En la época clásica, el laurel era
considerado como un árbol protector y curativo, los romanos lo asociaron
como símbolo de Apolo, Dios de la belleza y la juventud. Como
conmemoriación a alguien cuyas dotes destacaban por encima de las de los
demás, se regalaba una corona de laurel a modo de consagración. Así, en
los antiguos Juegos Píticos, sucesores de los Juegos Olímpicos en Roma,
se coronaba con laurel a cada uno de los campeones. Siendo considerado,
pues, como símbolo de victoria, el laurel pasó a decorar las cabezas de
emperadores y de grandes generales después de triunfar en batalla. Se
decía que, una vez coronado, el emperador o el general solía descuidar
su actividad al considerar que ya había logrado suficiente y el éxito le
iba a acompañar siempre. De esta manera, cada vez que el pueblo
comprobaba como su dirigente no hacía nada por ayudarles, solía decir
que dormía en sus laureles.
Así, la expresión ha llegado a nuestros días, como símbolo de la pereza y
de la autosatisfacción mal gestionada. Alguien consigue algo que le ha
costado cierto esfuerzo lograr y, una vez obtenido el premio deja de
esforzarse pues considera que puede ser capaz de vivir para siempre
gracias a su éxito. Cuando su carrera va cuesta abajo se dice que se ha
dormido en los laureles.
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