miércoles, 27 de junio de 2012

El país donde nunca pasaba nada

Existía un país donde nunca pasaba nada. Si su presidente del gobierno se negaba a dar explicaciones a la nación incumpliendo los establecimientos del principio democrático, no pasaba nada. Si el presiente del Consejo Superior de Poder Judicial se montaba viajes de lujo a costa de los presupuestos del estado, no pasaba nada. Si la ministra de sanidad decidía que los medicamentos que antes eran gratis ahora dejasen de serlo porque podrían ser sustituídos por otros remedios naturales igual de terapéuticos, no pasaba nada. Si la televisión pública caía en manos del poder y se utilizaba como elemento de propaganda política por encima de su obligación como elemento de información al ciudadano, no pasaba nada. Si varios presidentes de Comunidades Autónomas, alcaldes y concejales varios caían en la tentación de la corrupción y se marchaban del cargo con un insulto en la cara pero con las espaldas bien cubiertas, no pasaba nada. Si una Comunidad Autónoma reelegía para el cargo de presidente al mismo tipo que hizo la vista gorda mientras sus cargos repartían dinero por doquier a base ERES que se cargaban a costa del sudor ciudadano, no pasaba nada. Si un presidente se pasaba años negando una crisis sin hacer nada mientras millones de ciudadanos se veían abocados a la desesperación, no pasaba nada. Si otro presidente mentía impunemente y le hacía pagar la crisis a la ciudadanía después de haber jurado por lo más sagrado que nunca lo haría, no pasaba nada. Si un juez se saltaba la jurisprudencia para rozar la prevaricación e imputar a otro juez que tenía unas ideas contrarias a las suyas, no pasaba nada. Si no existía la justicia, no pasaba nada. Si se recortaba en Investigación y Desarrollo, en Sanidad y en Educación y los niños se veían abocados a la prehistoria educativa, no pasaba nada. Pero ojo, bastaba que la selección de fútbol ganase o perdiese un partido para que todo el país se echase a la calle, bien para celebrar o bien para reprochar. Entonces, sí que pasaba algo. Y luego se quejaban cuando les decían que tenían lo que merecían.

jueves, 14 de junio de 2012

Cualquier parecido con la realidad

En un pueblo viven seis personas; Antoñito, Benito, Carlitos, Dionisito, Emilito y Francisquito. Antoñito vende chamizos y tiene como empleado a Benito, a quien paga cinco monedas al mes. Carlitos es el encargado de guardar las monedas de Antoñito, Benito, Dionisito y Emilito. Dionisito trabaja en la vaquería de Emilito y cobra cuatro monedas al mes. El dueño del pueblo es Francisquito, quien cobra dos monedas al mes al resto de habitantes, dinero que él guarda en su propia caja fuerte. Una vez al mes, Francisquito debe abrir la caja fuerte para entregarle una moneda a Gerardito, el gestor de la comarca, a cambio de recursos para el mantenimiento del pueblo.

Antoñito paga religiosamente sus cinco monedas mensuales a Benito, le ha vendido un chamizo a Dionisito por veinte monedas que guarda en casa de Carlitos y, cada fin de mes, paga sus dos monedas a Francisquito por la utilización de sus bienes.

Benito cuenta sus cinco monedas e invierte una en la vaquería de Emilito a cambio de rentas futuras, paga dos monedas a Francisquito por la percepción de su renta y guarda las dos restantes en casa de Carlitos.

Emilito recibe una moneda mensual de Benito y gana otras diez monedas con la venta de leche en otros pueblos de la comarca. De las once monedas recibidas, paga cuatro a Dionisito en concepto de salario y dos a Francisquito por la utilización de sus bienes, y guarda las cinco monedas restantes en casa de Carlitos.

Dionisito, quien gana cuatro monedas al mes y paga dos monedas a Francisquito por la adquisición de inmuebles, le ha comprado un chamizo a Antoñito por veinte monedas. Pero como sólo tiene dos monedas para gastar, pide veinte monedas prestadas a Carlitos, quien se las presta a cambio de le devuelva cuarenta monedas en el plazo de veinte meses. De esta manera, en diez meses ya le habrá pagado las veinte monedas prestadas, debiéndole aún otras veinte monedas más.

Transcurridos los diez meses, y al comprobar que el negocio de Emilito ha prosperado, Carlitos invierte todo el dinero ajeno que guarda en su casa en la vaquería. Esto incluye las doscientas monedas que ha ganado Antoñito tras vender un chamizo al año, las dos monedas mensuales de Benito, las veinte monedas devueltas por Dionisito y las monedas mensuales derivadas de los beneficios de Emilito.

Pero una epidemia acaba con todas las vacas y Carlitos, con ello, pierde todo el dinero invertido. Antoñito, al no poder recurrir a sus ahorros, se queda sin dinero para poder comprar materiales y, al no poder construir más chamizos, tiene que despedir a Benito. Emilito, al perder todas sus vacas, se ve obligado a despedir a Dionisito, quien se queda sin renta para poder pagar el resto de su deuda a Carlitos, por lo que éste, a modo de contraprestación, se queda con su chamizo. Antoñito, obligado a afrontar pagos con sus proveedores, también pierde sus chamizos y se ve obligado a dormir en la calle junto a Benito, Emilito y Dionisito.

Carlitos tiene el chamizo de Dionisito y, además, mantiene su casa y sus propios ahorros, ya que perdió el dinero de todos los demás. Francisquito, agobiado tras comprobar que ya no recibe las dos monedas mensuales de Antoñito, Benito, Dionisito y Emilito, ruega a Carlitos que les preste parte de sus ahorros para que él pueda seguir costeando el mantenimiento del pueblo, pero Carlitos se niega a a entregar su dinero a nadie. Por lo tanto, Francisquito se ve obligado a solicitar a Gerardito parte del dinero que él mismo le había entregado, con la misión de poder repartirlo a los ciudadanos del pueblo con el objetivo de que el gasto vuelva a fluir. Pero Gerardito, que no se fía de la capacidad de gestión, de Francisquito, ni de la capacidad de administración del resto de vecinos, le entrega el dinero directamente a Carlitos con el objeto de que este lo gestione en consecuencia.

Carlitos, quien tiene una deuda con otros prestamistas de la comarca, gasta la mitad de lo recibido por Gerardito y guarda la otra mitad en previsión de lo que pueda pasar. Y, de esta manera, el dinero de Gerardito no llega nunca a Antoñito, ni a Benito, ni a Dionisito, ni a Emilito. Francisquito, al no obtener sus rentas, se ve obligado a abandonar el pueblo y Antoñito, Benito, Dionisito y Emilito se ven obligados a vivir entre desperdicios y ruínas mientras observan como Carlitos mantiene su casa, ocupa sus chamizos y sigue comprando vacas en el pueblo de al lado.

¿Os suena de algo toda esta historia?

lunes, 4 de junio de 2012

Papi

Un "te quiero" vale una vida, un "estás contratado" vale un mundo, un "bien hecho" vale una satisfacción, un "gracias" vale una sonrisa, un "por nosotros" vale una promesa, un "sí" vale un aplauso, un "no" vale una disculpa, un "perdón" vale un abrazo y un "tú puedes" vale una admiración. Pero ninguna palabra llena más el alma como escuchar decir "Papi" a tu hijo de dos años.