viernes, 28 de diciembre de 2018

El toro del Bronx

Cuando, el día catorce de febrero de 1951, "Sugar" Ray Robinson y Jake Lamotta subieron al ring para enfrentarse por sexta vez, ambos sabían que aquel no sería un combate más en sus carreras. Las gradas del estadio Olympia de Detroit estaban alborozadas, no quedaba un asiento libre y los espectadores clamaban por ambos boxeadores como si el mundo se dividiese en dos: el bien y el mal; Robinson y Lamotta. Lamotta, el mejor perdedor de la historia, era el campeón, y Robinson, el mejor boxeador del peso medio, era el aspirante. Un combate a vida o muerte, una enésima revancha y en juego, más allá de un cinturón de campeón del mundo, había un orgullo, una reputación y un lugar escrito en oro en el libro de la historia del boxeo.
Los ojos de Robinson bebían sangre. Era un boxeador ambicioso, imparable en el mano a mano, rápido, estilista, vistoso, un espectáculo para los aficionados. Los ojos de Lamotta bebían odio. Igual que Rocky Graziano, Lamotta estaba marcado por el odio; había llorado lágrimas de sangre, había sudado un mar de lágrimas y había vivido más vidas que un gato. Se miraron a los ojos, se odiaron con la mirada y esperaron en el rincón el momento del gong. La campana marcaría para siempre sus destinos.
Giacobbe Lamotta, Jake para todo el mundo, nació en el corazón de Nueva York un caluroso día de verano de 1922. Pronto descubrió que la vida y el mundo no regalaban nada. Sus padres, sicilianos de nacimiento, buscaban en la capital del mundo la oportunidad que Philadelphia les había negado y encontraron en el Bronx un techo donde vivir y un trabajo donde ganar los dólares suficientes para llevar un pedazo de pan a casa.
El pequeño Jake era bajito y cabezón, testaduro, flaco y algo debilucho. Quizá por ello, los niños del barrio se cebaban con él propinándole fuertes palizas mientras jugaban a las peleas callejeras. Su padre no tardó en proporcionarle un arma y le dio un viejo consejo siciliano "o aprendes a defenderte o acabarán por matarte". Vida o muerte, aquello era el Bronx. Tras los primeros pinchazos asestados con el picahielos que le regaló su padre, los niños empezaron a respetarle; el flacucho iba en serio. Pero pronto aprendió, que el verdadero respeto se ganaba con los puños. La primera gran paliza se la proporcionó a su hermano Joey el día que le vio flirtear con su primera novia, pero fue la paliza asestada al librero Harry Gordon la que le atormentó durante gran parte de su vida.
Gordon, quien regentaba una librería en un callejón del Bronx, se disponía a cerrar su negocio cuando vio llegar a un jovenzuelo corriendo directamente hacia él. "Está cerrado", le espetó. Pero el chico no venía a saludar y, mucho menos, a comprar libros. Era Jake Lamotta quien, armado con una barra de acero, golpeó incesantemente su cabeza y no cesó hasta comprobar que había perdido el sentido. Buscó en los bolsillos de la chaqueta y se llevó la cartera sin comprobar su contenido antes de salir corriendo. La primera angustia llega en forma de decepción al comprobar que la cartera no tiene un solo dólar en su interior. La segunda angustia llegará en forma de impacto al hojear el periódico del día siguiente: "Matan al librero Harry Gordon en un atraco y se dejan la recaudación del día que guardaba en el bolsillo delantero del pantalón". Aquello terminó por superarle. Se consideraba un chico rebelde, sin muchas aspiraciones en la vida, un ladronzuelo de poca monta con ínfulas de importancia, pero no quería ser un asesino. Atormentado por sus propios actos, Lamotta se convierte en un joven arisco y encerrado en sí mismo, un peligro público que corre demasiados riesgos sin importarle el peligro. Tras uno de sus numerosos robos es detenido por la policía y encerrado en un reformatorio. Tenía dieciséis años y una ficha policial demasiado cargada de delitos como para seguir dejándole suelto por las calles.
Lamotta siempre pregonó que había tenido dos escuelas: La calle y el reformatorio. Tras cumplir dos años de prisión y alcanzar la mayoría de edad, regresa a la calle con intención de redimirse. No le sería fácil; la mala fama y la depresión económica no le daban muchas alternativas. Curtido por los golpes recibidos durante su encierro y deseoso de descargar toda su frustración, se presenta en el gimnasio de Mike Capriano para aprender lecciones de boxeo. Capriano, perro viejo de la calle y maestro de más de mil jóvenes, le hace la pregunta más existencial de su corta vida de pendenciero. "¿Por qué quieres pelear?". "No quiero, me obligan. Pelear es algo natural para mí". Con esa premisa se sube al ring y descarga sus puños en sus compañeros de gimnasio. Su hermano Joey, empeñado en sacarle del agujero, le insistía; "No lo pagues con el mundo, Jake, descarga tu rabia en el ring. Toda tu rabia en el ring".
Así lo hizo. Pronto conoció el sabor de la sangre mezclada con el lilimento y, para sorpresa propia, descubrió que le gustaba. Alternó sus primeros combates entre el peso medio y el semipesado y alcanzó un ranking de 14-0-1 en sus quince primeras peleas. Por su forma de fajarse en el cuadrilátero y su forma suicida de pelear, fue bautizado como el Toro del Bronx. Lamotta, que seguía atormentado por la muerte del librero Gordon, se presentaba en los combates con la nariz aplastada y la voz gangosa buscando intimidar al adversario. Poco a poco se fue labrando un prestigio hasta caer derrotado contra Jimmy Reeves en Ohio, en un duro combate que creyó haber ganado de principio a fin. Enfadado con los jueces y aprendiendo que nadie seguiría regalarle nada, se volvió más uraño y más duro si cabe. Una roca imposible de derribar. De esta manera, alcanzó las treinta peleas con un record de 27-4-2. Ya era un tipo conocido en el mundo pugilístico y solamente le quedaba un paso: pelear contra el mejor.
La primera pelea contra "Sugar" Ray Robinson tuvo lugar en 1942 en el Madison Square Garden de Nueva York. Lamotta, descuidado por la fama, se presentó en el pesaje más gordo de lo habitual y terminó pagando el sobrepeso en forma de fatiga. Robinson le castigó con su famoso uno-dos y terminó ganando aquel combate a los puntos.
Aquella derrota supuso un punto de inflexión en la carra de Jake Lamotta. Avergonzado por su falta de profesionalidad, trabajó a tope para volver a los primeros lugares del ranking y se citó de nuevo con Robinson en Detroit el cinco de febrero de 1943. Aquella pelea fue colosal; Lamotta aguantó en pie el castigo de Robinson y se lanzó a un intercambio de golpes suicida. En el penúltimo asalto, con las cartulinas de los jueces echando humo, El toro del Bronx descargó un gancho de izquierda brutal sobre la mandíbula de Robinson. El ídolo de masas, el profeta del pueblo negro americano, cayó desplomado a la lona y se enfrentó sin remedio a la cuenta fatídica de diez. No llegó a completarse porque la campana sonó cuando el árbitro iba por el nueve. Pero Lamotta sabía que Robinson no podía seguir teniendo tanta suerte y, aprovechando su aturdimiento, se propuso castigarle con un último asalto bestial. Robinson aguantó de pie, pero los jueces impartieron objetividad y dieron como ganador a Lamotta quien celebraba la victoria en la esquina mientras Ray Robinson mascaba el sabor de la derrota por primera vez en su carrera.
La federación de boxeo, viendo el filón económico que suponía la rivalidad generada entre Robinson y Lamotta, no tardó en conceer una nueva oportunidad para la revancha. Veintiún días después, y de nuevo en Detroit, ambos púgiles volvían a subirse al ring para ofrecer un nuevo espectáculo. Robinson, con la lección bien aprendida por la derrota anterior, mantuvo a distancia a Lamotta mientras castigaba su rostro con su rápido uno-dos. Los espectadores que abarrotaban, una vez más, el Olympia Stadium, se preguntaban cuando llegaría el gran golpe de Lamotta. No tuvieron que esperar tanto como la última vez; esta vez fue en el séptimo asalto y de nuevo fue un gancho de izquierda a la mandíbula. Como si de una mala broma del destino se tratase, una vez más, a Robinson le salvó la campana cuando la cuenta iba por el número nueve. Con mucho más tiempo para recuperarse que en el combate anterior, Robinson se abrazó a Lamotta para dejar pasar el octavo asalto y recuperó fuerzas para seguir castigando su rostro sin piedad. Los jueces, de nuevo imparciales, dieron la victoria a "Sugar" por unanimidad y Lamotta bajaba del ring derrotado en el orgullo pero con todo el aliento de la grada en su espalda. Había nacido un nuevo héroe.
