jueves, 27 de enero de 2022

La tía Santa

La tía Santa era la última superviviente de una estirpe de mujeres hechas a sí mismas y cinceladas por la vida a golpe de necesidad. Las hijas del tío Macano eran directas, crudas y, sobre todo, supervivientes. Mi abuela, la Manuela, era la menos afectiva y la más fuerte y quizá por ello todas las demás sentían una devoción especial por ella. Ninguna llegó a los ochenta años excepto ella, la tía Santa, quien con noventa y cinco y toda una vida carga a las espaldas, nos dejó con noventa y cinco y se llevó consigo un siglo en el que se vivió a mil por hora y se razonó a la velocidad de una tortuga.

Porque fue hija de una guerra y nieta de la necesidad. A menudo, recuerdo cuando mi abuela me contaba que había pasado el año del hambre. Aquello no fue sino la síntesis de una época en la que la postguerra se llevó tantas vidas como la guerra misma, víctimas del hambre, el frío y la venganza. Y allí, testigos de una época en la que las oportunidades volaban demasiado alto como para poder alcanzarlas, las hijas del tío Macano se hicieron mujeres, madres y ejemplos.

Para nosotros, la tía Santa será siempre un chascarrillo constante, la frase adecuada siempre por delante y un punto de admiración siempre presente. La tía Santa eran tardes sentados en un viejo sofá oliendo al picón del brasero y comiendo una galleta rizada, o noches al fresco en una silla de mimbre y madera recordando momentos bajo las estrellas. La tía Santa eran potes enormes el día de su cumpleaños y cientos de comidas tras las monterías en las que los toreros bajaban a la Pedrera para dar unos lances y después comerse las judías que les había preparado.

Porque la tía Santa era una cocinera excepcional, una persona extraordinaria y un ejemplo en casi todos los sentidos. Nunca podremos olvidar su característica voz de Navarra, su altruismo con cada miembro de la familia y su inquietud por seguir aprendiendo a pesar de que los años fuesen haciendo mella en su rostro. A los setenta aprendió a leer después de que los años, los tiempos y las obligaciones le hubiesen comido la vida y después de hacerse socia de la biblioteca se apuntó a tener su propio espacio en un programa de radio. Así se hizo mediática. El problema es que nadie puede vencerle al tiempo y superar el paso de la vejez. Pasó los noventa con soltura, pero poco a poco se fue apagando hasta que una última crisis de salud se la llevó por delante.

Uno aprende a querer a la gente que le saca una sonrisa y aprende a admirar a la gente que sabe sobrevivir a las dificultades. Recuerdo la mula en el corral, la lumbre en la chimenea, los dulces en la mesa y las palabras bajo la luz de la luna. Somos muchos los que la quisimos y la admiramos, por ello, como esas estrellas que se apagan y se llevan por delante una vida, dejará un vacío que jamás seremos capaces de llenar, porque siempre que pasemos por la calle Real miraremos hacia un lado para ver si la tía Santa sigue sentada al fresco.