martes, 22 de diciembre de 2009

La suerte ha pasado tan cerca que casi nos ha rozado

Suelo decir, y me diréis, quizá con razón, que el que no se consuela es porque no quiere, que cuando la suerte pasa tan cerca y ni siquiera me roza es porque el destino me tiene deparado algo mucho mejor. Así que sigo esperando. Decía Sagra que ella no quiere dinero, solamente quiere ponerse buena. Estamos sanos ¿No? Y hoy es el día de la salud ¿No? Pues eso. Felicidades a todos mis vecinos agraciados en el barrio de San Isidro. A mí me espera algo mucho mejor.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

"Está esperando Pablo..."

Oigo la reunión de obra de fondo, en el despacho de al lado. A cada pregunta que le hace la Dirección Facultativa al jefe de obra le escucho contestar: "Está pendiente Pablo...", "Tiene que ir Pablo...", "Lo tiene que recoger Pablo...", "Tiene que llamar Pablo...", "Está esperando Pablo...". Pues eso ¿Sabéis hasta dónde está Pablo?

jueves, 10 de diciembre de 2009

La ruta de las tapas

Voy a jugar a gourmet sin serlo, voy a jugar a cocinero frustrado y a catador áspero. Voy a juzgar en bruto y a alabar en ignorancia. Voy a pedir que lo repitan y me voy a mostrar satisfecho de la primera edición de la ruta de la tapa en el toledano pueblo de Urda.

Empezaremos con la tapa nº 1, no por calidad si no por orden de referencia dentro del cartoncito de sellar. En el plátano nos pusieron una tosta de jamón con bacalao ahumado. Muy bien la presentación. Sobra decir el efecto motivador que suele ejercer en mi paladar el pan tierno recién tostado. Sobre el mismo, una capa de queso de untar, una loncha de jamón y una pieza fina de bacalao ahumando. Todo puesto en un plato alargado y decorado con una línea no uniforme de caramelo líquido y un pimiento del piquillo que, a mí, que soy mucho de mezclar sabores, me vino muy bien para acompañar. Muy bien de presentación, bien de sabor y regular en imaginación.

La siguiente tapa fue la del calamares. Una tosta, este pan no tan tierno, más bien era del día anterior, con setas sin escurrir, lo que provocaba que el pan se encharcase demasiado en aceite y una loncha de jamón caliente por encima. Esto es un punto para mi porque el mal jamón se esconde muy bien con medio minutito a la plancha. Por encima un pedazo insignificante de pimiento verde frito que bien pudiese haber sobrado. La decepción principal, para mí, fue saber que a otros comensales se les añadió un huevo frito y a nosotros no. Muy mal. Presentado todo en un plato de madre de los de toda la vida sin ninguna floritura más. Regular en presentación, normal de sabor y mal en imaginación.

La tercera tapa del concurso se sirvió en el coto. Aquí podría estar una de las posibles ganadoras. Quizá el principal fallo estribó en una rodaja de pan demasiado pequeña para lo que requería el pincho y, en nuestro caso, no demasiado tierna, aunque no parecía pan del día anterior si no de la primera hornada del día. El pan, sin tostar, se acompañaba de una suculenta rodaja de solomillo de cerdo coronado con una generosa porción de asadillo casero. Muy rico. Servido en plato de bodas, bautizos y comuniones y con un charco de salsa de queso de sabor intenso demasiado grande para lo que requería el pincho. Poco pan y mucho que mojar. Normal en presentación, muy bien de sabor y bien de imaginación.

Pasamos a la tapa del palomo. Como decía Sagra, no se rompió los cuernos imaginando. Una ración, para mi muy escasa, de venao en salsa con patatas de pote. Una salsa demasiado clara para mi gusto y unas patatas demasiado inadecuadas. La carne estaba muy tierna y buena de sabor, eso sí. Presentado todo en una cazuelita de barro para no perder el porte castellano. Bien justito en presentación, bien de sabor y mal de imaginación.

La tapa de la posada no la probamos por lo que no nos detendremos mucho en analizarla. No es por animadversión hacia el lugar ni mucho menos ya que, quienes nos conocen, saben que pasamos allí bastante tiempo en nuestro ratos de ocio y visita al pueblo. El problema de la perdiz escabechada es eso, que está escabechada. Y aquí, a un caballero que odia el vinagre por encima de todas las cosas, catar algo escabechado es como pedirle a un sommelier que se beba un cartón de vino Don Simón. Impensable.

Pasaremos pues, a la tapa del sito. Está fue de las que más gratamente nos sorprendió por haber llegado de los lugares donde habían servido las tapas más simples. Se trataban de tres langostinos cubiertos con bacon rebozado, clavados cada uno en un palo de pincho y con un vasito de salmorejo para acompañar. A su favor hablaré del buen contraste de sabores entre el langostino, el bacon y el salmorejo. A su contra, que el bacon se caía nada más dar el primer bocado y habías de estar recogiéndolo con la mano, y que el vaso de chupito con el salmorejo era tan estrecho que casi era imposble mojar sin tener que volcarlo. Presentado todo en un plato de estirpe moderna pero sin perder el clasicismo. Bien en presentación, bien alto de sabor y bien alto en imaginación.