Envalentonado por el ánimo que le insuflaba la calle, Lamotta siguió preparándose para ser el mejor. En ataques cada vez más suicidas, fue sumando victorias y aprovechó el momento para volver a citarse con Jimmy Reeves. El pequeño toro había cambiado; ahora era más fuerte y no conocía el dolor. Todo un peligro en el ring. Con el rencor por la injusticia cometida en Ohio dos años antes aún latente en su orgullo, se lanzó a por Reeves desde el primer gong y no cesó en su empeño hasta tumbarle en el sexto asalto. El toro estaba desbocado. Poco después derrotó a un buen boxeador como Fritzie Zivic y retó a un nuevo combate a "Sugar" Ray.
En 1945, Robinson y Lamotta volvieron a enfrentarse en dos ocasiones y en las dos, el vencedor fue Sugar. En cualquier combate, y contra cualquier rival, aquel Robinson pletórico hubiese finiquitado el combate en tres o cuatro asaltos a lo sumo, pero pelear contra Lamotta era distinto. Cuando peleaban contra el campeón, la mayoría de los boxeadores renunciaban al cuerpo a cuerpo y a menudo sucumbían, exhaustos, ante su juego de piernas. Robinson era un uno-dos constante, nunca se cansaba. Pero a Lamotta le divertía aquel juego; cuanto más le pegaba Robinson, más se crecía en la adversidad. No cesaba de entrar en la guardia, siempre buscando un golpe, siempre fajándose en el cuerpo a cuerpo. Robinson ganaba siempre a los puntos pero siempre bajaba del ring con la sensación de no haberle ganado del todo. Todos caían, pero Jake Lamotta siempre permanecía en pie.
Lamotta era como una roca indestructible ante los azotes climatológicos. Se le podía erosionar, se le podía castigar durante un combate entero, pero él siempre permanecía inquebrantable, nunca doblaba, nunca se quejaba. Gran culpa de aquello la tenía su inmunidad al dolor; fue él mismo quien llegó a declarar "Peleo como si no mereciese vivir". Realmente, él mismo creía que no merecía vivir. Llevaba casi una década sintiéndose un asesino arrepentido, pero la culpa no le servía de nada, solamente para sentirse aún más despreciable. Era por ello que creía merecerse cada golpe que recibía y era por ello que buscaba más y más golpes en cada pelea. Y era entonces cuando reaccionaba. Necesitaba que le pegasen, necesitaba expiar cada pecado en el puño de cada rival.
Fuera del ring era aún peor. Atormentado por la culpa, el ídolo de masas se había convertido en un tipo irreconocible, huraño, agresivo, irascible. Un matratador que jugaba a los sacos de boxeo con todas sus parejas, un celoso recalcitrante que necesitaba reivindicarse en cada combate cada vez que una de sus mujeres le hablaban de lo guapo que era su siguiente rival. Quien más pago el pato fue Tony Janiro, quien después de recibir un halago en privado por parte de su esposa Vicky, recibió una paliza que le mandó al hospital. Cuanto más miraba su cara bonita, más ganas tenía de destrozársela.
Valiente dentro del ring, huraño y desconfiado fuera de él, Lamotta juega con su destino el día que rechaza recibir a los matones de la Mafia. A partir de entonces su vida profesional se convierte en una tortura; ningún promotor le llama, ningún rival le reta y la federación parece haber olvidado su nombre. Aconsejado por su hermano Joey, quien se había convertido en su mánager y único confidente, decide descolgar el teléfono y hacer esa llamada que siempre quiso evitar. El precio a pagar será caro. En primer lugar, la Mafia le "invita" a perder un combate fácil contra Billy Fox a cambio de que algún capo se forre en una casa de apuestas y más tarde le piden veinte mil dólares en concepto de gastos de gestión como fianza a pérdida a cambio de un combate por el campeonato del mundo.
El caso es que la extorsión recibida al final tuvo su fruto y el campeón francés Marcel Cerdan viaja a Detroit para enfrentarse a Lamotta y defender así su corona. Nadie debió haber avisado al Cerdan de contra quién se enfrentaba; Lamotta, ebrio de gloria y rabia, le castigó hasta que le hizo gritar "basta". Avergonzado por la derrota, Cerdan aceptó una revancha que jamás se disputaría puesto que el avión que le conducía de vuelta a los Estados Unidos se estrelló sin dejar ningún superviviente.
Durante la noche que venció a Cerdan, Jake Lamotta espantó todos sus fantasmas. El primero tenía forma de cinturón dorado y el segundo tenía la figura encorvada de un anciano cuyo rostro era igual al del librero Harry Gordon. Enfundado en su bata de leopardo, Lamotta se dispuso a recibir a todo aquel que le quisiera felicitar y su respiración se cortó cuando vió a Gordon ante la puerta del vestuario. Frotó los ojos, imploró al cielo y estrechó una mano. No era una visión, era el hombre al que había matado doce años antes en un callejón del Bronx. "No puede ser, usted está muerto". "No, Jake, no estoy muerto. La prensa se precipitó y un buen médico me salvó la vida. Y ahora he venido para perdonarte".
Aquello fue más de lo que pudo haber pedido. Durante los siguientes meses se dedicó a vivir, a descuidarse y a presumir por el campeonato obtenido. "Le gusta tanto el cinturón de campeón del mundo que incluso se lo pone para dormir", llegó a declarar su esposa. La vida ya no era una jungla en mitad de una tormenta; había motivos para disfrutar y Lamotta lo estaba haciendo. Tanto que hasta llegó a olvidarse que tenía obligación de defender su cinturó y que algún día debía volver al ring para ponerlo en juego.
La primera defensa fue contra Tiberio Mitri, un boxeador italiano que le llevó hasta el decimoquinto asalto y al que terminó derrotando a los puntos. La segunda defensa le enfrentó al francés Laurent Dauthuille al que noqueó en el último segundo del último asalto después de haber sido dominado durante todo el combate. Y la tercera defensa se produjo el catorce de febrero de 1951 y enfrente tendría, por sexta vez, a "Sugar" Ray Robinson, convetido, ya, en leyenda viva del deporte.
En el pesaje previo, Robinson enseñó sus músculos y se bebió de un trago un vaso de sangre de toro. Era su manera de decirle al mundo lo fuerte que se sentía y como iba a aplastar a Lamotta en la noche siguiente. Y la verdad es que los nueve primeros asaltos no dijeron mucho a favor de Robinson quien rehuyó el cuerpo a cuerpo y se dedicó a bailar alrededor de Lamotta sin apenas castigar su rostro. Fue en el décimo asalto donde comenzó la épica. Lamotta, harto de esperar un ataque para pasar al contraataque, se fajó en cuerpo de Robinson hasta hacerle caer al suelo. Parecía que el campeón iba a retener su título que las fanfarronadas de Robinson en la previa no eran más que ínfulas de un tipo subido en una nube. Pero Ray Robinson no era un boxeador cualquiera, era el mejor. Saltó enrabietado de su taburete cuando sonó el gong que daba inicio al undécimo asalto y se cebó con todas sus ganas en el rostro de Lamotta quien comenzó a manar sangre como si de una fuente se tratara. La gente aterrorizada ante aquel dantesco espectáculo, prefería tapar los ojos y gritarle a Lamotta que se tumbase; era imposible que aguantase en pie un castigo así. Pero Lamotta aguantó los tres minutos del undécimo asalto y desoyendo los consejos de su esquina, se puso en pie para disputar el duodécimo parcial. En lo que aún hoy se recuerda como el asalto más sangriento de la historia del boxeo, Robinson castigó la cara de Lamotta hasta casi desfigurarlo, pero Lamotta, lejos de caer, incitaba a Robinson para que no cejase en el castigo. "Vamos, Ray, ven aquí, veamos si eres capaz de derribarme, vamos", le espetaba. Y Robinson fue, y siguió pegando y pegando hasta que el árbitro se interpuso entre ellos y puso fin a la carnicería. Levantó los brazos del nuevo campeón y le mostró al mundo las virtudes de un boxeador inigualable. Los asistentes se agolparon sobre la esquina de Lamotta, pero Jake era demasiado orgulloso como para dejarse amedrentar por una veintena de golpes, se zafó del mundo, buscó a "Sugar" Robinson y le gritó tan alto que incluso el pabellón quedó en silencio. "Oye, Ray. No me has derribado. Jamás me vas a derribar". Jamás volverían a enfrentarse y Lamotta jamás volvió a ser un boxeador lo suficientemente fiable como para otorgarle la esperanza de optar al campeonato del mundo.

