Christopher Chenery era un rico hombre de negocios que se había hecho a
sí mismo. El típico triunfador americano que gusta de aparecer en
portadas de revista y listas de empresarios de éxito. Apasionado de los
caballos desde joven, no paró hasta montar su propio establo e iniciar
un negocio de cría de potros de carreras. Aquella pasión es trasladada a
sus hijos, Hollen y Margaret y, sobre todo, a la pequeña Helen, a la
que todos llamarán Penny y en quien confía para dejarle las riendas del
negocio familiar.
Penny se había mudado a Colorado tras contraer matrimonio y se había
convertido en la ama de casa ejemplar; abnegada esposa y sacrificada
madre que había dejado a un lado sus sueños para dedicar todo su tiempo a
la familia. Pero Penny no era una simple mujer al uso. Durante años
había estudiado pacientemente con el único sueño de hacerse cargo en el
futuro del negocio de su padre, pero todos los hijos de Christopher
Chenery siguieron un camino que les llevó lejos de los establos Medow.
Hollen, el mayor, prefirió el mundo de las finanzas, y Margaret y Penny
se vieron abocadas al mundo sumiso del hogar. No había heredero para el
negocio y fue por ello que Hollen sugirió a sus hermanas la venta del
establo. Aquella idea no le resultó a Penny nada atractiva y viajó a
casa para hacer el petate y regresar a Virginia. Los establos Medow
tenían una nueva gestora y seguía siendo una Chenery. Hubo de desoir las
quejas de su marido y aleccionar sobre la vida a sus cuatro hijos. A
partir de entonces, su madre estaría más lejos de ellos. Quizá fueran
sólo unos meses, la gente no le auguraba mucho futuro a una mujer en
aquel mundo manejado por hombres.
Penny Chenery había estudiado Administración de Empresas en la
universidad y era una mujer mucho más preparada de lo que la gente
podría llegar a imaginarse. Pero por encima de todo, Penny Chenery era
una mujer intuitiva. Una de las primeras decisiones que tomó al frente
de los establos Medow fue la de reunirse con el magnate Egden Phipps.
Phipss era un millonario recto que administraba varias empresas y casi
todos los establos del estado. Antes de enfermar, Christopher Chenery le
había cedido el derecho de aparear su mejor semental, de nombre Bold
Runner, con dos de sus yeguas, Hasty Matilda y Something Royal. Una vez
que el caballo hubiese cubierto a las hembras, ambos se jugarían a cara o
cruz con quien de las dos crías se quedaba. Penny acudió a la cita con
sus mejores galas y usó la palabra para confundir a Phipps. Con un par
de frases le hizo creer que no habría mejor potro que el nacido del
vientre de Hasty Matilda, pero ella ya sabía que su elección debía ser
la cría parida por Something Royal. Cuando la moneda voló por el aire,
Penny Chenery ya sabía qué caballo sería el suyo. Salió cara, tal y como
había pedido Egden Phipps y el millonario no tardó en decir un nombre:
Hasty Matilda. Todo había salido tal y como se había planeado.
El treinta de marzo de 1970, en los establos Medow, propiedad de la
familia Chenery, nació el potro hijo de Bold Ruler y Something Royal.
Era un ejemplar único; grandote, fibroso, rojo como la sangre. El nombre
les llegó a todos los presentes a la cabeza casi al unísono, se
llamaría Big Red. Aquella mujer audaz se empeñó en hacer de Big Red un
campeón inigualable y, para ello, hubo de llamar a la puerta de dos de
los hombres más controvertidos del mundo de las carreras de caballos.
Lucien Laurie era un prestidigitador que llevaba demasiados años en la
sombra como para querer molestarse en entrenar a un potro recién nacido.
Antiguo jockey y hombre parco en palabras, solo pudo decir que sí
cuando Penny le prometió total independencia y ninguna intromisión en su
trabajo. Elegido el entrenador, solamente quedaba elegir al jockey. Un
caballo tan bravo necesitaba alguien con carácter para tomarle por las
riendas. El elegido fue Ron Turcotte, un controvertido jinete con la
cara llena de magulladuras y la mirada picada por el orgullo.
