martes, 17 de diciembre de 2019

Madurar

Hay miles de frases en el universo de Internet, muchas de ellas sacadas de un catálogo de Mr. Wonderful de mercadillo, en las que te explican qué significa madurar. La primera realidad de madurar es que es hacerse viejo y eso es algo que nos cuesta más asimilar. Queremos creer que por ser más maduros estamos más preparados para afrontar la vida y más prevenidos ante las sorpresas, pero ambas, la vida y las sorpresas suelen ir siempre de la mano y lo único que nos ocurre es que no queremos salir de nuestra zona de confort y asimilar que estamos disponibles, como víctimas, para cualquier acontecimiento en forma de tropiezo vital.

Nadie va a vivir para siempre, ni nosotros mismos, por supuesto, pero tampoco todos aquellos que nos rodean. Nuestro único precepto vital, el de la supervivencia extrema, nos invita a vivir en calma y pensar que serán nuestros hijos quienes nos sobrevivan y seremos nosotros quienes sobrevivamos a los que nos precedieron. Pero ni para eso estamos preparados. Ni para el dolor, ni para el agotamiento, ni para la pérdida de agilidad. El tiempo es un juez circunstancial que solamente nos dicta consecuencias, nuestra manera de seguir viviendo es saber como manejar cada una de las sentencias.

Es por ello que vivimos ajenos al futuro y muy apegados al presente. Nuestra mayor preocupación se centra en qué vamos a cenar esta noche y a dónde nos iremos de vacaciones. Porque eso es lo que nos hace seres concitadores; vamos de la mano con nuestras pequeñas rutinas y nos alejamos del abismo que nos espera, porque siempre creemos que tendremos un paracaídas que nos amortigüe la salida. Si algo hace del ser humano una especie ligada a la felicidad, o la búsqueda constante de esta, es su honesta e inconsciente necesidad de vivir alejada de las preocupaciones. Por ello, cuando vas cumpliendo años crees que estás madurando cuando la verdadera putada es que estás envejeciendo.

jueves, 12 de diciembre de 2019

Preso de su discurso

Nada peor en política que andar con pies de plomo porque cada paso que avanzas es un terremoto para los más asustados y un salto hacia atrás para los más viperinos. La derecha, desde la oposición, ha realizado siempre un papel censurador de todo, de agitador de masas que, generalmente, le ha regalado rédito y ventaja. Es una clase política que se siente cómoda en la confrontación.

En la confrontación de hoy gana el independentismo. Porque interesa asustar, hacer ruido, mitigar la derrota echando en cara a otro sus posibles errores. Igual que aquella oposición chabacana liderada por Acebes y Zaplana en la que se apuntaban a cualquier sarao organizado por la Iglesia y la extrema derecha, hoy son las Cayetanas y los Teodoros de turno los que saltan a la palestra para decirnos a todos que viene el coco.

El problema hoy, para ellos, es que también deben andar con pies de plomo. Azuzados por la derecha por las huestes de Abascal, dudan entre entregarse a la barbarie y ganar electorado a base de arrebatos o distanciarse y perder electorado a base de ambigüedades. Por eso le afean al presidente sus negociaciones pero no terminan de tender la mano a aquellos que han venido para quedarse con sus sillones.

Y el presidente, mientras tanto, asustado por la posibilidad de verse condenado por la opinión y, sobre todo, asustado ante la posibilidad de verse abocado a unas terceras elecciones donde lo perdería todo, nada entre dos aguas concediendo palabras a uno y tendiendo la mano a otros. Temeroso por tener que dar la razón a los depredadores, concede medias palabras y trata de evitar sometimientos. Pero, temeroso, más que nada, a caer derrotado por ellos, sabe que no tiene más remedio que escuchar a los que han de apoyarle y darles alguna discusión.

Preso de su discurso, del que le aprieta y del que le ahoga, el presidente vive ajeno a la realidad y ajeno, sobre todo, a aquellos que le piden una negociación acorde a las necesidades del país y no a las necesidades de sus enemigos. Porque nada hace perder más apoyo que la duda y nada hace ganar más afección que el poder de decisión.

miércoles, 4 de diciembre de 2019

Hablar por boca de ganso

Durante los siglos anteriores, retrocediendo a la época palaciega de la Ilustración, cuando el barroco y el rococó dieron paso al post clasicismo, las grandes familias solían contratar a un Ayo con el fin de que este ejerciese de maestro de letras y ciencias para sus hijos. El Ayo, un educador dogmático, pragmático y enciclopedista, dotaba de una educación rígida a los niños de familias nobles con el fin de instruirlos para su futura incorporación a la alta vida social.

Debido a que siempre iban equipados de plumas de ganso para mojar en tinta y escribir sus textos, los Ayos pasaron a ser conocidos, popularmente, como gansos. A la consolidación del apodo ayudaron también los paseos que, por pasillos y jardines, daban los Ayos con sus alumnos, quienes le seguían en fila india, a semejanza de una familia de gansos. En estos paseos, los niños iban repitiendo, de manera casi inconsciente y literal, cada una de las lecciones que les había enseñado su "Ganso".

Los niños lo repetían todo sin verificar si lo que decían era o no cierto. Lo daban por hecho puesto que era lo que les había enseñado su Ayo. Así, el paso del tiempo denominó a "hablar por boca de ganso" a todas las frases o palabras dichas simplemente porque lo habían leído o escuchado en algún sitio, sin pararse a pensar si lo que estaban diciendo era verdadero o coherente.

Así, hoy, cada vez que alguien dice algo con pinta de estar muy enterado y simplemente lo dice porque se lo ha escuchado decir a alguien o lo ha leído en algún sitio, decimos que está hablando por boca de ganso. Porque en realidad es lo que popularmente conocemos como un listillo y tiene muy poca idea de lo que está diciendo.