Al día siguiente, la prensa bautizó el combate como "La masacre de San Valentín". La gente hablaba de un perdedor que luchaba como un ganador, pero poco a poco le fueron perdiendo la fe. Hubo un día que el público admirada a un boxeador valiente, pero tras aquel catorce de febrero, muchos puristas comenzaron a rechazar a un boxeador temerario. Peleado con el libro de estilo y acuciado por la crítica, Lamotta comenzó a gastar su dinero en alcohol y mujeres. Fue una cuesta abajo demasiado dura, una autodestrucción a cámara lenta. Primero le abandonó su mujer y después le abandonó el boxeo. Tras caer derrotado ante Billy Kilgore, decide colgar los guantes y poner fin a su carrera profesional.

La caída a los infiernos le llevó de nuevo hasta la cárcel. Propietario de un club nocturno y desencantado por la vida, inició una relación con una menor de edad que no tardó en cantar la traviata ante la policía poco después de que el propio Lamotta, arrepentido, confesase el amaño en el combate ante Billy Fox. Sin blanca y sin más futuro que una botella de whisky, inicio una breve carrera como comediante al tiempo que veía como la federación de boxeo le borraba, como si de un apestado se tratase, de las listas de grandes púgiles de la historia. Nunca entró en un salón de la fama y sintió un profundo dolor en el alma el día que no fue invitado al homenaje a "Sugar" Ray Robinson. Precisamente él, que había sido el primer boxeador en hacerle besar la lona.

El verso libre del ring se transformó en un adulto tranquilo que aprendió a pedir perdón y a perdonarse a sí mismo. Encontró una nueva mujer, un empleo estable y un bar alejado del mundo donde poder contar su historia a los clientes que le quisieran escuchar. Uno de ellos le aconsejó escribir una autobiografía y el libro cayó en manos de un director de cine. Scorsese pidió contar su historia y Robert de Niro le convirtió en leyenda en la gran pantalla. Tras el estreno de "Toro salvaje", al que había acudido toda la gente que le había importado a lo largo de su vida, y aterrorizado ante lo que había visto en el cine, se acercó a Vicky, su ex mujer, y le preguntó, casi llorando "¿Yo era así?". Vicky guardó silencio unos segundos y recordó los años de tortura. "No", le contestó. "Tú eras peor".

miércoles, 26 de diciembre de 2018

Navidad en familia

La Navidad en familia es un continuo viaje al lugar de reafirmación, una excusa para volver a sonreir, un motivo para celebrar la unión, una legítima correa de enganche para nuestros sentimientos. Los labios se alargan, los ojos se humedecen, las manos se ablandan. No somos conscientes de que, realmente, la fecha no es más que otro día en el calendario, pero como seres sociales, siempre buscamos un motivo para la celebración y si, además, sirve para la unión, bienvenido sea. Porque si no existiera este, inventaríamos otro.

La Navidad en familia son comidas tradicionales, partidas de bingo con los vecinos, gambón a la plancha mientras la suegra se sienta la última a comer o cordero al horno mientras la madre se quema las manos con la cazuela de barro. La Navidad en familia es egoísmo contraído y perdón perpétuo. Porque la familia es el motivo de la Navidad, porque sin familia no tendríamos Navidad.

martes, 4 de diciembre de 2018

Vox

Supresión de las autonomías para generar un estado centralista en un país donde la diversidad cultural es una seña de identidad, criminalización de la inmigración poniendo el foco de maldad en toda la gente que no tenga la nacionalidad española en su partida de nacimiento, derogar la ley de igualdad de género obviando un punto tan trascendental como que los hombres matan a doscientas mujeres cada año, derogación de la ley de matrimonio homosexual dando palabra de ley a la doctrina más radical de la iglesia católica, ilegalización de partidos políticos dando por hecho que no darán cabida a todos aquellos que no piensen como ellos, erradicación de las lenguas cooficiales no teniendo en cuenta el hecho de que la riqueza lingüistica es un motor de entendimiento en el país, protección de la tauromaquia para enfatizar en que les importan más las tradiciones rancias que las investigaciones prometedoras, derogación de la ley de memoria histórica para intentar que la historia se repita y no se cuente la verdad.

Sin son ultraderecha se dice y no pasa nada.

lunes, 3 de diciembre de 2018

Martina Navratilova




El talento es una virtud inherente al ser humano. Todos lo tenemos de alguna u otra manera. El talento, unido al físico, es, para el deporte, una mezcla explosiva. Todo punto de fusión provoca un estallido de algarabía. Cuando Martina Navratilova apareció en escena, el tenis era propiedad privada de las niñas buenas. Chris Evert y Margaret Court se habían repartido los trozos del pastel, pero entonces llegó la revolución. Una niña checa, miope y talentosa que vivía dentro de un armario y le pegaba a la pelota con el alma para ser capaz de vencer a sus frustraciones. La historia no volvió a ser la misma.

viernes, 30 de noviembre de 2018

Yo en la radio

No resulta nuevo decir que me gusta mucho el fútbol. Los que me conocen, saben que me gusta demasiado el Atleti. Eso es algo que sabe mi amigo Miky Duque, director del programa "Los chicos del barrio" en LGN radio al que me invitó a colaborar el pasado día dos de noviembre.

Mi historia con Miky no es demasiado larga, pero es de esas personas a las que, nada más conocer, sabes que es un gran tipo. Nos conocimos a través de Facebook, esa red social que ahora me ha vetado pero que me ofreció la amistad de dos tipos como el propio Miky o Ralf, un valenciano de origen argentino que tiene un talento descomunal para la ilustración y un exquisito gusto por el fútbol.

Los tres nos presentamos a un concurso del Canal Historia y lo ganamos con creces. Ahí, camiseta de la selección en ristre, nos tomamos unas pintas para sellar nuestra amistad. Pocos meses después llegó la oferta "¿Te atreves a entrar en directo para hablar del Atleti?". Cómo iba a decirle que no.

Templé los nervios y puse toda mi ilusión en ello. A partir del minuto treinta y tantos está el resultado:

http://lgnradio.com/podcast/02-11-18-chicos-del-barrio

jueves, 29 de noviembre de 2018

Autodestrucción

¿Que conduce un cerebro hacia la autodestrucción? ¿Que lleva a una chica de diecisiete años a arruinarse la vida? ¿Cómo pueden los celos dominar a un ser humano? Vivimos en una época en la que lo queremos todo de semejante manera que no hemos aprendido a perder. La información nos sobrepasa y la sobreinformación nos abruma. Somos ciegos a los que nos hacen ver y a ojos que ven, corazón que siente. Nada justifica la locura, pero nosotros mismos, en nuestro afán por flagelarnos, nos vamos conduciendo irremediablemente hacia el desastre.

Nadie puede obligar a nadie a amarte y todo el mundo tiene derecho a mostrar su felicidad en público. Pero existe un problema de base en la locura individual y es la obsesión. Cada foto, cada publicación, cada sonrisa, era una merma en el alma de la muchacha. Cuando el mal florece, nadie es capaz de detener al cerebro, porque la locura, transitoria o no, actúa por nosotros sin preguntar primero.

El asesinato deleznable debería hacernos recapacitar. Se puede olvidar, se puede pasar página y se puede terminar siendo feliz. Y si no, hay que saber sobrevivir con el dolor, porque cualquier arrebato de furia nos puede conducir a la perdición. Si todo cerebro está abocado a la autodestrucción, deberíamos aprender a educarlo con cordura.

martes, 27 de noviembre de 2018

Dormirse en los laureles

En la época clásica, el laurel era considerado como un árbol protector y curativo, los romanos lo asociaron como símbolo de Apolo, Dios de la belleza y la juventud. Como conmemoriación a alguien cuyas dotes destacaban por encima de las de los demás, se regalaba una corona de laurel a modo de consagración. Así, en los antiguos Juegos Píticos, sucesores de los Juegos Olímpicos en Roma, se coronaba con laurel a cada uno de los campeones. Siendo considerado, pues, como símbolo de victoria, el laurel pasó a decorar las cabezas de emperadores y de grandes generales después de triunfar en batalla. Se decía que, una vez coronado, el emperador o el general solía descuidar su actividad al considerar que ya había logrado suficiente y el éxito le iba a acompañar siempre. De esta manera, cada vez que el pueblo comprobaba como su dirigente no hacía nada por ayudarles, solía decir que dormía en sus laureles.
Así, la expresión ha llegado a nuestros días, como símbolo de la pereza y de la autosatisfacción mal gestionada. Alguien consigue algo que le ha costado cierto esfuerzo lograr y, una vez obtenido el premio deja de esforzarse pues considera que puede ser capaz de vivir para siempre gracias a su éxito. Cuando su carrera va cuesta abajo se dice que se ha dormido en los laureles.

lunes, 26 de noviembre de 2018

Segovia

Segovia ha sido el recuentro de un viejo grupo de amigos a los que el tiempo y las circunstancias ha separado. Cada uno con una vida, cada uno en un lugar de España, cada uno en contacto con el otro para seguir contando sus problemas, sus planes, sus vivencias, sus opiniones.

Segovia ha sido el lugar donde hemos vuelto a reir, donde hemos vuelto a recordar, donde hemos vuelto a disfrutar. Ha sido el lugar donde nos hemos vuelto a reunir en torno a una mesa para echar una partida de cartas, para bebernos una botella de ron, para planificar la próxima quedada.

