miércoles, 17 de abril de 2024

La tormenta

Las tormentas suelen ser mensajeras de un desastre o, al menos, avisadoras en ciernes de un peligro casi inminente, por lo que, cuando anuncian cielos negros y vientos helados, solemos escondernos en casa por temor a que nos pille desprevenidos y una ráfaga, un rayo o una corriente nos lleve por delante. Por eso, guardar silencio, esperar pacientes y rezar porque no haya daños considerables, es nuestra única receta ante el desastre, porque sabemos que siempre que llueve escampa, que pasada la tormenta y arreglados los caminos, la vida sigue su cauce, unos van a su rosal, otros a su portal y el avaro a sus divisas.

Es por ello que ciertos políticos, a día de hoy, cuando les ataca una tormenta de distinto ímpetu, sean como sean las verdades y provengan de donde provengan los ataques, el acusado, culpable o no, escoge la estrategia del prudente, se encierra en casa, pone la televisión y mira por la ventana esperando a que escampe la tormenta y los daños, aunque sean colaterales, invadan lo menos posible el espacio personal confiando en el tiempo y los recursos ayuden a engrosar el olvido.

El novio de la señor Ayuso se ha lucrado de manera vil y servil a costa de su influencia en la planta noble de la Comunidad, ha regado de dinero a los directivos de la empresa que está cercenando a la sanidad pública y, para más inri, se ha sentido tan impune que ha sido capaz de defraudar a la Hacienda Pública la gran mayoría del dinero ganado de forma inmoral.

He ahí la tormenta.

¿La estrategia? Lanzar consignas populistas, abocarse a la capacidad de ocultación de los medios de propaganda y, sobre todo, esperar a que escampe. Quizá cuando pase un tiempo y el lawfare vire, esta vez, en su favor, saldrá de nuevo sacando pecho y mayoría absoluta. Porque este país la sinvergonzonería de sus gobernantes es directamente proporcional al aborregamiento de sus ciudadanos.

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