miércoles, 25 de noviembre de 2020

Tomar por el pito del sereno

Durante el siglo XVIII comenzó a hacerse popular, en las ciudades españolas, la figura de un vigilante nocturno que se dedicaba a cantar la hora y dar el parte meteorológico. Como quiera que la mayoría de las veces el cielo estaba despejado, dicho vigilante terminó cantando la hora acompañado de un "sereno" que se traducía tiempo tranquilo y que terminó convirtiéndose en el apodo por el que fue reconocida la figura.

El sereno hacía su ronda acompañado de un bastón y un silbato. Igual daba la hora y el parte que guardaba la llave de los portales de la zona para poder abrir las puertas a los vecinos que llegasen tarde a casa. El silbato lo utilizaba para avisar a las autoridades si se producía algún altercado. Sonaba el pito y la policía o los bomberos llegaban para detener a los alborotadores, apagar algún fuego o rescatar a algún ciudadano de su apuro.

Ocurrió que la mayoría de los serenos terminó por tomarse su trabajo demasiado en serio y fueron muy estrictos en su labor. Ante cualquier altercado, por ridículo que fuese, terminaban haciendo sonar el silbato. Igual que le ocurrió al pastor que engañaba al pueblo con la llegada ficticia del lobo, las autoridades terminaron por hacer caso omiso ante la llamada de atención del vigilante. Con el paso del tiempo, el pito del sereno dejó de ser considerado en serio y se convirtió en chanza para saber hacer a alguien que no le tendrían en consideración y que no valorarían ninguna de sus palabras o consejos.

lunes, 16 de noviembre de 2020

El discurso genocida

China ha vencido al virus después de un confinamiento estricto y ahora la economía del país funciona a

pleno rendimiento y aprovecha el parón del resto de economías, aún enfrascadas en una lucha sin cuartel contra sus propias contradicciones. Algo parecido empieza a ocurrir en Australia donde, después de una salvaje primera ola, decidieron que la segunda no les iba a pillar con las manos en los bolsillos y tuvieron a la gente en casa por espacio de dos meses. Sin hostelería, sin servicios no esenciales, sin movimiento por las calles.

Lo que está ocurriendo en España se parece más a un descalzaperros que a una política preventiva; nos estamos empeñando en salvar la economía dejando a la salud en un segundo plano cuando la verdadera razón de una política por la ciudadanía sería la de preservar la salud de su gente para, luego, reactivar el sector económico. Cada vez que escucho que nos estamos arruinando al tiempo que muere gente, pienso en qué clase de políticos tenemos capaces de priorizar que la gente pueda tomarse una caña antes de asegurar una cama en un hospital para aquellos que puedan caer enfermos.

A mí me gusta salir a tomar una caña, seguramente tanto como al que más, pero si somos conscientes de la realidad, si nos paramos a pensar un momento en lo que está sucediendo en el mundo, deberíamos tomar el camino de la precaución y, sobre todo, el de la salvaguarda, porque, ya que somos egoístas con nosotros mismos, no lo seamos con quienes nos rodean, porque todos tenemos padres y muchos tienen abuelos que, sin haberlo buscado ni deseado, se han convertido en verdadera población de riesgo.

Por ello, cada vez que escucho eso de que si no nos morimos del virus nos vamos a morir de hambre, pienso en que, quizá, sin cayese un meteorito sobre la tierra, desapareciese un continente y el invierno eterno nos cubriese con su amenaza de fin del mundo, serían muchos los que dirían que no nos pusiéramos a salvo pues los bares iban a cerrar y mucha gente se iba a morir de hambre. Claro, y más se van a morir si seguimos así, porque con este discurso genocida en el que se priorizan a los sanos sobre los enfermos, jamás terminaremos con el virus y jamás, como ya han hecho en China y Australia, volveremos a funcionar a pleno rendimiento que es, al fin y al cabo, el único objetivo que deberíamos tener en mente.

martes, 10 de noviembre de 2020

Bad


Cuando Michael Jackson abandonó a sus hermanos y se lanzó en solitario no fueron muchos los que auguraron un éxito tan descomunal. De repente se convirtió en icono y le bautizaron como rey del pop. Su album "thriller" le situó en la cima de la música y nos hizo a todos bailar como zombies poseídos. Fue un bombazo sin precedentes.