Segovia ha sido la oportunidad para volver a mirarnos a los ojos, para volver a prometernos fidelidad, para atrevernos con el cochinillo y la sopa castellana, para deja que Beni, con su show sin igual, nos amenizase los días al igual que aquellas noches en Ciudad Rodrigo cuando nos hacía ver que el Betis estaba en la UVI y lo había salvado don Manuel.

Segovia queda en la distancia de un fin de semana inolvidable y la vida queda como una carrera de fondo aún por disputar. Esperamos que en el futuro haya otra ciudad, otro motivo, otra ocasión y una nueva oportunidad para llenar la mochila de buenos recuerdos. La reconquista, esta vez, comenzó en Segovia.

viernes, 23 de noviembre de 2018

Había una vez un congreso de los diputados

Había una vez, un circo que cabreaba siempre al ciudadano. Lleno de impresentables, un mundo de reproches pleno de demagogia y poca educación. Había una vez, un circo que avergonzaba siempre al ciudadano. Sin temer jamás al voto o a la frustración el circo daba siempre su función. Siempre vejar, siempre reprochar, pasen a ver el circo. Otro político, otro "y tú también", pasen a ver el circo. Es deleznable, es vergonzante, pasen a ver el circo. Ellos felices al conseguir a un ignorante hacer feliz. Había una vez un circo que alegraba cabreaba siempre al ciudadano, que avergonzaba siempre al ciudadano.

jueves, 22 de noviembre de 2018

El paloduz

A los chicos de nuestra generación nos hubiesen querido contagiar el ébola y, probablemente, lo hubiésemos permitido. Otra cosa es que el virus hubiese sido capaz de hacer estragos en nuestros cuerpos acostumbrados a lo más inverosímil.

Uno de los dulces de moda era un palo de madera. Así como suena. Un trozo de rama que, al chupar, tenía un ligero sabor dulce e incrementaba la saliva hasta convertirla en una masa amarillenta. Con las dos pesetas que nos sobraban de comprar un chicle, a menudo adquiríamos un paloduz y nos podíamos pasar toda la tarde chupando y chupando. Hasta que, hartos del sabor a madera dulzona, terminábamos tirando el palo a la papelera, siempre a medias de terminar.

miércoles, 21 de noviembre de 2018

La ciudad blanca

El pasado mes de abril visitamos Vitoria. Descubrí una ciudad fantástica y acogedora. Una ciudad límpia, amable y con una gastronomía sutil. Me gustó descubrir los retazos de historia y dormir con deseos de volver. Pocas semanas después descubrí el primer libro de la Trilogía de la Ciudad Blanca. Se trata de una serie de libros donde la escritora Eva García Sáenz, oriunda de Vitoria, desgrana tres casos de asesinatos en serie y las vicisitudes de un inspector de homicidios para dar con el asesino. Un viaje personal por el presente y el pasado de varios personajes donde Vitoria se alza como una ciudad majestuosa. Leyendo los libros, buceando y enganchándote a ellos, dan muchas ganas de visitar Vitoria y, si ya has estado, dan muchas ganas de regresar.

martes, 20 de noviembre de 2018

Crisis judicial

La crisis judicial pone al descubierto una de las mayores desvergüenzas de nuestra democracia; esa que indica que nunca fueron independientes el poder legislativo y el judicial. Si los jueces están preponderados por una opción política, nunca serán lo suficientemente equitativos porque pondrán por encima los intereses personales por encima de la justicia. Cuando la justicia deja de ser justicia, todo país pierde su salud democrática.

PSOE y PP se reparten los jueces como los dos niños más fuertes de la clase se reparten los caramelos de un cumpleaños en la puerta del colegio. Para tí los de fresa y para mí los de menta y los de limón para el resto; y uno para cada uno. Nos han pintado la democracia con un color tan deslumbrante que, basta rascar un poco y comprobar como la pintura se desquebraja. Porque aquí siempre ganan los fuertes y siempre pierden los pardillos.

lunes, 19 de noviembre de 2018

El penalti de Panenka

El Bohemians era el tercer equipo de la ciudad de Praga. Demasiados años a la sombra del Sparta y del Slavia como para ser considerado un equipo temido; tenía sus destellos, sus tardes de gloria y alternaba sus victorias con algunas derrotas inesperadas que siempre le trasladaban a la mitad de la tabla clasificatoria. Un clásico de la liga checoslovaca, pero no un equipo grande. Como bien apuntaba su nombre, representaba a los nostálgicos de la ciudad, a los bohemios y evocadores que soñaban con un fútbol clásico, donde la disciplina quedase más allá de la línea de cal y donde los goles se celebraran con abrazos sinceros. El más bohemio de todos era su centrocampista estrella, un tipo bajito, de anchas caderas y caminar pesaroso que flotaba por la cancha a cámara lenta y tocaba el balón con la elegancia de los artistas. Se llamaba Antonin Panenka y era un fijo en las convocatorias de la selección checoslovaca.
Checoslovaquia se enfrentó a la Unión Soviética en el duelo a doble partido de los cuartos de final de la Copa de Europa de Naciones de 1976. Aquello, tras los años de represión comunista, era más una oportunidad para la venganza que un simple partido de fútbol. La ciudad de Praga llenó el estadio en la ida y se volcó con el corazón junto al transistor mientras escuchaban la narración del partido de vuelta. Fue una dulce victoria, Checoslovaquia dejó en la cuneta al opresor y picó billete destino a Yugoslavia, lugar donde se celebrarían los últimos partidos del torneo. En realidad, aquella fue la última edición de una Eurocopa que se jugó sin una sede fija, la Uefa ya había acordado que el siguiente torneo se celebrase en Bélgica y que allí se disputaran tanto las fases de grupos como las rondas definitivas.

Vaclav Jecek, seleccionador checo, había juntado a una generación de buenos futbolistas en el orden táctico con un par de figuras en el orden técnico. Por encima de todos destacaba Panenka, un futbolista diferente que no necesitaba correr para jugar al fútbol, más que nada, porque correr lo agotaba como a un burro desentrenado. Por ello, necesitaban imperiosamente desactivar el juego de Holanda en el partido de semifinales si no querían que se convirtiese en un angustioso correcalles que terminase por desfondarles a la media hora de juego. Jecek planteó un partido físico y ordenó férreos marcajes individuales sobre Cruyff, Rep y Reensenbrinck. La desesperación holandesa se hizo patente con el paso de los minutos y tanto Neeskens como Van Hanegem fueron expulsados tras cometer sendas agresiones fruto de la frustración. El mundo futbolístico, que esperaba la reedición de la final del mundial de 1974, tuvo que ver como Checoslovaquia daba la gran sorpresa y derrotaba a Holanda bajo un aguacero monumental tras anotar dos goles en la prórroga y establecer un contundente tres a uno que no dejaba lugar a dudas.

Checoslovaquia y Panenka eran finalistas, pero Alemania, un rodillo sin compasión ni puntos débiles, era la gran favorita para hacerse con el título. La noche antes de la final Panenka conversaba con su amigo Viktor, portero del equipo nacional y compañero de habitación. Analizaban los puntos débiles del rival y bromeaban sobre alguna cuestión mundana. En la conversación salió el nombre de Maier, portero alemán. "Qué porterazo", exclamó Viktor, admirado por las cualidades de la araña del Bayern Munich. "Como haya un penalti se lo voy a tirar como tú y yo sabemos", desafió Panenka. "Ni se te ocurra", sentenció su compañero.

Y a fé que hubo penaltis. Checoslovaquia se puso dos a cero pero Alemania, siempre fiel a su estilo y a sus actos de fé, no cesó su esfuerzo hasta empatar en el último minuto. Fue un palo difícil de digerir para una selección checa exhausta después de dos prórrogas y tras haber acariciado la copa durante tantos minutos. Con el empate a dos el partido debía morir en la tanda de penaltis. Masny, Nehoda, Ondrus y Jurkemik anotaron para Checoslovaquia y Bonhof, Flohe y Bongartz lo hicieron para alemania. La tanda estaba en cuatro a tres cuando le tocó en turno al excelso Hoeness quien mandó la pelota a las nubes. Quedaba un lanzamiento y era para Panenka.

Antonin buscó a Viktor con la mirada y asintió ligeramente; había tomado una decisión. Viktor agachó la cabeza y decidió mirar al suelo, aquello era el suicio deportivo más mediático al que había asistido. Frente a Maier, Panenka colocó el balón y buscó un duelo de miradas. "Aquí estamos". Jugando en el Bohemians hubiese sido imposible enfrentarse al Bayern, hubiese sido imposible intentar anotarle un gol al mejor portero del mundo. Panenka no había anotado ningún gol en la Eurocopa, pero llevaba muchos años lanzando penaltis. Una tarde, tras un entrenamiento del Bohemians, y cansado de perder apuestas con el portero Hruska, ideó una manera de marcarle un gol desde los once metros. Se trataba de mantener la mirada, acomodar el cuerpo en un amago de lanzamiento esquinado y posteriormente tocar el balón con suavidad con el empeine. El balón se elevaba lentamente, Hruska se lanzaba hacia un lado y la pelota terminaba mansamente en gol por el centro de la portería. Era la obra de un loco.

