Siempre me ha contado mi padre que hay alguien mucho peor que el patrón que explota y es el pelota que le sostiene. Como vivimos en un mundo donde lamer las botas del patrón da la seguridad del reconocimiento y la confianza del estómago lleno, preferimos intoxicar con sonrisas en lugar de lavarnos la cara y mostrar el brillo del orgullo en nuestra frente. Es por ello que terminamos siguiendo al rebaño y señalamos siempre a esa oveja negra que se descarria y termina despeñándose. Ella se lo ha buscado.
Las reuniones de empresa han terminado siendo un arriba el telón y una escenografía tan mal compuesta que, por singularidad, terminan siendo hasta hilarantes. Sonrisas impostadas, alabanzas sin venir a cuento y, sobre todo, la sensación de que hay una familia donde sólo hay un grupo de trabajadores. Nadie nos obliga a hacer amigos en el trabajo porque las amistades surgen por espontaneidad en lugar de por imposición, lo que sí deberíamos ser es compañeros y no apuñalarnos por la espalda para luego, cuando estemos todos juntos, terminar repartiendo abrazos como Judas sin conciencia.
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