miércoles, 29 de abril de 2020

El inglés

El inglés se coló en nuestras casas un verano italiano en el que el fútbol era aburrido y las expectativas igual de altas que siempre. Había dejado el fútbol meses atrás y la televisión pública le había fichado para comentar los partidos del grupo de Inglaterra e Irlanda. Hablaba mal el español, pero era gracioso y sus comentarios eran muy interesantes. Allí había alguien a quien tomar de la mano.

Meses después apareció en el recién nacido Canal Plus. Antes de que la señal se codificase, las previas de los partidos en abierto empezaban a ser delicia y, después, los lunes, nos empezó a enseñar la cara humana del fútbol en el maravilloso programa "El día después". Aquellos lunes marcaron a toda una generación que crecíamos con el Carrusel Deportivo, aprendíamos con su maqueta de Atotxa y nos reíamos con "Lo que el ojo no ve".

Siguió creciendo como comentarista de partidos, siempre con el comentario certero, siempre con el chascarrillo oportuno. Su pareja con Carlos Martínez se convirtió en historia de la retransmisión deportiva y aquella manera de celebrar los títulos de España nos hizo saber que él hacía tiempo que ya era uno de los nuestros.

Pero si hubo una obra que le encumbró como el tipo que mejor nos contó las historias del deporte, esta fue "Informe Robinson". El, para mí, mejor programa deportivo de la historia de la televisión en España, nos presentó historias humanas, historias de superación, historias de emoción, historias de recuerdo. Nos descubrió a Carlovich, a Tittyshev, nos enseñó cómo fue el intento de rescate de Iñaki Ochoa de Olza, nos mostró la vida de deportistas anónimos, nos enseñó que la vida, más allá del fracaso o del éxito, está compuesta de pequeños momentos donde nos forjamos como persona.

Porque es ahí donde radicó el éxito de un tipo de aspecto común pero que demostró ser fuera de lo común; antes de ser deportista, comentarista o presentador, nos enseñó su cara humana y nos hizo ver a todos que era una muy buena persona. Y es por eso, principalmente por eso, que hoy lloramos con tanto ahogo su muerte. El mundo hoy es un poco peor. El inglés nos deja un gran legado.

jueves, 23 de abril de 2020

Dar el pego

Cuando los juegos de cartas se hicieron populares en tabernas, salones y casas de recreo, fue tanto lo que se puso en juego que no se tardó en "profesionalizar" el asunto. Ya se sabe que cuando hay dinero de por medio, las trampas suelen ser un factor determinante a la hora de medir la codicia de cada adversario. Los tahures, repartidores de cartas entrenados a conciencia y preparados para dar lo mejor de sí en cada partida, eran mirados con recelo ante la posibilidad de que pudiesen realizar algún truco con el fin de favorecer o perjudicar a alguno de los jugadores.

Uno de los trucos más recurridos por los tahures, auténticos fulleros de la profesión, era la de untarse cuidadosamente las uñas de una cera adhesiva antes de la partida y poder así manipular una mano con la maestría de un mago. El tahur, hábil en la visión de la siguiente carta a repartir, podía pegar esta a la de abajo con auténtica habilidad y repartir dos cartas juntas haciendo creer al incauto que le había repartido una sola. La mayoría de las veces los jugadores no eran conscientes de este truco y recibían la carta de abajo, notablemente peor que la de arriba, pegada con cera con precisión de cirujano. Acabada la mano, el tahur pedía una baraja nueva y aquí no había pasado nada.

Resulta que el riesgo de la trampa era tan elevado que, al entrar en juego el dinero y el honor, si el chance era descubierto, a menudo los tahures se veían obligados a enfrentarse a un duelo al sol cara a cara con el mancillado. Allí, arma en mano, solían carecer de la habilidad que tenían con los naipes. Ello les obligaba a ser más que concretos con el manejo de la baraja, pues cualquier descuido podía disparar una sospecha letal.

A medida que se fue universalizando este truco y, por conocimiento global, fue desapareciendo de las artimañas de los tahures, cualquier tipo de engaño con visos de perfección o cualquier artificio ilusorio, fue denominado como "dar el pego", en honor a aquel viejo truco en el que se pegaban dos naipes para hacer creer que solamente se había repartido uno. De este modo, cada vez que nos dan una imitación y nos la hacen pasar por original, cada vez que nos muestran una falsedad que parece completamente verdadera, siempre que nos lo creamos, dirán que nos han dado el pego. Nos han hecho creer que había una carta, cuando verdaderamente había dos.

jueves, 16 de abril de 2020

Conocerse a sí mismo

Corremos tanto y tan deprisa que, cuando, de manera imprevista, nos vemos obligados a echar el freno de mano, nuestra vida da un trompo y gira ciento ochenta grados para ponernos contra la pared y contra la vida. De repente reflexionamos, recordamos, nos ponemos en solfa con nosotros mismos y nos empezamos a reconocer, porque la mácula de cualquier persona queda con la juventud, cualquier paso dado desde entonces está marcado más por las circunstancias que por la inocencia, no queda nada de color blanco en nuestras decisiones y todo queda marcado por el gris que impera con el tiempo y que seduce nuestra sinrazón.