Big Red, a quien en el circuito pronto se conocería como Secretariat,
debutó en julio de 1972 y solamente pudo ser quinto. Aquel resultado no
vaticinaba nada bueno y en los círculos de la hípica ya se hablaba del
gran acierto que había tenido Edgen Phipps al escoger al potro de Hasty
Matilda. Pero las palabras son solamente papel mojado que se desintegra
cuando la razón impera por encima de los deseos. Secretariat ganó sus
siguientes cinco carreras y, de defenestrado, pasó a ocupar todas la
portadas de revista mensuales. Al finalizar 1972 fue nombrado caballo
del año y Penny Chenery fue alabada como una excelente gestora. Pero lo
mejor aún estaba por llegar.
Normalmente, el tercer año es el más complicado para un caballo. Se
hablaba de demasiados ejemplos de potros ganadores de dos años que, al
tercer año se habían desplomado estrepitosamente y no habían terminado
valiendo ni como sementales. Los peores augurios se cernían sobre
Secretariat mientras Lucien Laurie y Penny Chenery preparaban el asalto a
la triple corona.
La triple corona es la sucesión de las tres carreras más importantes del
circuito americano y que solamente disputan caballos de tres años. Se
trata de vencer, consecutivamente, en Kentucky, Prekness y Belmont. Todo
un hito que, hasta la fecha, solamente había conseguido un caballo. Y
hacía veinticinco años de aquello.
Pero si por algo se caracterizaba Penny Chenery era por su audacia y su
fe. Penny creía ciegamente en su caballo. Adoraba a su caballo. Sabía
que, por encima de cualquier circunstancia, tenía el mejor caballo de
carreras del mundo. Y aquella era una carta demasiado segura como para
no arriesgarse en una partida ganadora.
Después de cada entrevista, antes de que los periodistas abandonasen los
establos Medow, Secretariat parecía esbozar una sonrisa y posaba para
la cámara con total naturalidad. Todo el mundo estaba asombrado con
aquel caballo; no sólo ganaba carreras, también tenía tiempo para
sonreirle a la cámara, para hacerse el simpático en público, para
alardear de zancada en cada entrenamiento. Un campeón de piel roja,
músculos marcados y rictus de ganador.
Bay Shore, Gothan Stakes y Wood Memorial iban a poner al público sobre
la pista en pos de una futura apuesta de cara a la triple corona. Tres
carreras menores, pero una puesta de largo bastante interesante a modo
de preparación. Secretariat ganó las dos primeras y salió en la tercera
con una grave infección bucal. Aquel caballo no eran el que todos
conocían y, como tal, quedó tercero, poniendo en alerta a todos los
corredores de apuestas. Los agoreros lo tuvieron claro; el caballo
ganador había perdido fuelle.
Las tres carreras que forman la triple corona van de menor a mayor en su
grado de dificultad. El derbi de Kentucky, sin ser una carrera fácil sí
es la más cómoda de las tres; menos distancia, mejor empedrado y más
espacio para adelantar. Ningún caballo había bajado de los dos minutos
hasta entonces. Secretariat lo hizo. Ganó por dos cuerpos y medio y se
dejó fotografiar coronado de laurel y con el record del mundo en manos
de Turcotte. Pero aún quedaba lo más difícil.
En el Prekness Stakes los caballos recorren dos mil metros sobre arena
pesada. La supercifie otorga menos poder de reacción para los caballos
rápidos y Secretariat lo notó en la salida. Durante buena parte de la
carrera cabalgó en último lugar, Turcotte le apremiaba pero el caballo
no avanzaba. Alcanzó al penúltimo cuando la mitad de la carrera ya se
había disputado. Quinientos metros más adelante ya iba segundo. Tomó la
última curva y se colocó en primer lugar. La gente se puso en pie,
algunos se comían el sombrero, otros se frotaban los ojos, la mayoría
asistía a aquella exhibición con la boca abierta. Secretariat ganó la
carrera y volvió a ser fotografiado colmado de laureles. Pero aún
quedaba rematar la faena.
