martes, 28 de diciembre de 2021

Donde pone el ojo

Durante la convención del Partido Popular en la que quiso poner en solfa su estima y terminó a la sombra de una crecida Isabel Díaz Ayuso, Pablo Casado anotó su hattrick particular al elogiar, durante tres días consecutivos, a Sebastian Kurtz, Nicolas Sarkozy y Mario Vargas Llosa, quien se atrevió a asesorarnos en el voto, para que, durante los tres días posteriores uno fuese imputado por corrupción, otro condenado por malversación y el tercero apareciese como defraudador impío en los papeles de Pandora, algo que también le ocurrió a Guillermo Lasso días después de ser apoyado públicamente por nuestro líder de la oposición.

En su manera de hacernos creer en los ejemplos útiles, se preparó una ponencia mitinesca sobre las energías renovables y se sorprendió ¡oh! sorpresa, de que el gobierno defendiese la energía solar cuando todos debíamos saber que por la noche no hay sol y sigue habiendo necesidades energéticas.

Días después, de paseo por Granada, quiso ser grandilocuente y pasó a la Catedral para escuchar misa y así poder presumir de la grandiosidad del estado español con la mala suerte que se dio de cruces con una misa en honor a Franco y con una foto indeseada que le mostraba como un doliente más en memoria de quien dictó los designios de este enfermo país durante más de cuarenta años. Fue tan torpe y simple que ni supo evitarlo ni supo disculparlo, no fuese que sus socios preferidos le llamasen derechita cobarde.

En la lucha interna vivida en el seno del gobierno, apostó en principio contra quien creía más débil. Cuando comprobó que, pese a sus augurios, Yolanda Díaz avanzaba y ultimaba sus negociaciones en pos de eliminar los elementos más lesivos de la Reforma Laboral, comenzó a lanzar sus dardos contra Nadia Calviño, calificándola de bluff y de fracaso en términos europeístas, para que solamente tres días después del FMI la nombrase presidenta de su Comité Financiero.

Y es que mi tocayo tiene un tino que ya quisieran muchos tiradores profesionales; mira, se posiciona, apunta y donde pone el ojo, nunca pone la bala.

viernes, 17 de diciembre de 2021

Responsabilidad individual

Existe un punto de temeridad en el discurso, o en el silencio, de nuestros representantes. Por un lado, no dejan de promulgar la necesidad de ser libres y disfrutar las fiestas mientras que por otro, con el mazo escondido, nos hablan de precauciones y necesidades. Ante el desarrollo de la sexta ola, no toman medidas y nosotros, que si no nos ponen el cartel de prohibido, nos creemos que todo el monte es orégano, nos lanzamos a las calles para disfrutar sin pararnos a pensar que las consecuencias, de una u otra manera, pueden ser un tanto peligrosas.

Lo cierto es que, mientras que la presión hospitalaria no vaya en aumento, no van a tomar medidas, porque antes que a la crisis sanitaria le tienen mucho más miedo a la crisis económica y los mensajes de miedo no ayudan en este sentido. Y mientras no se tomen medidas vamos a seguir haciendo nuestras vidas por más que el virus circule, mute y nos siga contagiando. Por ello, ante la inacción gubernamental, sólo cabe una medida de reacción; la responsabilidad individual.

Y digo esto, claro está, con mis huevos gordos después de haber estado ayer de comida con los compañeros y después de estar planificando un fin de semana con actividades fuera de casa. Y es que mi responsabilidad, como todas, pasa por un dato que todo el mundo está obviando a la hora de hacer una análisis comparativo de estas pre navidades respecto a las del año pasado, y es que mientras que en diciembre de 2020 había la escalofriante cifra de cero personas vacunadas, este diciembre hay treinta y ocho millones. Una cifra que sí deberíamos tener en cuenta porque la gran mayoría de contagiados no está sufriendo las penurias y desgracias que sufrieron los contagiados de la primera ola.

viernes, 10 de diciembre de 2021

Brillar por su ausencia

Era costumbre que, en la antigua Roma, los funerales se celebrasen con una serie de retratos realizados en cera, junto al féretro del fallecido, en representación de los antepasados del mismo. De este modo, cada fallecido llevaba en su pompa fúnebre un retrato de su padre, madre, esposa o hermanos en caso de haber fallecido uno de estos.

Ocurrió que, durante el funeral de la dama Junia, esposa de Tasio y hermana de Bruto, ninguno de los dos, en forma de imagen de cera, estuvo presente en los responsos en calidad de antepasado ilustre de la fallecida. Se dio el caso de que, al haber sido ambos, conspiradores principales del asesinato de Julio César, el senado les terminó nombrando traidores y les dio muerte sin honor. Por ello, la presencia de ambos no tenía sentido en un funeral de estado al ser considerados como traidores al imperio.

