Juan Manuel Santisteban, natural de
Ampuero y vecino de Colindres, era el mejor gregario del equipo Kas y el
equipo Kas era el mejor equipo del pelotón. Con una carrera profesional
que databa desde 1970, después de asombrar a Cantabria y ganar carreras
amateurs incluso montado en una bicicleta de paseo, firmó con Kas en
1974; el gran Kas, el equipo que dominaba las carreras con puño de
hierro. Su función, en primera instancia, era la de ayudar en carrera al
líder del equipo, José Manuel Fuente, el tipo al que apodaron "El
Tarangu" y que era un caballo salvaje cuando la carretera se ponía
cuesta arriba. Pero Santisteban era algo más que un gregario, era un
corredor combativo que peleaba victorias parciales y, muy de vez en
cuando, alzaba los brazos en señal de victoria. En aquel 1974 en que
firmó con Kas, ganó la general de la Vuelta ciclista a Asturias, para
alegría de sus paisanos que se volcaron en las carreteras del principado
vecino para darle su aliento, una etapa en la Vuelta a España y una
etapa en la siempre prestigiosa Dauphiné Liberé, aquella carrera clásica
en la que los favoritos a la victoria en el Tour de Francia afilaban
sus piernas en busca de la gloria estival.
A Santisteban le gustaba arrancar de lejos; era fuerte, constante, un
animal del plano. Su pundonor le levantaba del sillín y le hacía apretar
los dientes para encontrar el premio de la victoria, casi siempre en
solitario. Siempre felicitado por los rivales quien veían en él a un
tipo íntegro y, ante todo, a una buena persona. La temporada de 1976
comenzó en Andalucía, en esa carrera invernal en la que el sol del sur
se agradece tras los amaneceres gélidos. Allí ganó una etapa y de allí
pasó a otras carreras en las que su oscuro trabajo de gregario le
impidió ganar parciales aunque no reconocimiento. La última etapa de la
Vuelta a España fue una contrarreloj; se disputó en San Sebastián y
Santisteban, que ya iba como una moto, quedó tercero a doce segundos del
vencedor, el alemán Thurau. El plan de preparación física iba según lo
esperado; el objetivo era llegar al Giro a tope de fuerzas e intentar la
gloria del vencedor parcial en alguna de las etapas.
El Giro de Italia de 1976 comenzó en Sicilia. A Santisteban, como al
resto de españoles que formaban el pelotón, Sicilia le evocaba escenas
de "El Padrino" y asuntos de la "Cosa Nostra", pero en mayo, Sicilia, al
igual que el resto de Italia, es ciclismo en estado puro. El país se
paraliza para vivir el Giro y como tal, las carreteras de la isla
estaban plagadas de tifossi aquel veintiuno de mayo. La carrera,
lanzada por los galgos italianos, iba cerca de Acireale, una pequeña
ciudad al norte de Catania y Santisteban, al igual que otros de sus
compañeros, fueron obligados a parar para esperar al hombre fuerte del
equipo, José Antonio González Linares. Quedaba claro que aquel no era el
día del Kas. Kilómetros antes, Galdós había roto la bici y Martos, otro
de los cántabros del equipo, se había visto obligado a esperar para
ayudarle a reintegrarse en el pelotón. Y ahora era Linares, otro
cántabro, un corredor con un buen punch final que estaba
capacitado para poder dar la sorpresa en los últimos kilómetros, quien
pinchaba y se veía obligado a buscar la ayuda de sus compañeros de
equipo. El trío cántabro, Linares, Martos, Santisteban, junto a Carlos
Ocaña, ponen un ritmo brutal en busca del pelotón, pero de ellos,
Santisteban es el más fuerte. En uno de los relevos, pone una marcha
imposible de seguir y es avisado por sus compañeros. Le mandan parar. "Piano, piano", que para eso estamos en Italia, y Santisteban baja el pistón, espera y mira atrás. Ese es su gran error; mirar atrás.
Mientras busca con la mirada a sus compañeros de equipo no puede ver
como una botella tirada en la carretera se interpone en su camino.
Mientras toma una curva abierta, con Acireale a sus espaldas, la rueda
delantera tropieza con el obstáculo, seguidamente la bicicleta se
tambalea, Santisteban no puede mantener el equilibrio y cae
aparatosamente. En el primer impacto se fractura el brazo, la pierna y
varias costillas; todo un destrozo en el lado izquierdo de su cuerpo. El
segundo impacto es peor, rebotado por el asfalto y con una inercia ya
imparable, va a parar de cabeza contra el suelo. El impacto es letal y
la muerte es inmediata.
Sus compañeros se detienen, el público se tapa los ojos, los médicos
tardan en llegar. El caos es total y las noticias no pueden ser más
nefastas. Desde 1952, cuando Orfeo Ponsin se había dejado la vida en el
asfalto, ningún ciclista había muerto en la disputa del Giro de Italia.
Santisteban, de treinta y un años, casado y con dos hijos, es la segunda
víctima en la historia de la carrera. El drama es enorme, sus
compañeros están desconsolados y las escenas son sobrecogedoras. Ese
mismo día, ocho mil personas se juntan en Catania para rendir homenaje
al corredor en un funeral improvisado. Tras recibir un millar de
muestras de afecto, el equipo Kas decide seguir en carrera, creen que es
el mejor homenaje que le pueden dar a su compañero, el tipo que
irradiaba energía y que era el amigo de todos. Diecinueve victorias como
profesional engalanaban su palmarés.
El vuelo 366 de Alitalia, procedente de Roma, aterrizó en Barajas dos
días después. Allí esperaba una multitud; directivos, familiares, amigos
y un desconsolado Luis Puig, el patrón del Kas. Delante del ataud de
pino, lo primero que ven salir del avión es la bicileta rota, con las
ruedas torcidas y el número "56" aún colgando de la parte delantera del
cuadro. A la escalerilla de acceso se acercan los más cercanos
acompañados de un sacerdote e improvisan una breve ceremonia antes de
embarcar rumbo a Bilbao. El Consejo Superior de Deportes le impone la
Medalla de Plata al Mérito Deportivo a título póstumo y el pueblo de
Colindres se prepara para recibir los restos de su héroe.
El funeral fue emotivo; toda la Cantabria ciclista se concentró en
Colindres, allí estuvieron Fuente y Trueba, presente y pasado del
ciclismo español más glorioso, allí estuvieron sus vecinos, su viuda,
sus hijos y allí se derramaron lágrimas y se fraguó un recuerdo
imperecedero para uno de esos tipos anónimos que el deporte se empeña en
aparcar en el olvido.
Aún hay muchos que no le olvidan. En Colindres, cada año celebran una
marcha ciclista en su memoria y en Acireale, junto a una curva abierta y
tras el asfalto gris, se levanta un monumento de piedra negra en honor a
Juan Manuel Santisteban, el ciclista, el gregario, el amigo que se dejó
la vida en el primer día del Giro de Italia de 1976. Aquella etapa
también la ganó en solitario.
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