 En el verano de 2001 el Getafe Club de
 Fútbol buscaba su identidad planificando sus visitas a los campos de la
 Segunda División B. Inmerso una grave crisis económica y con un nuevo 
estadio al que no accedía ni un cuarto de su capacidad en cada partido 
de domingo, el nuevo técnico, Felines, había confeccionado una plantilla
 bastante bien dotada en el aspecto técnico y con serias aspiraciones de
 liderar el grupo de cara a regresar, por cuarta vez en su historia, a 
la Segunda División del fútbol español.
En el verano de 2001 el Getafe Club de
 Fútbol buscaba su identidad planificando sus visitas a los campos de la
 Segunda División B. Inmerso una grave crisis económica y con un nuevo 
estadio al que no accedía ni un cuarto de su capacidad en cada partido 
de domingo, el nuevo técnico, Felines, había confeccionado una plantilla
 bastante bien dotada en el aspecto técnico y con serias aspiraciones de
 liderar el grupo de cara a regresar, por cuarta vez en su historia, a 
la Segunda División del fútbol español.
Entre los componente de la plantilla se encontraba Sebastián Gómez 
Garrido, futbolísitcamente conocido como "Sebas". El defensor central, 
que ya había fichado por el equipo durante el verano anterior, se 
reincorporaba a la plantilla después de una exitosa cesión en el Gandía.
 Este futbolista de perfil bajo, que había pateado campos de tierra y 
barro en busca de un sueño, regresaba a Getafe con la promesa de 
sentirse un futbolista importante por primera vez en su vida.
Corrían los últimos días del mes de agosto cuando el entrenador decidió 
dar unos días de asueto a sus chicos en pos de que se despejaran y 
olvidasen, por unos momentos, toda la tensión competitiva que estaba a 
punto de echárseles encima. Faltaba una semana para que comenzara la 
liga y Sebas viajó a Castellón para pasar unos días con la familia y 
alternar un par de noches con sus amigos de toda la vida. Junto a la 
playa del Gurugú, tomaba unas copas en un pub cuando se fijaron en un 
grupo de chicas. No le costó demasiado esfuerzo compenetrar con una de ellas y
proponer un plan nocturno sobre la arena de la playa. Eran las cuatro
 de la mañana cuando la pareja retozaba en la arena y cuando un 
desconocido se acercó para orinar en la oscuridad.
Todo sucedió demasiado rápido. Sebas se levantó enfurecido, acusó al 
desconocido de mirón y le persiguió hasta darle caza y soltarle dos 
puñetazos en el rostro. El otro se echó atrás, sacó una pistola, disparó
 tres veces y salió corriendo antes de comprobar como su agresor caía 
inerte sobre la arena dejando un río seco de sangre que le nacía del 
pecho. Le habían perforado la arteria aorta con una bala.
El desconocido, quien tiró la pistola al mar en el puerto mientras 
corría en busca de un lugar donde protegerse, terminó confesando su 
crimen a la mañana siguiente. Igual que Sebas, también venía de Madrid, e
 igual que Sebas, también disfrutaba de unos días de permiso. La 
situación se enmarañó aún más cuando se dio a conocer que el tipo era un
 policía en activo que pasaba unos días de vacaciones en Castellón y 
caminaba por la calle con el arma reglamentaria bajo el pantalón.
A Sebas le quedaban dos semanas para cumplir los veintiséis años, tres 
mil personas salieron a las calles de Vila-Real para darle el último 
adiós y sus afectados compañeros del Getafe portaban el ataúd que 
terminaría sepultado para siempre en una tumba, igual que aquellos 
sueños que dibujaron a un joven ilusionado como un futbolista importante
 por primera vez en su carrera. El incidente unió aún más a la plantilla
 que aquella temporada firmó unos registros históricos y ascendió a la 
Segunda División. Fue en la primavera del año siguiente, unos meses 
después de que Ángel Torres accediera a la presidencia del club. El 
equipo, el estadio y la ciudad se acordó de Sebas. Un par de años más 
tarde el Getafe ascendería a primera y el recuerdo de Sebas se fue 
borrando mientras otros ídolos iban llenando el corazón de los 
aficionados.
El policía que disparó contra Sebas fue condenado a cuatro años de 
cárcel y a pagar una multa de ciento veinte mil euros. La familia, que 
consideró que la vida de Sebas tenía muy poco valor para la justicia, 
recurrió la sentencia alegando trato de favor por parte del tribunal. 
Son los litigios oscuros de la realidad. La justicia se paga con 
injusticia y las agresiones se pagan con la vida. Desde hace once años 
hay un recuerdo en Getafe para un chico que quiso ser defensa titular y 
no llegó a debutar con el primer equipo. El recuerdo se apaga y las 
balas siguen ardiendo en la conciencia de quienes obviaron la verdad. 
Quizá él no hubiese jugado nunca en Primera, pero si alguien hubiese 
optado por denunciar una agresión antes de consumar una macabra 
venganza, seguramente Sebas aún estaría vivo y recordaría a aquella 
chica que le acompañó a la playa del Gurugú en los últimos días de agosto.
 
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