Como consecuencia de lo acaecido en el funeral de Junia, el poeta Tácito, en sus anales, escribió el siguiente verso: "Delante de la urna fúnebre llevaba a sus antepasados, entre todos los héroes que, presentes a nuestros ojos, provocaban el dolor y el reconocimiento, Bruto y Tasio brillaban por su ausencia".

De esta forma, Tácito resaltó la importancia de la ausencia de los dos familiares de Junia por delante de la presencia de todos los demás. Su ausencia brilló por encima de las presencias, una ausencia que recorrió Roma de boca en boca y el mundo pudo terminar rememorando gracias a los poemas de los cronistas.

Así, cada vez que alguien no está en el lugar en el que se le espera o donde sí debería estar por obligación moral o por ser personaje ilustre en la escena, su ausencia, al ser mucho más destacable que la presencia del resto de asistentes, resulta brillante. Es decir, brilla por su ausencia.

martes, 30 de noviembre de 2021

El germen

La Real Academia Española de la Lengua, en su diccionario, cabecera para cada una de las palabras indefinidas que rondan en mi cabeza, ofrece, para germen, cuatro definiciones que bien podríamos emplear para el desarrollo, fundamentalización e inclusión de la ideología ultraderechista que está salpicando nuestras conciencias y manchando de lodo la política de nuestro país.


1. Esbozo que da principio de desarrollo a un ser vivo.

Cuando Podemos irrumpió de la nada, sin altavoz mediático ni aviso previo, la maquinaria necesitó un contrapeso que hiciese subir la balanza del lado derecho y en esas apoyaron la iniciativa impulsada por un grupo de ideólogos y encabezada por Albert Rivera. Cuando comprobaron que la apuesta era más un farol que una mano ganadora, necesitaron revivir viejas rencillas y dieron foco a un partido que, hasta entonces estaba totalmente desaparecido. Las redes se llenaban de memes burlándose de la poca incidencia de Vox en las anteriores elecciones y entonces se viralizó un vídeo de Santiago Abascal en caballo amenazando con reconquistar Andalucía ¿Reconquistar para quién? Lo que necesitaban reconquistar era el voto ideológico y por ello movieron el árbol para ver cuántas peras caían. Y de ahí surgió el germen. Aquel esbozo dio principio de desarrollo a su ser vivo cuyos tentáculos buscaban presa y cuyo hambre no iba a esconder remilgos.


2. Parte de la semilla de que se forma la planta.

Una vez plantada la semilla solamente había que esperar a que se formasen las primeras raíces. El discurso directo, populista y sin ambages funcionó y la ultraderecha entró como un cohete en el parlamento andaluz. Lo que ocurrió entonces fue una reacción inversamente proporcional a lo ocurrido con el auge de Podemos. Si cuando Podemos entró en las instituciones todos los medios se apresuraron a hablarnos de Venezuela, de las becas de Errejón y de las fanfarrias de Monedero, esos mismos medios callaron y se mostraron cómplices ante los mensajes de odio, de repente, las propuestas indecorosas de Vox no molestaban como si lo hacían las propuestas sociales de la nueva izquierda. Algo empezaba a germinar de manera peligrosa.


3. Primer tallo que brota de una planta.

Brotado el tallo, cualquier intento de cercenarlo suena más a planticidio que al mero trabajo de extirpar arbustos invasores. La democracia, como la mujer del César, no sólo debe ser honesta sino también parecerlo. Tocaba, pues, luchar con la palabra contra su odio. El problema es que fueron ellos los que se adueñaron del altavoz mediático y fuimos nostros los que fuimos viendo como crecían hasta alcanzar una altura considerable. Les daban foco, cámaras y acción. Entrevistas, minutos de variedades y horas de tertulia, y en casi ningún caso salían mal parados. Y una vez allí, floreciendo en el jardín de nuestra democracia, no iban a desaprovechar la oportunidad de establecerse como la auténtica especie dominante.


