El ser humano es un compedio de maldad y ambición a partes iguales.
En algunas ocasiones, cuando la ambición se reduce a la banalidad, a la
simple felicidad personal o al objetivo de felicidad ajena, es cuando la
maldad deja de emponzoñar el corazón y dejamos a un lado esa parcela de
envidia que a todos nos conduce al odio.
El problema de la
maldad es que, cuando se extralimita, se convierte en un relato de
miedo. De personas malas está lleno el mundo porque cualquier conjunción
precisa de una contrapartida que conduzca al raciocinio. Qué lleva a
una persona adulta a dañar a un inocente niño es una de esas preguntas
que la gente sensata nos realizamos de vez en cuando. Cuando falta la
empatía es cuando la maldad y la ambición nos conducen al lado oscuro.
Yo no soy como soy, dirán algunos, soy como me han hecho. Esta sociedad
que tanto amamos a veces da tanto asco que dan ganas de bajarse en
marcha. Que no me esperen en la próxima estación.
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