jueves, 29 de febrero de 2024

El sillón

Existe un sentido inherente en el ser humano que es el de la comodidad. A nadie le gusta trabajar, eso lo daremos por descontado, por ello, cuando se encuentra un trabajo apto a las consecuencias aunque sea completamente inapto a las circunstancias, nos resulta muy difícil manejar una opción de cambio, porque si las remuneraciones son altas y los esfuerzos son bajos, el premio obtenido termina siendo mucho mayor del esperado y por ello nos negamos a renunciar a nuestra posición de privilegio.

Si el premio a una carrera de abyecciones y escaladas es el de llegar a diputado, es mucho mayor el rechazo a renunciar al privilegio porque allí, aforamientos aparte, encuentras cierta seria de privilegios que escapan al ciudadano común. Por ello, puedo imaginar al señor Ábalos tratando de idear mil excusas y buscando la mejor huída hacia adelante que le permita mantenerse en su lugar, porque mejor que allí, al calor del estado, no va a estar en ningún sitio y quizá si algún día, si tiene la suerte de encontrar la puerta giratoria que le haga regresar al mundo de los vivos en condiciones óptimas, saldrá por patas de la manera más cobarde posible gritando aquello de santa rita lo que se da no se quita.

Porque se puede tener en contra al gobierno, se puede tener en contra a la oposición, se puede tener en contra a la opinión pública y se puede tener en contra a la ciudadanía, pero amigo, el sillón es el sillón y con lo que cuesta conseguirlo, no va a haber ni juez ni parte que me obligue a levantar mi trasero de él porque ¿Dónde voy a estar más calentito?

jueves, 15 de febrero de 2024

De la música a las palabras

Madurar no sólo implica tomar decisiones trascendentales porque generalmente, son los pequeños cambios en la cotidianidad los que nos van marcando el camino hacia la madurez. Para mí, la radio magazine murió con Iñaki Gabilondo y aunque Francino supo ocupar un lugar con solvencia en aquellas mañanas de trabajo, cuando se pasó a las tardes desintonicé la radio informativa del dial del coche para pasar a la radio musical. Pero como quiera que la repetición de las mismas canciones al final lleva a trasladarte hasta el tedio, primero fueron los podcast los que ocuparon mis viajes y ahora, más apoyado en el deseo de saber que en la inquietud de descubrir, he descubierto los audiolibros como compañeros perfectos para esos atascos infernales camino del trabajo. Allí, mientras pongo en orden mis ideas y trato de cumplir mi guión entre facturas, contratos y controles de personal, sigo con los podcast, pero siempre deseando volver al coche para inmiscuirme en el mundo de la literatura y dejarme llevar en volandas por esas historias que tanto me han gustado leer desde pequeño.

jueves, 8 de febrero de 2024

Armar la marimorena

En la segunda mitad del siglo XVI, existía, en la Cava Baja madrileña, una taberna de postín y trago largo, regentada por un matrimonio bien avenido. Él era Alonso de Zayas y de ella se sabe que tenía por nombre María y sus cabello, al igual que su tez, eran de color moreno. Debido a ello, y a que aquella señora María llevaba el gobierno de la taberna y del matrimonio, se dio llamar a aquella tasca el nombre de taberna de la María Morena. Una mujer de armas tomar según dieron fe los posteriores escritos.


Ocurrió que cierto día acudieron a beber a la taberna algunos soldados, fatigados, que regresaban de los tercios. Como quiera que la única sed que avivaba su ánimo era la del buen vino, solicitaron al tabernero unos pellejos que colgaban de una de las paredes del establecimiento. Ante la negativa del dueño a servirles aquel vino, alegando que el mismo estaba reservado para clientes de mayor postín, los soldados organizaron una sonora protesta que terminó en bronca descomunal.

No hubiese sido tanta la fama de la tabernera de no haber sido ella la mayor protagonista en aquella pelea. María Morena repartió lo suyo y lo de su marido. Volaron sillas, hubo sangre, cayeron dientes y algún hueso hizo croc. Ya en el calabozo, cada uno de los participantes en el alboroto dio su versión de los hechos y en lo que todos coincidían era en la bravura y fuerza de la tabernera.

Desde entonces, en los corrillos populares de la ciudad, a cualquier algarabía, alboroto o pelea producida en las calles se le llamó "armar la marimorena". Aquella expresión fue extendiéndose hacia el resto de España hasta el punto de que ante cualquier bullicio de carácter público y colosal, solemos decir que "se ha armado la marimorena". Y todo en homenaje a la esposa del dueño de la vieja taberna situada en la Cava Baja madrileña.