4. Microorganismo patógeno.

Hecho el daño, ya sólo faltaba propagar la enfermedad. No sólo entraron en nuestras casas y en nuestras tertulias, sino que entraron en las instituciones. Primero en el Parlamento, por la vía legal del voto, algo que hay que aceptar, y luego en los tribunales, por la vía del conchabeo. De todos es sabido que el sistema judicial español, a la hora de optar a plaza, no favorece tanto la meritocracia como la dinerocracia. Es decir, alguien de un estatus social más acomodado, tendrá siempre más opciones que alguien que no se puede permitir estar opositando hasta una avanzada edad y, si lo puede hacer, tiene que compaginar los estudios con un trabajo con la situación de desventaja en que ello le sitúa. Así pues, llenos los tribunales de jueces adeptos a la causa, tan sólo había que tirar bombas para hacer que explotasen. Si les molestan las encuestas de Tezanos, siempre habrá un juez amigo que lleve a trámite su denuncia por malversación. Si creemos que el necesario Estado de Alarma era inconstitucional, siempre habrá un amigo que me apoye en la denuncia. Si nos molestan las pintas de un perroflauta en el Congreso, vamos a tirar por tierra su carrera política. Y así, con las instituciones contagiadas por el peor virus de la historia moderna, tan sólo queda contagiar a la población para que su enfermedad sea nuestra tortura definitiva.


5. Principio u origen de una cosa material o moral.

Suele suceder que, cuando tu rival en el espectro ideológico, siente tus fauces acosando sobre sus resultados, su mutación, en lugar de conducir a la moderación, se encamine hacia una radicalización muy similar. Por ello, el Partido Popular, en lugar de desmarcarse del discurso ultraderechista, lo ha abrazado y, en algunas ocasiones, lo ha adoptado como suyo. La verdad, no vamos a mentirnos, es que los ultraderechistas estaban antes allí, lo que pasa es que el partido tenía fuerzas lo suficientemente moderadas como para saber callarles. Ahora, con el germen esparcido por toda la sociedad, ni unos callan ni los otros quieren que callen. Por ello, acuden a misas en homenaje a dictadores, liquidan los servicios públicos y atacan los principios de la democracia sin ponerse colorados y sin un ápice de arrepentimiento, porque saben que si moderan el discurso los votos cambian del azul al verde y que más vale una buena confrontación, aunque sea estúpida, que un buen entendimiento. Y es que unos, ya contagiados por los otros, han comprado no sólo el discurso sino las formas. Al enemigo ni agua, predican, y al ciudadano migajas. Bastante tonto es el populacho ya para saber comprar su ignorancia y bastante listos son los medios de comunicación para saberla vender en frasquitos de cristal.


martes, 23 de noviembre de 2021

Logroño

Todos los que siguen mi blog, que son pocos, saben que me gusta viajar y que si no lo hago más es por la ausencia de dos factores fundamentales a la hora de poder cumplir cualquier sueño: tiempo y dinero. Siendo un simple asalariado como soy y trabajando Sagrario casi todos los fines de semana como lo hace, tenemos que buscar huecos en el calendario para organizar algún viaje y así poder conocer algún rincón de España.

El último ha sido Logroño y cabe decir que me ha resultado una ciudad muy bonita al tiempo que acogedora. Su casco antiguo está lleno de calles con encanto, entre la que sobresale la archiconocida calle Laurel, llena de bares en las que puedes degustar las mejores tapas al mejor precio. Y es que el español, al tiempo que busca turismo también busca gastronomía, lo llevamos en la sangre y por eso disfrutamos aún más porque era conocer un nuevo punto y tomar una nueva cerveza. Qué le vamos a hacer, nos gusta la buena vida.

Pero si nos gustó Logroño, lo mismo tenemos que decir de Laguardia, un pueblo que llevaba más de veinte años queriendo visitar y en cuyas calles sobrevive el espíritu medieval de quien convirtió la villa en baluarte del condado. Una zona, además, que el otoño pinta de marrón violáceo las hojas de los millones de viñas que pueblan el paisaje.

Un viaje más que recomendable. Y en familia, como siempre, mucho mejor.

miércoles, 17 de noviembre de 2021

Pepe Soplillo

El Kiosko era un programa infantil de variedades en el que nos intentaban enseñar que el mundo podía ser mucho más divertido. Entre canción y canción, nos enseñaban a hacer dibujos, nos mostraban un divertido experimento científico o nos representaban algún teatrillo peculiar.

Pero si hubo un personaje por el que el programa pasó a la historia, fue el de Pepe Soplillo. Con la voz del inconfundible Pepe Carabias, Soplillo era un muppet animado que nos contaba sus hazañas, opiniones y desventuras. Tan evidentes fueron sus características orejas grandes que al orejón de cada clase se le empezó a decir, inmediatamente, que tenía orejas de soplillo.

miércoles, 10 de noviembre de 2021

Lucha de gigantes

Lucha de gigantes convierte el aire en gas natural. Ya lo anunció Antonio Vega de manera intrínseca, metafórica e incluso peyorativa, las luchas de gigantes siempre terminan con un derrotado en el suelo aplastando, sin pudor ni lástima ninguna a aquellos ingenuos que observan el torneo desde su atalaya creyendo que el espectáculo les es ajeno cuando, realmente son las verdaderas víctimas de una guerra que, como todas, no han salido a buscar.

