lunes, 7 de noviembre de 2016

Miedo al miedo

Tenemos miedo a sentir, a mirar, a escuchar y a ser escuchados. Miedo a hablar, a caminar bajo la lluvia, a sentir el sol en agosto y la nieve en enero, a crecer, a reír, a llorar, a sentir. A querer. Porque tenemos miedo de nosotros mismos, de la mala noticia, del suceso inesperado, de la sonrisa, de temer que no seríamos nosotros los que podríamos reir los últimos. Miedo al ridículo, a la verdad, a la monotonía.

De tanto sentir miedo hemos desarrollado el miedo al miedo. Porque el miedo nos impide ser como somos, decir lo que queremos, interpretar lo que vemos. Tememos la respuesta ajena en forma de hacha implacable porque en el fondo sabemos que, en este mundo global, siempre existe alguien detrás de la esquina. Por eso nos obligan a ser prudentes, sanos y callados. Sobre todo callados. Porque nos imponen una mordaza por ley, una etiqueta por defecto y un prejuicio por montera.

Nos han educado con miedo. El qué dirán es el peor virus de esta sociedad. El ser políticamente correcto es como el valor en la mili, se presupone y se establece. No debemos ser groseros y no está de más ser cortés, pero la educación no está reñida con la protesta. La necesidad impera y nosotros seguimos dormidos en la lona porque tenemos miedo a perderlo todo. Y lo peor es que no tenemos nada. La sociedad nos ha educado cobardes. Dóciles. Manejables. Miedosos.

lunes, 26 de septiembre de 2016

Compañerismo

El ser humano necesita condiciones imprescindibles para desarrollarse como un ser feliz. Atención, sabiduría,
aprendizaje y saberse querido. De las necesidades humanas nacen las relaciones de amor y amistad. Todos necesitamos sentirnos acompañados en algún momento de nuestro viaje, necesitamos a esa persona con la que compartir confidencias y planear largas tardes de compañía.

Vivimos una época en la que pasamos tanto tiempo en nuestro puesto de trabajo que terminamos formando una familia con aquellos compañeros con los que compartimos horas y horas de divagaciones. Por ello, consideramos imprescindible el hacer piña porque, una vez sabes que tu tiempo va a pasar a través de horas y horas sentado en una silla, necesitas empatizar para no sentirte solo y para encontrar, una vez más, esas condiciones de desarrollo vital y social a las que todos nos agarramos por instinto de supervivencia.

Es por ello que, cuando terminas encontrando amigos en tus compañeros de trabajo, la rutina diaria se convierte en llevadera e, incluso, apasionante. Se trata de compartir, de reir y de arrimar el hombro. De encontrar un oído donde postrar tus confidencias y una mano amiga para recibir una palmada de complicidad. Ya que nos vemos abocados a pasar media vida en el trabajo, que menos que congeniar con aquellos con los que compartes esa gran parte de tu existencia. No es fácil, pero cuando se consigue es banstante satisfactorio.


lunes, 20 de junio de 2016

Miedo, identidad, populismo e incertidumbre

El PP tiene miedo. Miedo a que se acaben sus días de asueto, a que les tumben las leyes, a que los poderes fácticos comiencen a mirar hacia otro lado y, miedo, sobre todo, a que les desmonten el chiringuito. Miedo a que los corruptos terminen en la cárcel, a que las comisiones se reduzcan a cero y miedo a tener que volver a creerse todas sus mentiras despotricando barbaridades desde el púlpito de la oposición.

El PSOE sufre por su identidad. Le han comido la tostada por la izquierda y teme acercarse demasiado a la derecha al tiempo que sus viejos barones dan lecciones de dignidad. No se atreven a hablar de pactos porque realmente desconocen en qué lugar estarán el día veintisiete. Dan la mano a sus adversarios de manera cruzada mientras los codos apretan el pecho y el aire sale de los pulmones. No saben si ser toro o torero. Sin avanzar y caer al precipicio o retroceder y dejar de contemplar las vistas.

Ciudadanos se enroca en sus propias contradicciones. Lleva dos campañas criticando los populismos y, mientras tanto, se presenta en Venezuela a dar lecciones de humanidad y, al mismo tiempo, se da un baño de masas aprovechando un partido de la selección española. Dice que no pactará con el PP y, mientras tanto, le tiende la mano a las nuevas generaciones del partido. Reniega de Pedro Sánchez y todos sabemos que, si quiere un sillón, volverá a prestarse al diálogo para venderse, una vez más, como el salvador de la patria.