Pero Panenka era un loco feliz. Como había hecho con Hruska amagó un lanzamiento esquinado mientras desandaba la carrerilla, Maier se venció a la izquiera y en ese momento, tic, se paró el mundo. Panenka tocó el balón sutilmente, con el empeine de su bota derecha y el balón se elevó suavemente en una vaselina interminable. Igual que su juego pausado, el disparo de Panenka se dirigó a la portería a cámara lenta y el loco feliz supo que era gol antes de que la pelota besara las redes. Levantó los brazos, dio media vuelta y, en su celebración, buscó a Viktor. Sus miradas hablaron; "Estás loco", dijo el portero. "Sí", contestó él, "pero soy un loco feliz". "Siempre he entendido el fútbol como una manera de divertirme", aquella sentencia definió su personalidad y aquel penalti definió su leyenda. Panenka, que no hizo mucho más a nivel internacional, dejó un instante para la historia y una esquela para la memoria. Un penalti con denominación de origen que hizo saltar una sorpresa y alumbró el nacimiento de un mito.

viernes, 16 de noviembre de 2018

Sin Facebook

Pues de la noche a la mañana me he quedado sin cuenta de Facebook. Es cierto que me habían avisado, en alguna ocasión, de que podrían tomar alguna medida, pero nunca imaginé que esta fuese tan drástica.

Rebobino hacia el principio para explicarlo todo. Hace más de tres años que administro, asociada a mi cuenta, una página de fútbol. Nunca tuve intención de hacerme famoso ni sacar beneficio alguno de ella; tan sólo era una manera de llenar mi pasión por este deporte y compartirlo con quien quisiera verlo. Nada más. Hace unos meses descargué un vídeo que colgué en la página y que, según me informaron, violaba la propiedad individual de alguien. Me parece bien. Elimino el vídeo y sigo hacia adelante. Acato. Nunca he apelado nada, siempre lo he acatado todo.

El mes pasado me ocurrió lo mismo. Esta vez, como la anterior, era un vídeo correspondiente a un lance de un partido antiguo; nada de novedad, soy muy amante del fútbol clásico. Y vuelta a empezar. Otra vez lo mismo. Esta vez, como castigo, me bloqueron la actividad durante tres días. Yo tenía acceso a mi cuenta pero no podía dar ni a un pírrico "me gusta". Vale, lo acepto. Pero me pregunto por qué tanto castigo. Nunca fui con intención de dañar a nadie, nunca fui soez ni publiqué contenido violento. Nunca, jamás, ni desde mi cuenta ni desde mi página, le he faltado el respeto a nadie. De hecho, si algo me llenaba de orgullo de mi actividad dentro de la red social, es el foro de debate respetuoso que se había generado en los comentarios de mi página. Ciento ochenta seguidores iban ya.

Todo hasta este último sábado. El Atleti le remontó un partido al Athletic y recordé que, hace un par de años, Berizzo, siendo entrenador del Celta, también perdió en el Calderón de idéntica manera. Me resultó interesante la comparación y descargué un vídeo con los goles de aquel partido. Lo colgué en mi página, con toda mi buena intención, y escribí lo siguiente: "No es la primera ve que Berizzo pierde así un partido contra el Atleti. Probablemente, las dos veces, de forma inmerecida".

Pues ahí se acabó todo. El domingo por la mañana recibí una notificación en la que se me indicaba que el vídeo había sido denunciado por la Liga de Fútbol Profesional ya que los derechos de autor correspondían a ellos pese a que en las redes lo había subido otro usuario. Usuario que en ningún momento me ha denunciado y al que pido disculpas desde aquí si se ha sentido ultrajado, algo que, bajo ningún concepto, era mi intención. Me bloquearon tres días en los que tuve acceso a mi cuenta pero no pude tener actividad, pero cuán mayor fue mi sorpresa cuando, el miércoles por la noche, al intentar accedera a mi cuenta, me comunicaron que la misma había sido inhabilitada.

Sorprendido, busco una solución y Facebook me conduce hacia un formulario de reclamación. La respuesta que recibo del mismo es que se acabó todo, que me habían avisado, que lo acepte y que ya no tengo acceso a Facebook. Me hacen polvo. Allí tengo mi principal fuente de información, muchos años de fotos, comentarios, publicaciones y comunicaciones con muchos de mis contactos y, sobre todo, tengo tres años y medio de trabajo en una página en la que puse toda mi ilusión y todas mis ganas. Pero parece que no tengo nada que hacer.

Sofocado, me genero una nueva cuenta con una dirección de correo diferente y una nueva contraseña. Todo va bien durante unas horas; agrego a mis contactos, doy me gusta a las publicaciones que más frecuentemente visitaba y me acuesto cabreado pero sabiendo que me tengo que ver obligado a empezar de nuevo.

Pero tampoco. El jueves por la mañana abro mi nuevo perfil y... ¡Sorpresa! Me comunican que mi nueva cuenta, en la que aún no he publicado nada, ni un mísero "Buenas noches", también ha sido inhabilitada, y esta vez sin explicación alguna.

Y así estoy, plantado y sin Facebook. No les voy a rogar más. Si algún día tienen la consideración de devolverme alguna de mis cuentas, seguiré mi actividad porque tengo la conciencia bien tranquila; ni he ofendido a nadie ni me he lucrado a costa de nadie. Y si no me quieren devolver mis cuentas pues con su gloria se queden.

jueves, 15 de noviembre de 2018

Me sorprende

Me sorprende que el PSOE se mantenga en las encuestas como el partido más votado cuando todos podemos comprobar como los ciudadanos están controlados por medios que, en su gran mayoría, son exclusivamente de derechas. El oasis del Grupo Prisa se secó el día en que el accionarado italiano entró en la empresa para controlar las salidas de tiesto. Quedan algunos periodistas en la SER con cierta conciencia de clase y alguno en El País con derecho a reclamo. El Grupo Planeta controla Onda Cero y Antena 3, dos mastodontes de la comunicación con una programación, en gran medida, sectaria; para contentar a una parte del electorado de izquierdas, mantienen a La Sexta que, con programas como El Intermedio o Salvados, intentan mantener el tipo idelógico. El resto de grupos; Vocento, Cope, Mediaset... tienen una marcada ideología de derechas y son ellos los que manejan los grandes holdings empresariales de la prensa. De esta manera, hay en la calle periódicos como La Razón, ABC o El Mundo y locutores como Alsina, Herrera o Losantos que acumulan millones de oyentes y lectores a los que machacan los oídos con prerorratas de marcada simbología ideológica. Ellos, apoyados por las grandes empresas y los bancos, manejan la situación a su antojo. Controlan los bulos, la información desmedida y la comunicación sectaria. Por ello, me sorprende demasiado que el PSOE se mantenga en las encuestas como el partido más votado.

martes, 13 de noviembre de 2018

Zinedine Zidane


La elegancia es la distinción que separa a los bárbaros de los exquisitos. Como espectador, es esa sensación de invariabilidad que va desde el sueño hasta la realidad. La tesitura constante entre lo nímio y lo coloquial, porque cuando alguien es elegante de forma natural no existen los cerrojos. Jugar para divertirse es la seña de identidad de los talentosos, jugar para asombrar es la seña de indentidad de los elegidos.

lunes, 12 de noviembre de 2018

Postureo

"Deberíamos saber explicar a los muchachos que el éxito es una excepción". Esta frase, promulgada por Marcelo Bielsa en una rueda de prensa, deja bien a las claras el nivel de exigencia que nos hemos impuesto a la hora de afrontar cada paso por la vida.

No es menos cierto que la vida es una sucesión de fracasos pero que, como todas las heridas, cuentan con el factor tiempo para lograr la mejor de las cicatrizaciones que no es otra que el olvido. Fracasamos casi a diario porque habitualmente tomamos decisiones erróneas o nos encaprichamos por deseos imposibles, pero le damos tal tono de banalidad a nuestro día a día que sabemos que ser ilusos no es más que una mota más en el polvo de nuestro camino.

Pero tenemos un problema con nuestra propia autoestima porque jugamos la vida como si fuese una competición de felicidad. Salimos a correr para poder contarlo, comemos poco para que no crean que somos unos glotones, si comemos bien nos regodeamos y si dormimos poco es para fardar de intelectualidad porque nadie, como nosotros, sabe disfrutar de un buen libro o elegir la mejor serie.

