Llegó el día del futuro. Durante años estuvimos mirando el calendario y haciendo ensoñaciones sobre el impacto que el cine podría haber tenido sobre la vida cotidiana. A los que crecimos en los ochenta nos fascinaron las historias de aventuras ciencia ficción que, generalmente, nos mostraban a un joven apuesto e intrépido con ganas de reescribir la historia.
No sé que es lo que llegamos a imaginar el día que vimos por vez primera una recreación del año 2015 en la gran pantalla. De lo que sí nos hemos preocupado en demasía es de comprobar cuantas de las profecías sobre el futuro no se han cumplido sin tener en cuenta de que aquella película no hablaban de Smartphones, de drones y, ni mucho menos, de Internet. O al menos tal y como lo conocemos ahora.
Creemos que el futuro nos ha pillado dormidos cuando, realmente, estamos más despiertos que nunca. Somos capaces de comunicarnos entre nosotros desde cualquier punto del planeta y sin utilizar ningún sofisticado método de telecomunicación. Tenemos acceso a información de manera inmediata. Somos capaces de vivir en tiempo real los acontecimientos mundanos y hemos aprendido a no esperar para conseguir algo que realmente deseamos.
El gran problema, si exceptuamos a los políticos, especialmente a los nuestros que viven intensamente anclados en el pasado, es la gran brecha abierta entre el primer y el tercer mundo. Mientras nosotros tenemos acceso al mundo a golpe de click, mucha gente no solamente no conoce el click, sino que no tiene comida, ni agua, ni medicina. Mientras unos han adelantado al futuro, otros siguen viviendo en un sempiterno y hastiante pasado. Y eso, desgraciadamente, no nos lo ha querido contar ninguna película.
No sé que es lo que llegamos a imaginar el día que vimos por vez primera una recreación del año 2015 en la gran pantalla. De lo que sí nos hemos preocupado en demasía es de comprobar cuantas de las profecías sobre el futuro no se han cumplido sin tener en cuenta de que aquella película no hablaban de Smartphones, de drones y, ni mucho menos, de Internet. O al menos tal y como lo conocemos ahora.
Creemos que el futuro nos ha pillado dormidos cuando, realmente, estamos más despiertos que nunca. Somos capaces de comunicarnos entre nosotros desde cualquier punto del planeta y sin utilizar ningún sofisticado método de telecomunicación. Tenemos acceso a información de manera inmediata. Somos capaces de vivir en tiempo real los acontecimientos mundanos y hemos aprendido a no esperar para conseguir algo que realmente deseamos.
El gran problema, si exceptuamos a los políticos, especialmente a los nuestros que viven intensamente anclados en el pasado, es la gran brecha abierta entre el primer y el tercer mundo. Mientras nosotros tenemos acceso al mundo a golpe de click, mucha gente no solamente no conoce el click, sino que no tiene comida, ni agua, ni medicina. Mientras unos han adelantado al futuro, otros siguen viviendo en un sempiterno y hastiante pasado. Y eso, desgraciadamente, no nos lo ha querido contar ninguna película.