miércoles, 12 de agosto de 2020

El Emérito

Son muchos los que se han postrado de rodillas buscando el trasero del Rey Emérito para regalar sus lengüetazos. Son muchos, además, los que se han detenido para justificar, uno a uno, todas sus tropelías para, de paso, cargar todo el mochuelo a quien nunca estuvo allí e incluso a quien nunca quiso estar. Es la cultura limpiasables de la sociedad española, siempre rastrera con el poderoso pero pisoteadora con quien no es capaz de sacar la cabeza para poder defenderse.

El papel del Rey, junto al de Suárez, fue clave e importante en la transición democrática de nuestro país. Dejando a un lado que España, más temprano que tarde, y visto que era el único país europeo occidental, sumido en el atraso dictatorial, estaba condenado a la democratización, hay que darle al César lo suyo y reconocer que el Rey Juan Carlos fue el primero en dar el paso y el primero también en apartarse. Bien hasta ahí.

Ahora bien ¿Traer la democracia a tu país te da derecho a desfalcarlo? ¿Alcanzar acuerdos comerciales con otros regentes para empresas de tu país te obliga a aceptar suculentas comisiones y no declararlas? La mujer del César, además de honrada, debía parecerlo. Aquí parece que nuestro antiguo Rey ni fue honrado ni se molestó en disimularlo. Todo lo que hizo bien queda empañado y todo lo que hizo mal le ha condenado a un destierro donde vivirá como lo que es, un Rey, sin rendir cuentas y con un pasado manchado.

La mácula de los Borbones, golfos por tradición y generalmente déspotas con convicción, ha vuelto a manchar la monarquía de un país que, durante dos ocasiones, quiso vivir en República y al que le sacaron de sus sueños a Golpe de Estado. La tarea de Felipe VI, más allá de la de mirar las vacas pastar y ver la vida pasar, deberá ser la de convencer al país que da igual un Rey pasmado que un presidente de la República inepto, llámese Rajoy, llámese Sánchez.