El mundo del postureo en el que vivimos nos obliga a vivir un paso por delante de nuestra propia pretensión. No disfrutamos el momento porque ya estamos pensando en el siguiente y, mientras el tiempo se pasa entre decisiones absurdas, nos termiamos por dar cuenta de que la vida pasa sin preocuparse en esperarnos.

He fracasado más de lo que querría, he intentado volverme a levantar y, en algunas ocasiones, he logrado llegar a mi meta particular. Por ello, prefiero siempre quedarme con lo bueno pero también saber aprender de lo malo. Yo también soy víctima de la sociedad. Yo también tengo miedo, pero yo también quiero vivirlo todo.

jueves, 8 de noviembre de 2018

La banca nunca pierde

El mundo de la política está tan maleado y tan manipulado que terminamos por no extrañarnos con decisiones tan vergonzantes como esta última del Tribunal Supremo en el que los mismos jueces que dijeron "digo" ahora dicen "Diego". Lo peor de levantar una liebre es que el cazador se haya presto para preparar el gatillo; ahora, si la liebre se la siguen comiendo los mismos es cuando volvemos a sentirnos como gilipollas y cuando volvemos a descreer aquello que un día nos dijeron sobre la separación de poderes.

El decreto ley aprobado con urgencia por el gobierno es loable, pero me temo que terminará siendo un tiro al aire, porque la banca, aquella que nunca pierde ni en el Monopoly, maneja la sartén por un mango demasiado amoldado a sus manos. Jugarán con el interés y lo que le quitan por un lado lo sacará por el otro. Es el juego del gato y el ratón donde el roedor nunca tiene opción de regresar a su madriguera.

miércoles, 7 de noviembre de 2018

Camisa de once varas

En la Edad Media, existía un ritual para la aceptación de la adopción de un hijo por parte de una familia ajena. En el mismo, el padre adoptivo introducía al bebé por la manga de una camisa amplia y lo sacaba por el cuello, dándole, finalmente, un beso en la frente en señal de bienvenida familiar. De esta manera, al no haber parido la madre a quien iba a criar como su hijo, se simulaba un segundo parto con la amplia camisa como símbolo del útero materno. Al ser las camisas mucho utilizadas mucho más amplias que los bebés y al utilizarse la vara como unidad de medida en la época, la gente, cada vez que había una adopción, comentaba que iban a meter al niño en una camisa de once varas; algo que significaba una exageración popular por las once varas hubiesen equivalido a unos nueve metros y medio de camisa.
A partir de generalizarse la acepción, más allá de los rituales de adopción, cada vez que alguien se metía en un asunto que no le concernía o del cual le iba a costar mucho apuro salir adelante, se decía que, igual que a los bebés, se había metido él solito en una camisa de once varas y que le iba a resultar muy difícil encontrar el cuello de la misma y sacar la cabeza del atolladero. La acepción del término "meterse en camisa de once varas", a día de hoy, y cuando los rituales medievales de adopción han quedado en el olvido, es la de complicarse la vida innecesariamente; asumir un problema que no es tuyo y meterte, como aquellos niños de la Edad Media, en la manga de una camisa sin saber por dónde está el cuello.

martes, 6 de noviembre de 2018

El pote

El pote, en Urda, es un guiso de patatas, generalmente con conejo, que se hace a la lumbre y se come con mucho pan y mucho vino. Pero el pote, en Urda, además de un manjar es una excusa para volver a juntarse, para volver a sentarse alrededor de una sartén y volver a hablar y volver a querer hacer. El pote es la antesala de una partida de cartas, de un café largo, de una merienda con roscas de anís. El pote es el lugar común donde todos nos encontramos, una vez más, en el Corral del Abuelo Pablo, ese lugar común donde, cada cierto tiempo, volvemos a ser una familia.

lunes, 5 de noviembre de 2018

Confrontación

Si una cosa ha quedado clara es que la derecha española ha decidido tomar el camino de la confrontación. La política es así, una trinchera donde cabe la lucha o la negociación. La manera más sencilla de llegar a acuerdos es mediante el diálgo, pero la palabra, vistas las tesis demagógicas aplicadas, no da votos. Lo que da votos es el enfrentamiento, la acusación, la deriva, el cuerpo a cuerpo.

El Partido Popular acusa al gobierno de venderse a los independentistas y, mientras, en un paso más allá en la carrera hacia el populismo, Ciudadanos y Vox se juntan en Alsasúa para hacerles ver al mundo que los que no besan una bandera de españa son enemigos de la patria. Ganas de gritar, ganas de luchar, ganas de vender necesidad de protección.

Y mientras, el gobierno, como siempre que la izquierda intenta hacer acto de servicio, en la inopia más desesperante. Sin fuerza para la pelea, sin palabra para la defensa. Intentando justificar porque dijo rebelión donde ahora dice sedición e intentando pelear unos presupuestos que, por falta de apoyos, se le van a caer a la alcantarilla donde duermen los sueños más bonitos que nunca se llegaron a cumplir.

martes, 30 de octubre de 2018

Puturrú de fua






En una época en la que la perversión se medía en versos y el escándalo se instalaba las nocheviejas con el pezón de una cantante italiana, cualquier estribillo pegadizo, por absurdo que fuese, se convertía en éxito casi inmediatamente.

Cuando aquellos tres tipos vestidos de bañador y de nombre extraño aparecieron por primera vez en la televisión, la gente no tardó en dejarse engatusar con el estribillo que repetían sin cesar. "No te olvides la toalla cuando vayas a la playa". Aquel uo, uo, salalá, ye, ye, ye ye se convirtió por acción sin omisión en la canción del verano. Y aún hoy, cuando echamos la vista atrás y recordamos nuestras pequeñas frikadas de antaño, nos cuesta poco sonréir cada vez que alguien habla de una toalla en verano y en nuestra cabeza empieza a sonar aquella absurda canción que hizo famosa un trío que se hizo llamar Puturrú de fua. 

lunes, 29 de octubre de 2018

Reencuentros

Nada tan satisfactorio para el ego del alma que volver a reencontrarse con viejos amigos. El camino vital es tan individualmente inescrutable que resulta imposible caminar en paralelo junto a todas las personas a las que aprecias. Por ello, mientras las vicisitudes del destino nos van separando, vamos manteniendo el contacto a través de un teléfono y prometiéndonos, una y otra vez, volver a vernos más pronto que tarde.

Como las promesas, las más de las veces, se ven condicionadas por nuestros propios compromisos, vamos letargando nuestros reencuentros hasta que llega un momento propocio que no se puede esquivar. Beni es uno de los amigos que encontré gracias a Juanra, el tipo con quien mejor compenetro del mundo. Beni, jerezano con solera y vividor con montera, es fiel seguidor del Real Betis Balompié. Bastó una llamada y un acuerdo. "Pablo, el día veintiocho de octubre, juega el Betis en Getafe ¿Te apuntas?".

Dicho y hecho. Sólo faltaba la fácil tarea de convencer al resto de chavales de la pandilla del carnaval del toro. Fueron presa fácil. Ayer por la mañana volví a ver a algunos de mis mejores amigos. Esos que el tiempo te va prestando y tú vas sabiendo sacar provecho. Gente sana, noble, sincera. Buena gente. La despedida fue menos traumática porque sabemos en menos de un mes nos volveremos a ver. Será en Segovia. Será un nuevo capítulo de nuestra amistad.

viernes, 26 de octubre de 2018

La cocina del CIS

No convendría fiarse del todo de las encuestas del CIS. Generalmente, suelen ser sesgadas en cuanto  a que terminan siendo cuantificadas por el gobierno de turno. Normalmente se mueven en una u otra esfera en relación de si interesa o no llamar al voto. Recuerdo una antes de las anteriores, y casi interminables, elecciones generales, en las que Podemos acusaba un aumento de la intención de voto que le ponía muy por delante del PSOE y casi a la par del PP. Entonces los informativos comenzaron a bombardear con Venezuela y la encuesta tuvo su efecto llamada. La gente de derechas de toda la vida votó en masa al PP y la gente de izquierda votó al PSOE temiendo que el efecto Podemos sólo fuese gaseosa tal y como ocurrió. Y así estamos hoy, con el PSOE en lo más alto, pero con un porcentaje bajo, muy lejos de la mayoría absoluta, y el resto de partidos jugándose las porciones restantes del pastel. Apostaría a que si hubiese elecciones mañana, Ciudadanos no iba a quedar por encima del PP. Igual me equivoco, pero mi percepción es que el CIS cocina para que otros se lo coman.