Belmont Stakes era la carrera más larga de las tres. Más de dos
kilómetros sobre arena tan fina que producía un molesto polvo en la
cabalgada. Por ello, era importante situarse delante desde el principio,
para evitar tragar el polvo de los predecesores. Minutos antes de la
carrera, Ron Turcotte aparecía nervioso por la zona de jinetes. Montaba a
Secretariat y el caballo relinchaba en voz baja, como desconfiando de
la fe de su jockey. Lucien Laurie se acercó para acariciar al potro y
cruzó la vista con Turcotte. "Hijo", le comentó en voz baja, "no hay
manera de que Secretariat pierda hoy. Sólo asegúrate de no caerte del
caballo. Créeme, muchacho, este potro que estás montando es el mejor
caballo de carreras que jamás ha existido". Las palabras, como un ascua
ardiendo sobre la conciencia, parecen alentar más al caballo que al
jinete que, simplemente se tenía que dedicar a cumplir con el objetivo;
dejarse llevar y no caerse del caballo.
Secretariat se pone primero en la salida y corre. Corre tanto que ningún
caballo puede acercarse a menos de treinta cuerpos de él, corre tanto
que la gente cree estar viendo una carrera a cámara rápida, corre tanto
que bate todos los records habidos y por haber. Turcotte, aferrado a las
riendas y con la adrenalina por las nubes, inclina la cabeza en la
línea de meta para dar constancia de la victoria. Treinta y un cuerpos
por detrás entra el segundo clasificado. La victoria supone el record en
dos mil metros sobre arena, record del circuito, record mundial, record
histórico. Hasta el día de hoy, ningún caballo ha podido superarlo.
Ninguno se ha acercado a igualarlo. Veinticinco años después, un caballo
ganaba la triple corona, veinticinco años después, un mito se subía al
olimpo de los inmortales.
El veinte de octubre de 1973, Secretariat ganó en Canadá. Ni él mismo,
al que le apasionaba correr como un loco descontrolado, podía imaginar
que aquella sería su última carrera en competición. En diciembre volvió a
ser nombrado caballo del año y su dueña decidió jubilarlo para
convertirlo en semental. Un cotizado semental. En el fondo, Penny
Chenery sabía que Big Red ya no podía dar más de lo que había dado. Y
había dado mucho. En total había ganado dieciseis de las veintiuna
carreras que había disputado, pero por encima de las estadísticas
estaban las cifras y es que Secretariat había generado casi un millón y
medio de dólares en ganancias. Una barbaridad para la época.
Analizando su comportamiento en carrera, se descubrió que su zancada
dibujaba un arco de ciento diez grados de ángulo, mucho mayor al de
cualquier caballo. El tiempo, los hechos y los recuerdos le situaron en
la cima y las listas le colocaron en el primer lugar en todos los
rankings. Considerado como el mejor caballo de carreras de la historia,
este ejemplar de purasangre fue examinado detenidamente en más de una
ocasión, pero no fue hasta su muerte cuando se descubrió el gran secreto
de su resistencia en carrera.
En 1989 enferma de Laminitis y la infección le daña los órganos vitales.
Con la cara empapada por las lágrimas, Penny Chenery autoriza el
sacrificio de su mejor caballo y la autopsia publica un dato que
aumentará el tamaño del mito. El corazón de Big Red era tres veces más
grande que el de cualquier caballo normal. Como para echarse a temblar.
Despedido con honores de estado, Secretariat es incinerado en Medow y
Belmont erige una estatua de bronce en su honor que preside la puerta de
entrada al hipódromo. Su ascendencia responde a las expectativas, y
aunque ninguno de sus hijos iguala sus marcas, las estadísticas apuntan
que en total, treinta y seis de sus crías se convierten en caballos
ganadores con el tiempo. Es la estirpe inmortal de un caballo
inmortalizado en el cine y en la literatura. Un caballo al que el
magazine Time incluyó entre los diez atletas más influyentes del siglo
veinte y a quien ESPN situó en el puesto número treinta y cinco en su
lista de los cien mejores atletas del siglo. Un cuadrúpedo que galopó
hacia la historia, un pedazo de memoria en los establos Medow cuyas
galopadas recorrieron américa y llenaron de letras cientos de
periódicos. El mejor ejemplo de que la intuición femenina va siempre por
delante de los hechos, unos hechos que marcaron a fuego los hipódromos
de la triple corona. Tres carreras insuperables y un caballo purasangre
que escribió un hito en cada zancada.