Hemos vivido tan deprisa que, durante tiempo, hemos seguido creyendo que éramos el niño que fuimos y no el adulto que somos, que los chicos que corren a tu alrededor son tus hijos, que la persona que aguanta tus frustraciones es tu compañera de vida, que todo lo que dejaste atrás son miedos y que lo que queda delante no son todo certezas sino recuerdos, ciertas ilusiones y todos los arrepentimientos que forjaron nuestra personalidad. De repente nos quedamos solos y, de repente, empezamos a conocernos.

Porque cuando creíamos tenerlo todo nos damos cuenta que no tenemos nada, porque donde no hay nada vuelve a haber un principio, porque todo principio da miedo y porque todo miedo está fundado en la incertidumbre. Lo desconocido nos aterroriza, nos aplana, nos pone contra la pared y cuando reflexionamos sobre lo que podemos llegar a ser preferimos cerrar los ojos y seguir soñando, porque la realidad, siempre, es mucho más dura que la ficción.

martes, 7 de abril de 2020

Pasar por encima de los muertos

Lo hicieron con el terrorismo de ETA cuando la economía les impedía hacer oposición y necesitaron tirar de demagogia para chantajear emocionalmente a una población fácilmente manejable. Se apropiaron de los muertos, los sumaron a una lista y les hicieron creer al mundo que sólo a ellos les importaban y que el resto de partidos políticos escupían en su memoria. Era una manera ruín de politizar un drama por el que todos habíamos sufrido durante décadas.

Lo hicieron con el terrorismo islamista cuando, por el ansia de conservar el poder, volvieron a sacar a ETA a la palestra para contarnos una mentira y lograr que el pueblo prendiese en lágrimas y les volviese a refutar su confianza. Les dio igual mentir, les dio igual seguir hacia adelante, les dio igual ser cabezotas y fabricar teorías de la conspiración. Era una manera soez de mantenerse en el poder porque el poder les hacía ricos e influyentes.

Lo hicieron con el YAK-42, donde no les importó jugar con el dolor de las familias con tal de no reconocer errores. El accidente fue una tragedia pero lo realmente trágico fue comprobar como las familias no pudieron velar a sus muertos y si lo hicieron fue a cuerpos ajenos porque nadie en el poder fue capaz de reconocer que la habían cagado desde el principio. Engañaron con los informes, con los cuerpos, con los pésames. Era una manera cruel de hacerse valer porque para ellos no existen más verdades que las que ellos se fabrican.

Lo hicieron con los accidentes de ferrocarril donde, antes de reconocer que no habían pulido las infraestructuras, que quizá deberían haber advertido y que hubiese sido más sensato dar circulares preventivas que pésames austeros, dejaron que todas las culpas corriesen contra los conductores y Valencia y Santiago se convirtiesen en la fosa común de gente sin conciencia. Era una manera sibilina de perpetuarse en la cima, porque para ellos bajar es un verbo que no se conjuga.

Y lo hacen ahora, con trece mil muertos en la mesa, con trece mil familias partidas por la mitad, con un enemigo desconocido atacando a los estados en todos sus frentes, con la economía en peligro de derrumbarse, con una tragedia como no se había conocido desde que las guerras asolaron el continente. Porque ellos no tienen conciencia, ni sienten dolor, sin parecen tener empatía. Y si algo tienen, es carroñerismo. Así son. Nunca decepcionan.

jueves, 2 de abril de 2020

Mirinda




Recuerdo perfectamente el sabor de la Mirinda. Eran los años en los que apenas se vendía la Fanta y Kas y Schweppes no se habían adentrado en el negocio de los refrescos con gas. En cualquier bar, pedir una naranja o pedir un limón, significaba pedir una Mirinda, un refresco con intenso sabor a naranja y un fuerte golpazo de gas sobre el paladar.


Aquellas Mirindas fueron siendo sustituidas, poco a poco, por el creciente empuje de la Fanta, la bebida refrescante con gas que Coca-Cola sacó al mercado. De este modo, el "dame una naranja" pasó a ser el "dame una fanta de naranja". Con ello, la Mirinda fue pasando al olvido hasta desaparecer no solo de las cámaras de los bares sino de sus propios carteles luminosos.