Conocido es por todos que los primeros
grandes médicos de la historia fueron musulmanes. En la Europa
cristiana, los viejos cirujanos, también conocidos como barberos, se
dedicaban exclusivamente a la sangría y el cataplasma. Sin embargo, en
los zocos árabes ya había llegado la investigación y los médicos,
considerados como personas importantes, habían comenzado a experimentar
con remedios y medicinas.
Como consecuencia de raspar las paredes de las chimeneas de fundición,
obtuvieron un polvo negro que se conocía como óxido de zinc. El mismo,
mezclado con algunas sales y aceites, se convirtió en un remedio
efectivo para las lesiones oculares. El ungüento, bautizado con el
nombre de Atutiya, fue ganando popularidad hasta convertirse,
prácticamente, en una panacea que se utilizaba para la cura de otras
enfermedades comunes.
Los cristianos de España, dados a la hispanización de los términos
árabes, adoptaron el ungüento llamándolo atutía. De esta forma, el
remedio, que posteriormente perdió su "a" inicial y pasó a conocerse
popularmente como "tutía", pasó a despacharse en boticas, a las que
acudían los enfermos en busca de una cura que apaciguase sus dolores.
La frase pronunciada por los boticarios de turno cada vez que se les
agotaban las existencias del producto, pasó a convertirse en
chascarrillo popular cada vez que hacía saber que algo no tenía
solución. "Nada, que no hay tutía". La simplificación del término y la
pérdida del uso del ungüento con el paso de los años, hizo que la
expresión derivase en el "no hay tu tía" que utilizamos en la
actualidad.
De esta manera, cada vez que nos topamos con un obstáculo imposible de
sortear o con alguien imposible de convencer, cuando no hay solución o
la situación es inevitable, pronunciamos el "no hay tu tía" y la gente
sabe que les estamos diciendo que no hay nada que hacer, que no lo vamos
a conseguir.