Porque en esta guerra por el aire, el gas, la luz y los combustibles fósiles, van a ganar las fortunas, van a trincar los políticos aunque pierdan la base de su gobierno y van a perder, por goleada, los consumidores quienes, abyectos ante la subida desproporcionada de los precios, comprobarán como sus bolsillos se desinflan y sus economías se resienten. Porque subirán los precios, la inflación y el IPC, pero los sueldos seguirán igual no vayamos a darle a los pobres obreros la oportunidad de competir en esta crisis que, como todas, les ha llegado como puñalada trapera.

Que la economía no es más que un mero juego de mercados nos quedó claro a todos el día que la economía hizo crack gracias al maniqueo practicado por cuatro especuladores con las hipotecas subprime. Declarado tóxico este producto, toca introducirse en la inversión especulativa en otra rama más sostenible y, sobre todo, más diferenciable por necesidad. La sobreexposición de los precios de la energía, combinados con los cuellos de botella en el transporte marítimo, amenazan con llevar de nuevo a la economía a un caos del que siempre sacan ganancia los mismos pescadores. Se trata de revolver el río, hacer flotar a los peces muertos y dar carroña como carnaza a los incautos mientras ellos celebran, una vez más, el banquete de bienvenida a una nueva crisis. Toda lucha de gigantes tiene un perdedor preestablecido.

viernes, 29 de octubre de 2021

Abrir los ojos

Hay mucho dolor en algunas decisiones ajenas. Muchas veces ves que una persona a la que quieres se está equivocando y, sin embargo, por miedo a causarle algún tipo de dolor te guardas la angustia y te mantienes en silencio al tiempo que ves como la bola de nieve se hace más y más grande temiendo que algún día, cuando estalle, se lleve por delante la vida de esa persona. Nunca es tarde para abrir los ojos, el problema es que, cuando te das cuenta de que hay vida más allá del error, eres consciente de que has perdido algunos de los mejores años de tu vida.

Una de las personas más importantes en mi vida se enfrascó durante años en una relación tóxica que no le llevaba a ningún sitio. Ella abnegada y sacrificada, luchaba día a día no solo por mantener la relación sino para mantenerle a él, parásito indómito que se acopló en su sillón y tan sólo se levantaba para devorar bolsas de patatas fritas. Todos sufríamos en silencio hasta que decidimos dar el paso sabiendo que aquello nos podía costar su compañía.

No nos quitaba la razón, pero tampoco nos la daba del todo porque ahí seguía ella, tratando de sacar a flote un barco que estaba hundido desde que se botó por vez primera. Dedujimos que el tiempo terminaría por desgastar la venda y algún día vería la realidad que los demás veíamos, pero pasaban los años y el tipo seguía ahí, sin ningún interés por producir y mucho interés por agarrarse a su vía de salvación. Gozaba su suerte mientras nosotros nos preguntábamos porque nuestra chica no era capaz de ver su desgracia.

Ahora que la pasión se ha acabado y el fuego ha terminado en cenizas presas del aire, por fin se han abierto los ojos y han sido conscientes del error. Han sido muchos años de su vida, quizá los mejores, atada a un tipo que no la merecía y perdiendo experiencias que no van a regresar. Por eso tiene nuestros brazos y nuestra compañía, porque mientras se recompone, intentaremos que no pierda las ganas de seguir hacia adelante. Y es que hay algo más importante aún que el amor pasional y es el amor familiar, porque aquel nace del corazón, pero este se mantiene siempre dentro de las entrañas.

lunes, 18 de octubre de 2021

La negativa por respuesta

A España le hace falta una oposición responsable, educada y coherente. Y lo digo en los dos sentidos, porque, gobierne quien gobierne, la gresca termina imponiéndose a los acuerdos y la polémica siempre va por delante del sentido común. Algo que se agrava aún más cuando gobierna la derecha, experta en mandar a la calle a la gente con el miedo en el cuerpo y la bandera de España en la mano.

Las pocas propuestas emitidas por el Partido Popular se basan en el liberalismo salvaje y, por ende, en la destrucción de los pilares del Estado de Bienestar. La frase de Isabel Díaz Ayuso de que no se le puede regalar la educación a todo el mundo, choca de frente con nuestros ideales de país y acercan a la presidenta madrileña al trumpismo más radical. Es muy peligroso derribar las bases porque, tras ellas, se derrumban los cimientos. Y ha costado mucho trabajo tejer una red de servicios que ellos quieren dilapidar.