jueves, 25 de octubre de 2018

La playa del Gurugú

En el verano de 2001 el Getafe Club de Fútbol buscaba su identidad planificando sus visitas a los campos de la Segunda División B. Inmerso una grave crisis económica y con un nuevo estadio al que no accedía ni un cuarto de su capacidad en cada partido de domingo, el nuevo técnico, Felines, había confeccionado una plantilla bastante bien dotada en el aspecto técnico y con serias aspiraciones de liderar el grupo de cara a regresar, por cuarta vez en su historia, a la Segunda División del fútbol español.
Entre los componente de la plantilla se encontraba Sebastián Gómez Garrido, futbolísitcamente conocido como "Sebas". El defensor central, que ya había fichado por el equipo durante el verano anterior, se reincorporaba a la plantilla después de una exitosa cesión en el Gandía. Este futbolista de perfil bajo, que había pateado campos de tierra y barro en busca de un sueño, regresaba a Getafe con la promesa de sentirse un futbolista importante por primera vez en su vida.
Corrían los últimos días del mes de agosto cuando el entrenador decidió dar unos días de asueto a sus chicos en pos de que se despejaran y olvidasen, por unos momentos, toda la tensión competitiva que estaba a punto de echárseles encima. Faltaba una semana para que comenzara la liga y Sebas viajó a Castellón para pasar unos días con la familia y alternar un par de noches con sus amigos de toda la vida. Junto a la playa del Gurugú, tomaba unas copas en un pub cuando se fijaron en un grupo de chicas. No le costó demasiado esfuerzo compenetrar con una de ellas y proponer un plan nocturno sobre la arena de la playa. Eran las cuatro de la mañana cuando la pareja retozaba en la arena y cuando un desconocido se acercó para orinar en la oscuridad.
Todo sucedió demasiado rápido. Sebas se levantó enfurecido, acusó al desconocido de mirón y le persiguió hasta darle caza y soltarle dos puñetazos en el rostro. El otro se echó atrás, sacó una pistola, disparó tres veces y salió corriendo antes de comprobar como su agresor caía inerte sobre la arena dejando un río seco de sangre que le nacía del pecho. Le habían perforado la arteria aorta con una bala.
El desconocido, quien tiró la pistola al mar en el puerto mientras corría en busca de un lugar donde protegerse, terminó confesando su crimen a la mañana siguiente. Igual que Sebas, también venía de Madrid, e igual que Sebas, también disfrutaba de unos días de permiso. La situación se enmarañó aún más cuando se dio a conocer que el tipo era un policía en activo que pasaba unos días de vacaciones en Castellón y caminaba por la calle con el arma reglamentaria bajo el pantalón.
A Sebas le quedaban dos semanas para cumplir los veintiséis años, tres mil personas salieron a las calles de Vila-Real para darle el último adiós y sus afectados compañeros del Getafe portaban el ataúd que terminaría sepultado para siempre en una tumba, igual que aquellos sueños que dibujaron a un joven ilusionado como un futbolista importante por primera vez en su carrera. El incidente unió aún más a la plantilla que aquella temporada firmó unos registros históricos y ascendió a la Segunda División. Fue en la primavera del año siguiente, unos meses después de que Ángel Torres accediera a la presidencia del club. El equipo, el estadio y la ciudad se acordó de Sebas. Un par de años más tarde el Getafe ascendería a primera y el recuerdo de Sebas se fue borrando mientras otros ídolos iban llenando el corazón de los aficionados.
El policía que disparó contra Sebas fue condenado a cuatro años de cárcel y a pagar una multa de ciento veinte mil euros. La familia, que consideró que la vida de Sebas tenía muy poco valor para la justicia, recurrió la sentencia alegando trato de favor por parte del tribunal. Son los litigios oscuros de la realidad. La justicia se paga con injusticia y las agresiones se pagan con la vida. Desde hace once años hay un recuerdo en Getafe para un chico que quiso ser defensa titular y no llegó a debutar con el primer equipo. El recuerdo se apaga y las balas siguen ardiendo en la conciencia de quienes obviaron la verdad. Quizá él no hubiese jugado nunca en Primera, pero si alguien hubiese optado por denunciar una agresión antes de consumar una macabra venganza, seguramente Sebas aún estaría vivo y recordaría a aquella chica que le acompañó a la playa del Gurugú en los últimos días de agosto.

miércoles, 24 de octubre de 2018

Bloqueo

Todos tenemos una afición, un talento sobre el que cimentamos nuestros sueños. A mí me gusta  escribir. Hace tiempo que abrí varios blogs, pero por causas laborales y familiares, hube de abandonar varios de ellos. Ahora voy compilando, poco a poco, los textos de allí en este humilde espacio. Pero hay otro blog al que tengo mucho aprecio y no he sido capaz de dejar. Es mi blog de pequeños relatos. Durante los últimos diez años, igual que he hecho con este espacio, he ido actualizándolo con mayor o menor periodicidad, siempre que el tiempo libre me respetase. Lo que me ocurre ahora para no ser capaz de actualizarlo es eso que llaman el bloqueo del escritor. No quiero parecer pedante por nada del mundo. Sé que no soy escritor y, probablemente, jamás llegue a serlo por más que en mis ratos libres escriba relatos y amagos de novelas que jamás verán la luz. Pero casi siempre he tenido facilidad para idear historias, algunas cotidianas, otras fantásticas, otras imposibles, pero historias al fin y al cabo. Ahora llevo semanas sin capaz de sacar algo decente de mi cabeza, y me estoy desesperando. Ahora sé lo que sienten los que viven de esto cuando las musas niegan la visita en el momento que más las necesitan.

martes, 23 de octubre de 2018

El punto de no retorno

Hubo un día en el que nos avisaron, pero hicimos como que no pasaba nada. Los prados seguían verdes, los veranos seguían siendo agradables y en invierno hacía frío, como siempre.

Otro día nos advirtieron, pero tampoco hicimos nada. Empezamos a reírnos del calor, a jugar con la nieve de marzo, a cambiar los campos por centros comerciales.

Ahora ya no sirve que nos amenacen. Los noticiarios se llenan de imágenes de inundaciones, sequía que asolan un continente, huracanes que destrozan islas, tsunamis que arrasan archipiélagos.

Ya no sirve de nada.

Estamos en el punto de no retorno.

viernes, 19 de octubre de 2018

Valentino Rossi

El talento es una virtud inherente en el ser humano. Todos estamos dotados para algo en particular, muy pocos son los dotados para algo espectacular. Cuando el miedo y el riesgo son asumidos como dos factores implícitos en la profesión, es cuando el piloto se siente en su hábitat natural. Durante muchos años, no hubo nadie capaz de superar el talento de Valentino Rossi sobre una motocicleta. Durante muchos años, ejerció su tiranía sobre el mundia del Moto GP mientras terminaba cada carrera, siempre, con una sonrisa.

jueves, 18 de octubre de 2018

Comer y dormir

Decía un antiguo compañero de trabajo, en una de sus típicas frases soeces, que los placeres de la vida eran cinco: cagar, follar, mear, comer y dormir, y todos por este orden. Sin detenerme a analizarme escatológicamente y considerando que mi vida sexual interesa poco, voy a centrarme en esos dos placeres que nos conducen a la gula y a la pereza, dos de los pecados capitales por los que dice la Iglesia, Dios sería capaz de catapultarte hasta el infierno.

Una vez escuché a alguien en la televisión decir que no se fía de la gente que no disfruta con la comida. Comer es un placer sublime, una sensación de deseo tan primitiva que nos conduce a la desesperanza. En general, como nos vamos acondicionando como tipos cualitativamente exquisitos, vamos escudriñando momentos hasta que encontramos la calidad, pero más de una nos mostramos tan insaciables que sólo nos conformamos con la cantidad. Saborear, masticar, engullir. Y así una y otra vez, día tras día. Picar, comer, volver a picar. Y es que el puto gusanillo nos incordia tanto que nos convierte en esclavos de nuestras propias pretensiones.

Lo de dormir es otra historia. Generalmente somos capaces de aguantar el sueño si estamos entretenidos en algo que nos divierte o nos interesa. El tema surge cada mañana cuando suena el despertador. Durante mis vacaciones o días libres suelo levantarme más o menos temprano porque me gusta aprovechar el día. Entonces, si en los días laborables me acuesto más o menos pronto ¿Por qué me molesta tanto el sonido del despertador a las seis y media de la mañana? Todos luchamos contra nosotros mismos por esa porción de tiempo extra llamada cinco minutos más, todos pagaríamos parte de nuestro sueldo, en ese momento, por poder quedarnos en la cama. Dormir hasta hartarse es un placer. Un placer supremo. Lo ideal sería que, como en vacaciones o días libres, la hartura la pudiésemos marcar nosotros.

miércoles, 17 de octubre de 2018

No hay dinero

Puedo llegar a entender, que no a compartir, las reticencias de los partidos de derecha a los presupuestos presentados por el gobierno. Puedo llegar a entender, que no compartir, los argumentos esgrimidos por los economistas más conservadores a la hora de analizar el impacto que estas medidas sociales podrían tener en nuestra economía. Puedo llegar a entender, que no compartir, el análisis en frío de la gente de a pie que nos sigue anunciando el apocalipsis. Sí, puedo entender que nos han comido la cabeza con las recetas anti crisis y que para el tipo que consume telediarios de prime time, sea más importante la estabilidad nacional que el estado de bienestar cuando no terminan de darse cuenta de que uno siempre debe ir ligado al otro.