Para igualar lo anterior, Jackson se vería obligado a sacar un disco descomunal. Mucho se especuló sobre el mismo y muchos auguraron que, tras tocar el cielo, no sería capaz de llegar más arriba. Entonces llegó "Bad" y el subidón de adrenalina fue tal que fuimos muchos los que nos sumamos a sus bailes eléctricos, sus ritmos pop y sus agudos incansables. Bad, The way you make me feel, Dirty Diana o Smooth Criminal son hoy auténticos himnos de la música pop.

miércoles, 4 de noviembre de 2020

El tío Julián

Son ya demasiadas las ocasiones en las que tengo que escribir un post para lamentar la pérdida de un

ser querido. Lo cierto es que la vida pasa tan deprisa que, cuando nos paramos a observar, nos damos cuenta de que nuestros mayores son cada vez más mayores y a nosotros mismos nos va atropellando el tren mientras intentamos llegar sanos y salvos a la siguiente estación. Lo cierto, también, es que al tío Julián aún le quedaban años de disfrute, que la vida, tan bonita en sus matices, es perra en sus caprichos y que nadie está preparado para afrontar la muerte de quien ha servido como ejemplo y guía espiritual.

Mi gran recuerdo de él tiene siempre el mismo escenario; el bar Rochano. Aquel lugar donde de pequeños buscábamos el afecto paternal y un refresco de naranja y, donde nos reuníamos cuando nos hicimos jóvenes inconscientes, y bebíamos más cerveza de la cuenta. Allí, mientras algún partido de fútbol refulgía en el televisor, se escuchaba la risa inconfundible de mi tío. Era imposible no reírse con él. Jamás he visto a nadie vacilar a los seguidores del Madrid como lo hacía él. Aquellos "Os podéis ir que ya no remonta", cada vez que perdían y el árbitro pitaba el final del partido o cuando repetían una ocasión fallada y decía "No, tranquilos que no va a entrar", se convirtieron en folclore popular para aquellos que deseábamos las derrotas blancas y encontrábamos en mi tío a nuestro mesías.

Pero no sólo de ver fútbol vivió mi tío. Hijo de una postguerra cruel y huérfano de padre a los ocho años, tuvo que aprender a ganarse la vida con los pies descalzos y los dientes ávidos de un trozo de pan. Aprendiz de carbonero y jornalero eventual, Madrid le dio la oportunidad que le negaba el pueblo y le enseñó un oficio. Durante años madrugó como el que más, puso un ladrillo tras otro y dejó su legado en las espaldas de un hijo que hoy puede mirarse al espejo orgulloso por ser quien es sabiendo lo que es gracias a quien lo es.

Su vida estuvo cargada de luces y oscurecida por sombras. Aquellos días en el río Bullaque, junto a otras siete u ocho familias, convirtiendo la compañía en su escenario habitual; inventándose canciones, contando chistes, poniendo motes, cazando cangrejos y friendo los pajaritos que cazábamos con la plomera. O cuando iba a trabajar con mi padre y me preguntaba si seguía llevando la L de novato pegada a la espalda. O esa risa inconfundible con un comentario suyo cada vez que te lo cruzabas. Pero también sufrió, y lo hizo porque tuvo como compañera a una mujer que no supo apreciar su valía y que hizo todo lo posible por alejarle de su familia. Fueron muchos los años en los que mi tío fue un comentario en casa a la hora de comer en lugar de una certeza o un abrazo real. Aquellos días en los que sabías que mostraba energía por fuera pero que debía llevar una procesión por dentro. Y fueron aquellas procesiones las que fueron acabando con su persona. Una vez le vi y ya no parecía él, a la siguiente ya ni siquiera reía y la última vez llegó incluso a comentar que prefería estar muerto. El dolor, la pena y la desgracia terminaron llevándoselo por delante y como todos sabemos que sólo muere quien se olvida, no hace falta más que recordar aquella risa alta y contagiosa para saber que el tío Julián va vivir durante toda la vida dentro de nosotros.