mirando con los ojos desencajados y la boca abierta.

Porque en el mundo Delrevés, cuando un rico va a comer a un restaurante de lujo, son los pobres los que hacen una colecta para pagarle le cuenta. Cuando un rico va a comprar un traje de alta costura, son los pobres los que rompen su hucha para pagar al sastre. Cuando un rico va a hacerse una cirugía a un hospital, son los pobres los que se solidarizan con él y acuden al hospital para ingresar el coste. Y cuando un rico quiere llevar a su hijo a un colegio privado, son los pobres los que, son sus contribuciones, costean la educación del niño para que este pueda prosperar, heredar la empresa de su padre y seguir pisoteando sin miramientos a aquellos que se esforzaron para pagarle los estudios.

Suena descabellado ¿Verdad? Pues ahora piensen que el último ejemplo de los cuatro ha dejado de ser un cuento y que si seguimos callando, aspirando y vendiendo nuestra conciencia de clase por una libertad impostada, quizá llegue el día en el que vivamos, de verdad, en el reino Delrevés.