Nos dicen que si gastamos más de lo que podemos, no podremos devolver la deuda y se volverá a disparar el riesgo de la misma, nos dicen que no tenemos y que las medidas, más por populistas que por realistas, se llevarán por delante la economía porque los pequeños empresarios no podrán soportar la subida del salario mínimo. Nos dicen que el Estado no puede dar más ayudas de las que ya da porque nos recetaron austeridad y debemos cumplir unas premisas.

Nos dicen, al fin y al cabo que no hay dinero.

No hay dinero.

Y de repente nos ponemos a investigar y conocemos que el coste de la corrupción le ha venido costando al Estado más de cien mil millones de euros, que el coste del rescate a la banca, la misma que cortó el crédito y dejó en la calle a millones de españoles, ascendió a sesenta mil millones de euros de los que el Estado dio por irrecuperables su totalidad, que el coste del rescate de unas autopistas fantasma fue de dos mil millones de euros y que el dinero estatal de subvenciones a la iglesia, quien no paga impuestos por la mayoría de sus propiedades, es de doscientos cincuenta millones de euros anuales.

El coste del incremento de los Presupuestos Generales del Estado con las nuevas medidas sociales aumenta en cuatrocientos millones de euros.

Y claro, no hay dinero.

martes, 16 de octubre de 2018

Roma no paga traidores

Viriato fue el general lusitano que encabezó la rebelión contra Roma cuando esta intentó conquistar Hispania en el siglo III A.C. en el marco de la segunda guerra púnica. Después de varias victorias sonadas y tras haber capturado, y perdonado la vida a cambio de paz, al jefe militar Fabio Máximo Serviliano, fue traicionado por sus discípulos Audax, Ditalcos y Minuros quienes aceptaron oro a cambio de asesinar a su general mientras dormía. Una vez realizado el trabajo y con las manos manchadas de la sangre de Viriato, fueron a reclamar su recompensa a Quinto Servilio Cepión, nuevo jefe militar romano en la zona y hermano del derrotado Serviliano y este les recibió con lanzas y con una frase que era una declaración de intenciones de los valores del imperio. "Roma traditoribus non premiat", o lo que es lo mismo, "Roma no paga traidores". De esta manera, Viriato fue incinerado en loor de multitudes y sus asesinos fueron enviados al patíbulo condenados por traición. Así pagaron la muerte de un héroe y la paz de un imperio.

lunes, 15 de octubre de 2018

Listas

A veces me pregunto si no me parezco demasiado, en la manera conceptual, a Rob Fleming (Rob Gordon en su versión cinematográfica), dada mi afición a las listas. No me puedo considerar un melómano al nivel de Rob, pues mis gustos musicales son mucho más sencillos y mis conocimientos, mucho más limitados, pero tiendo a generar listas de todo aquello que tengo pendiente de hacer o de comprar. Tengo una lista de series pendientes de ver, otra de películas pendientes de descubrir, otra de rutas pendientes de realizar y otra de cosas pendientes de comprar. De vez en cuando genero otra que termina en el traste o, simplemente, en el vertedero de mi cabeza. Soy un tipo al que le gusta planificar pero que tiene muy poco tiempo para cumplir sus expectativas. Y el tiempo, como el inexorable juez que nos termina poniendo en nuestro sitio, sigue pasando y sigue corriendo a mil por hora. Las listas, como los sueños, terminarán incumplidas, pero al menos quedará la ilusión pendiente de cumplir y la expectiva convertida en realidad cada vez que tache alguno de los objetivos cumplidos.

miércoles, 10 de octubre de 2018

Saliendo de la cueva

La sorpresa es el factor visible de lo inesperado, el gesto espontáneo ante lo inconcebido, la alarma natural ante lo no planeado. Cuando dejamos de lado las preocupaciones, cuando creemos que vivir es pisar el cielo, cuando creemos que los ataques ajenos son semilla sin germinación, es cuando aparecen las sorpresas y, muchas veces, es cuando lamentarse ya no sirve de nada.

En una sociedad desestructurada, desinformada, desculturizada y desapropiada, es donde nacen los grupos ultra. La semilla germina fácil; basta con hacer creer a la gente en el apocalipsis, en la ruina y en la remisión. De esta manera, los enemigos de la extrema derecha se clasifican rápidamente: Homosexuales, feministas e inmigrantes. Y toda la izquierda, claro está. Esa que ellos llaman radical sin pararse un segundo a mirar su ombligo.

La ultraderecha está aquí. Realmente, nunca se ha ido, sólo que durante años ha vivido amparada bajo el paraguas azul del Partido Popular. Todos los nostálgicos del régimen, que eran muchos, le votaban a ellos, ahora el voto se dispersa y se reparte en base a un programa. A la derecha está el Partido Popular, un poco más a la derecha está Ciudadanos y a la derecha de todos, está Vox.

Todos son una y medios y poderosos lo saben. Ellos nunca se han ido, solamente estuvieron resguardados en una cueva.

martes, 9 de octubre de 2018

El manillar de triatleta




Los veranos de los años ochenta eran Tour de Francia y playa. La playa, para los madrileños, solía reducirse algún lugar de la costa valenciana y el Tour de Francia, para los españoles, era Perico Delgado, con sus glorias y sus miserias.
El Tour de 1989 nos volvió a poner sobre la realidad de lo que era Perico Delgado como ciclista. Era un escalador excelso, un loco de los descensos que alternaba días de almohadilla con otros de puerta grande. Cuando en aquel prólogo de Luxemburgo le vimos llegar a la línea de salida con casi tres minutos de retraso, todos supimos al instante que aquel año, como en otros atrás, nos iba a tocar la de arena.
Fue un Tour extraño, sin un patrón claro y con dos ganadores de la carrera jugándose el pan hasta la última semana. Cada segundo arañado por Lemond era respondido con un ataque feroz de Fignon. Todo ello hasta que, a cuatro jornadas del final, Fignon dejó a sus rivales camino de Villard de Lans y dejaba prácticamente sentenciada la carrera. De nada sirvió el intento de un desesperado Lemond durante la etapa posterior. El francés ya saboreaba el título y se mostraba arrogante ante los ojos del mundo.
La mañana del veinticuatro de julio los españoles nos levantamos con unas imágenes que dañan nuestro orgullo patrio. El altivo Fignon, molesto por la presencia de una cámara de Televisión Española en la estación de tren donde arriva el equipo Super U, lanza un escupitajo contra el objetivo mientras pone ojos de demonio. Con ello, Fignon se convirtió, de repente en el villano de todo un país. Y cuando alguien tiene un villano su primer objeto es desear su derrota.
La etapa final era una rara avis en una carrera tan tradicional como el Tour de Francia. Veintiún kilómetros contra el crono separaban Versalles de París. Poco después de que todos los corredores tomasen la salida, pudimos comprobar un nuevo elemento revolucionario que, a la postre, terminó por cambiar la historia. Fignon, con todo su desarrollo puesto, pedaleaba a golpe de riñón mientras sujetaba sus manos en los extremos del manillar y dejaba que el viento peinase su pelo rubio. Lemond, por su parte, se sujetaba sobre un manillar en forma de arco sujeto sobre la parte central de la bici. Encorvado, y rodando a una velocidad mayor, cortaba el viento gracias a su postura y a un casco con forma de pico en sus extremos.
La exhibición de Lemond se convirtió, por derecho propio, en uno de los mayores acontecimientos del deporte de nuestra infancia. La desventaja de cuarenta y un segundos la tornó en una ventaja final de cuarenta y nueve, lo que le permitió ganar el Tour por ocho segundos de diferencia. Cuando vimos a Fignon derrotado, en el suelo, no pudimos evitar esbozar una maliciosa sonrisa. Nos encanta encontrar villanos y, aún más, nos encanta ver como terminan siendo derrotados.

lunes, 8 de octubre de 2018

Persiguiendo sueños

La vida es una sucesión de planes. Un encadenamiento de sueños cumplidos y otros pendientes de cumplir que intercalamos con todos aquellos fracasos o fantasías que nunca serán realidad. Una de cal y otra de arena. Y así discurrimos por el mundo. Así nos intentamos asimilar a nosotros mismos. Y como preferimos ser Apolo antes que Dafne, perseguimos sueños al tiempo que solo hacemos recuento de aquellos que hemos conseguido alcanzar. La vida, en fin, es una colección de fracasos entre los que se cuela la conciencia, porque más allá del logro, nos convencemos a nosotros mismos de que no es lo mismo hacerlo que intentarlo. Y el que lo intenta al menos, es el que gana. O eso creemos. Aunque sea mentira.