En 1809, José I Bonaparte dictó una
Real Orden por la cual todos los miembros de los cuerpos de marina, por
razones de higiene, debían lucir pelo corto. Aquella ordenanza tuvo muy
mala acogida por parte de los marineros quienes, delegando en los
almirantes de la armada Manuel Calderón y Manuel Morales, enviaron una
carta al consorte que causó su efecto y terminó derogando la norma.
El motivo de la protesta fue que, durante muchos siglos, los marineros
utilizaron su pelo largo como un instrumento para salvar sus vidas. Esto
era así porque jamás se solicitó como condición fundamental para
embarcar la de saber nadar. De esta manera, muchos de los marineros,
piratas o mercaderes, caían al agua en el ejercicio de sus maniobras y
eran agarrados, por sus compañeros, de los pelos, para evitar que se
hundieran. Así fue como las largas melenas salvaron muchas vidas.
A día de hoy, la expresión "salvarse por los pelos", se ha extrapolado
de manera que la utilizamos siempre que nos salvamos, in extremis, de un
peligro o de una acción incómoda, al igual que se salvaban los
marineros de la muerte gracias a sus pelos largos.
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