Podemos no sabe nada de lo que va a pasar. Lo peor de todo es que quizá ni lo entienda. Hasta ahora se les ha visto como cómodos oradores, un buen don de la palabra y muy buenas promesas, pero lo cierto es que nunca han gobernado y, lo que es peor, no sabemos si les dejarán gobernar. Tiran de referentes como Allende y Mújica, tipos muy loables con políticas muy sociales. Este país necesita un poco de socialismo, pero también necesita un partido firme y unos poderes fácticos que quieran negociar. Además, mientras sigan guardando silencio en torno al gobierno venezolano, seguirán estando siempre bajo sospecha, aunque todos sepamos que aquí existen problemas más importantes de solucionar que cambiar el gobierno de un país extranjero. Aunque todos sepamos que las cortinas de humo, como arma arrojadiza, siempre son un golpe de distracción por miedo a que el enemigo te gane la guerra en tu propio terreno.

lunes, 30 de mayo de 2016

Cuarenta

Giuseppe Mazzini dijo que "la familia es la patria del corazón". No encuentro mejor motor para el órgano vital que el de sentirse arropado, querido y acompañado. En la familia se terminan reduciendo los momentos más mágicos porque ellos nunca fallan. En la familia se conjuntan el plan, el desarrollo y la finalidad porque al final siempre son ellos los que buscan tu sonrisa.

Hace unos días cumplí cuarenta años. Dicho así, en frío, la cifra parece aterradora. Uno ha llegado a ese punto intermedio de su vida en el que ya no es el joven que pretende hacer locuras, ni el adulto renegado que renuncia a sus sueños. Un punto intermedio donde ahoga lo no vivido y se acelera todo lo pendiente por vivir. Se acumulan los planes, los papeles rotos y los nuevos trazos en hojas en blanco. Dicen que es la mejor edad, aunque no es menos cierto que ya no es la edad de la inocencia.

Es un momento definitivo que quiere saber a victoria; un ahora o nunca, un todo o nada, un te quiero para siempre. El momento de viajar solo quedó muy atrás. Es el momento de hacer planes en familia, de reorganizar los sueños, de empezar de cero sin olvidar todo lo anterior porque la nostalgia, aunque sea un puñal contra lo imposible, es un acicate para la voluntad. Volver a reir, volver a cantar, volver a soñar.

En el centro de todos los planes siempre permanece la familia. Aquella que siempre me ha arropado. Aquella que siempre me arropará. Aquellos que prepararon mi fiesta sorpresa, que me acompañaron para celebrar la llegada de la cuarta década, que pusieron todo de sí para conseguir que fuese un día inolvidable. La familia es la patria del corazón. Tenía razón Mazzini, en ningún sitio como en el lugar donde están los tuyos.

lunes, 25 de abril de 2016

La oveja blanca

España, como sociedad, se ha vuelto tan susceptible, tan bizarra y tan enconada, que nos hemos acostumbrado a ver brillar a tipos opacos y a disfrutar, tan sólo desde el trasluz, a los tipos más brillantes. Es la consecuencia de ese pernicioso e inútil enfrentamiento de ideologías que ha terminado por colocarnos en dos bandos. En ese barullo mediático donde el conmigo o contra mí se ha convertido en lema a perseguir hasta en sueños, brilla con luz propia un tipo que hace del periodismo una oda y de su programa un espejo donde mirarse.

En el rebaño de ovejas negras en el que se ha convertido el periodismo mediático español, Jordi Évole es una oveja blanca que se niega a rebajarse al barro. Sus programas son una oda, no sólo a la actualidad, sino a todos aquellos temas espinosos que la gran mayoría hacen pasar de largo y él toma por los cuernos como un tipo valiente y sensato.

Durante una semana, cuando anunció su entrevista a Arnaldo Otegi, le estuvieron lloviendo palos desde todos los lados. Vista la entrevista, no es más que un excelente trabajo de periodismo en el que el entrevistador le pregunta al entrevistado todo lo que quiere saber. Cuando entrevistas a un tipo, por más malvado que sea, no quiere decir que estés a su lado por ello. Es absurdo pensar eso. Todos, incluso los más malvados, tienen algo interesante que decir. Porque en base a lo que ellos digan nosotros podemos hacer nuestras reflexiones. Analizar es obligatorio. Estar de acuerdo no. Yo difiero de Otegi de cabo a rabo, sin embargo, me encantó escucharle porque así pude reafirmar que estoy en las antípodas de sus pensamientos.

