Han sido dos años de obras, de sufrimientos, de reuniones, de creer que no habría nada, de saber que habría algo muy chulo. Y de repende el silencio de las mañanas se convirtió en risas de niños, en saltos al agua, en salpicaduras, en murmullos, en brazadas de largo a largo. De repente el bloque sonríe y nosotros sabemos que podemos combatir el calor con algo que va más allá de apretar el botón de "on" en el mando del aparato del aire acondicionado.
Pronto llegarán los viajes, iremos abandonando las casas y la piscina quedará como un elemento de recreo para días puntuales, pero ver cumplirse las expectativas y ver la cara de felicidad de los muchos niños de la urbanización durante el fin de semana ha valido el precio de la espera y los sobrecostes. Y, sobre todo, saber que hemos dejado de ser el patito feo de la calle para habernos convertido en los más envidiados. Cosas de tomar una buena decisión y de vivir en buena armonía.
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