Pasemos al Chaplin. Allí, el riesgo de acertar o equivocarse era mayor en cuanto al misterio que había rodeado al nombre de la tapa. "Mar y tierra". Si bien el resto de bares se había ofrecido a describir su pincho, el pub solamente había dado a conocer su título. Y si me sorprendió, fue para bien. Dos brochetas, una de mar con piña, langostino, pescadito y chipirón, y otra de tierra con patata rebozada, lomo y bacon. Muy buena la conjunción de sabores. Servido todo en un plato cuadrado muy popero y acompañado de un chorreón de salsa dulce y un montoncito, suficientemente escaso, de salsa de patata. Muy bien en presentación, muy bien de sabor y muy bien en imaginación.

En el parque fue donde menos comió Sagrario. Decía que picaba, pero yo no lo noté. Es más, sin ser una delicia a mi me gustó. Más que nada porque nunca se me había imaginado esa mezcla. Se trataba de tres champiñones rellenos de carne muy picada y con salsa picante. Decorados por encima con una nuez y salsa de caramelo. Se comían casi a bocado menos el más grande que requería tres mordiscos con el peligro de mancharte que ello conllevaba. Quizá mucho mejor de haber sido todos de a bocado, más sencillos y más comestibles. Presentados los tres en un plato blanco de los de toda la vida manchado con el caramelo rociado sobre los champiñones. Regular en presentación, bien alto en sabor y muy bien en imaginación.

La del Seven fue la segunda tapa que probamos y más que nada, porque no habíamos probado otra más antes, nos pareció hasta buena. Su problema es que pierde en comparación con casi todas. Decir a su favor, eso sí, que en cantidad ganaba de sobra a sus competidoras y que de habernos puesto la loncha de jamón que puso a otros comensales quizá le hubiésemos dado el premio a la tapa que más llena del mundo. Se trataba de una brocheta, un pincho moruno de los de toda la vida, de pollo condimentado, de ese que venden en el tostadero, con unos cuantos pedazos de pollo acompañados de patatas fritas con salsa de yogur, con un sabor muy intenso a yogur natural. Decía la descripción que era también salsa de queso, pero a mi solo me supo a yogur. Y me supo bien, que no creo nadie que la critico. Me estuvo buena la salsa. El pollo, demasiado retostado y las patatas demasiado poco tratadas. Congeladas y aceitosas. Nos pusimos finos, pero se puede mejorar. Presentado todo en un platito de madera muy curioso no por el material sino porque no pegaba con el pincho, siendo la madera más para un asado o para una comida más tradicional. Regular en presentación, bien en sabor y normal en imaginación.

Y por último, la tapa del rincón. He aquí la que fue, para mí, ganadora en cuanto a sabor. Nunca imaginé que lo que llamaban anchoa rellena me sorprendiese tanto, pero lo hizo. Se trataba de una anchoa abierta, cubierta con un pimiento del piquillo y bechamel y frita después de ser rebozada en huevo. Se unía el sabor de la anchoa, tratada cruda y no ahumada ni en aceite, no os penseis que era otra anchoa, pensar en una sardina o un boquerón para haceros mejor idea, al sabor de la bechamel y al sabor dulce del pimiento del piquillo. Además, el huevo rebozado le daba un punto. Riquísimo. Presentadas en una rodaja de pan, generosa, sin tostar, con unos tomates cherri, aparte, que, para mí sobraban, y puestas en un plato de barro quizá demasiado grande e inoportuno para la ocasión. Regular en presentación, exquisito de sabor y muy bien de imaginación.

Y esto es todo. Yo que por estos lares soy de post cortitos y sencillos, de pases al pie, os he aburrido hoy con una jugada personal demasiado intrascente. Gracias por llegar hasta el final y gracias a los hosteleros de Urda por la iniciativa. Deseandito estoy de que la repitan.

miércoles, 2 de diciembre de 2009

Exigencias del guión

Aquí cada uno cumple su guión. Desde que se inventaron las excusas, se acabaron los errores.

Cada uno suelta su porción de mierda por el culo e intenta pringar al que está debajo. Así es la cadena de superioridad y así lo exige el guión. Si el responsable de la propiedad le pide un papel al jefe de obra este suelta la mierda al administrativo y como debajo del administrativo nunca hay nadie, se la tiene que comer con patatas y encima tiene que dar gracias por el aperitivo, no fuese a ser descortés y desconsiderado.

Cuando uno hace lo que puede no está obligado a más. El problema es cuando los otros no saben lo que puede hacer uno y se dedica a cumplir el guión. Si el responsable de la propiedad, sin tener ni idea de lo que tardan las gestiones pregunta al jefe de obra, el jefe de obra, Poncio Pilatos mediante en su memoria, se lava las manos e indica su mancha de mierda en el hombro del administrativo. Así, llegamos a la conclusión de que si en la obra no hay agua es por mi culpa. Qué responsabilidad la mía.

Es en estos momentos cuando echo la vista atrás y recuerdo las frases lapidarias de ese hijo de puta que me lo hizo pasar tan mal. "En caso de duda, la culpa siempre es del administrativo". Se trata de soltar mierda, se trata de cumplir el guión.