La gran mayoría se queja del calor. Hablas con la gente, cruzas miradas, palabras o gestos y todos, como si de una sinfonía en clave de repetición se tratase, te hablan del calor y los agobios como si en todos estos años los veranos hubiesen sido una eterna excursión en las tierras de Alaska.
Para mí este verano no es extraño por el calor. Calor ha hecho siempre y en el calor me he sabido acomodar como aquel Induráin que subía sobrado el Tourmalet bajo el justiciero sol del mes de julio. Si algo tiene de extraño este verano es el de la ausencia de vacaciones como Dios manda.
Cuando digo vacaciones como Dios manda me refiero a vacaciones familiares de verdad. Después de muchos años en un mismo lugar de trabajo, Sagrario se vio abocada al cambio por culpa de esta reforma electoral de hoy que prima a los empresarios sinvergüenzas sobre los trabajadores abnegados. Gracias a su constancia y su buen hacer, ha conseguido un empleo que le reportará experiencia y dinero durante el verano. El precio a pagar será el de quedarse sin vacaciones.
Me duele ver como las personas que lo merecen se quedan sin su premio correspondiente. A Sagrario le cambió la vida una niñata y para nosotros, esa vida pasa por un verano de improductividad vacacional. Dará igual, nada ni nadie impedirá que sigamos estando juntos, aunque ella esté trabajando y yo me pase medio agosto en casa e ideando lo que me gustaría que fuesen las vacaciones del año que viene.
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