Necesitamos más ovejas blancas sin temor a entrevistar a Otegis que ovejas negras empeñadas en darse contra el muro de la irrealidad. En una época en la que los debates opacos han ocupado la parrilla televisiva, encontrar a Évole es como encontrar un oásis en pleno desierto. Periodismo. Esa es la palabra.

lunes, 11 de abril de 2016

El nivel de exigencia

A menudo me pregunto en qué nivel de exigencia se mueve cada uno. Yo, que camino por la vida con pies de plomo y la cabeza en continuo giro hacia atrás, he llegado a convertirme en un desconfiado de la voluntad ajena, empujado por decepciones y promesas incumplidas.

Soy un tipo feliz gracias a que la vida me ha otorgado un mínimo de las exigencias humanas. Tengo salud y una familia a la que adoro. Podría pedir más pero no soy demasiado exigente. Soy soñador y, aunque lo haya parecido por mis palabras, no soy nada conformista. Pero jamás me he planteado el perder la expectativa. Llego hasta donde puedo y, en muchos casos, hasta donde me dejan.

Todos estamos supeditados a algo. Algunos al dinero, otros a la salud, otros a la voluntad propia y otros pocos a la voluntad ajena. El problema de los que tenemos conciencia es que terminamos poniéndonos el listón demasiado alto. De eso se aprovechan, generalmente, aquellos que no pierden el paso y no escatiman el tiempo a la hora de pasarte por encima si en su camino se encuentran tus voluntades.

En mi vida laboral, sobre todo, me he enfrentado a un nivel de exigencia muy alto. He cumplido con creces y aún así sigo esperando una palabra de reconocimiento. A mi favor juega la conciencia, duermo tranquilo y eso es un tesoro. El problema es más de rabia ante lo injusto que de tristeza ante lo evidente. Hay que gente a la que se le exige la mitad y se le premia el doble. Hay gente que le basta con una palmadita en la espalda del jefe para situarse en lo alto de la pirámide. Podría haber sido uno de ellos, pero mi alergia al mamoneo me situa en el lugar de los pringados. En el lugar donde el nivel de exigencia es más alto. En lugar donde la conciencia juega un papel reparador para mis pensamientos.

lunes, 22 de febrero de 2016

Albert y Pablo

Doña Paquita tiene dos yernos muy dispares. Albert es simpático y dicharachero, pero Pablo, aunque cordial, parece siempre de mal humor. Albert normalmente le dice lo que quiere oir, aunque no sabe si es realmente lo que piensa, sin embargo Pablo siempre le dice las verdades de la manera más rotunda. No tiene reparos en herir su sensbilidad, aunque con ello muchas veces ella termine dándose cuenta de que está equivocada.

De vez en cuando van a casa a comer la paella de los domingos. Le agrada ver a Albert, siempre tan cariñoso y locuaz. Siempre le dice que la paella está exquisita y, casi siempre, le pide repetir una nueva ración. Cuando su hija menor le dice que irá con Pablo, doña Paquita suele inventarse algún achaque. No le apetece escuchar a su yerno refunfuñar, además, aunque termine comiéndose dos raciones de paella, seguramente le dirá que el punto del arroz no es correcto, que está falta de sal o que el azafrán da un mejor aroma que el colorante.

Doña Paquita se ha caído desde lo alto de una banqueta mientras limpiaba la ventana de la cocina y se ha roto una cadera. Primero llama a su yerno Albert, tan simpático y dispuesto, seguramente no tardará en acudir a su rescate. Pero Albert se excusa diciendo que tiene un viaje inaplazable y que, de poder aplazarlo, tendría una reunión de obligatoria asistencia. No tiene más remedio que llamar a Pablo. Mientras marca desde el móvil que ha rescatado del bolsillo, recuerda que aquella misma mañana, su yerno gruñón tiene una entrevista de trabajo. Parece que le da igual, a los veinte minutos ya está en casa. La conduce al hospital, la acompaña, junto a su hija, en la sala de espera y se queda un par de noches en la habitación mientras le lee algunos versos de un poeta de la República. Incluso le enseña el significado de algunas palabras que ella no comprende.

Albert aparece a los cuatro días. Trae su mejor sonrisa, un ramo de flores y el folleto de una residencia muy moderna que han abierto a las afueras. De paso, habla en privado con su mujer diciéndole que es hora de ir arreglando en un notario el tema de la herencia de su madre. Ha sido consciente de que la mujer puede morir en cualquier momento y quizá el tema no quede debidamente zanjado.