¿Y el resto de propuestas? Nada, la negativa siempre por respuesta. En ese caso, el gobierno se lo pone siempre fácil, basta con proponer o aprobar alguna ley para decir que ellos la revocarán y la llevarán a los tribunales. No hay más alternativas que decir que no a todo, llevar la contraria y confrontar, porque son políticos de poca talla y son tipos que, ante la adversidad propia, son capaces de tirar de cualquier mentira para meter el miedo a la ciudadanía. Si los datos de paro son buenos y la economía va progresando, ellos le llevan la contraria a las agencias y al banco de España y aseguran que España se encamina a la quiebra.

Utilizan el miedo como antídoto y lo peor es que saben que les funciona porque las encuestas le están respaldando, algo que no habla muy bien de España, para qué nos vamos a engañar.

jueves, 7 de octubre de 2021

Saber perdonarse

Nos pasamos la vida cometiendo errores. Que tire la primera piedra el que esté libre de ello. Nos pasamos la vida tropezando porque nos gusta arriesgar, nos gusta tirarnos al vacío y nos gusta sentir el mullido colchón de paja cuando encontramos el final de la caída. Pero, inconscientemente, siempre que decidimos correr unilateralmente hacia adelante, dejamos a alguien atrás, alguien cuyo resuello nos pide árnica, comprensión e incluso una pizca de afecto.

De nada nos sirve pedir perdón si estamos dispuestos a repetir los errores. Cuando uno tropieza, o hace tropezar a los demás, ha de saber que la vida aporta lecciones y que de nosotros mismos depende el saber o no aprenderlas. Uno vive más tranquilo cuando sabe perdonar, pero aún más cuando aprende a perdonarse a sí mismo, porque de nada vale la palabra si la conciencia no baila al son de las cicatrices.

Huir no es siempre de cobardes. Se puede ser valiente si sabes hacia donde vas, se puede ser consciente y al mismo tiempo sentirse una piltrafa porque del valor no depende el bienestar, sino que depende de saber que lo correcto vive en consonancia con lo naturalmente establecido. Para poner una vida patas arriba es necesario correr con los ojos cerrados, para restablecer una conciencia en necesario abrirlos, mirar hacia uno mismo y, sí, saber perdonarse.

lunes, 4 de octubre de 2021

De punta en blanco

Durante la Edad Media eran habituales los torneos o combates entre caballeros. De igual forma, los grandes caballeros, entendidos como nobles de casas con abolengo, eran los que siempre iban mejor equipados en los combates de guerra. Como quiera que aquellos años fueron propicios en guerras, disputas y retos en los que se ponía en juego la tierra y el honor, eran muchas las ocasiones en las que los caballeros ponían en riesgo su vida en pos de derrotar a algún enemigo en la contienda.


Para llegar en la mejor forma física posible a sus duelos, los caballeros entrenaban con sus armas casi a diario. Aquellas armas de entrenamiento eran, generalmente, de madera o de latón ennegrecido. El material, debido a su baja calidad, terminaba perdiendo el color y quedando prácticamente opaco a medida que la práctica del entrenamiento iba en aumento.

Sin embargo, el día del combate, aquellas armas melladas y descoloridas quedaban en la armería y los caballeros cabalgaban en sus monturas con sus mejores galas. Entre sus armas, las espadas estaban tan pulidas y brillantes que producían un color blanquecino al recibir los rayos del sol. Aquella punta blanca reluciente quedó como identidad del poder del caballero para deslumbrar. Por ello, se decía, debido a aquella punta de espada brillante, que los caballeros salían de su castillo, prestos al combate, de punta en blanco.

La expresión, a día de hoy, se ha extrapolado para referirse a las personas que van pulcramente vestidas, con elegancia y con la ropa totalmente impecable. Lo que viene siendo, vestir de gala.

martes, 21 de septiembre de 2021

Las medias tintas

Con los racistas, los homófobos, los predicadores del odio, los violentos, no debería haber medias tintas porque si ven que dudas, si ven que le examinas en la escala de grises y si ven que no condenas del todo sus tropelías, se van a venir arriba y van a seguir campando por las calles al igual que lo hicieron el pasado sábado en una afrenta humillante a un gobierno que, en casos como este, actúa siempre con el paso cambiado.

Porque no puedes interactuar para limitar una marcha el día de la mujer, poner condiciones a las marchas en el día del trabajo y permitir que un puñado de nazis vayan provocando por el centro de Madrid como si la ciudad fuese suya y sus proclamas fuesen versículos de la Biblia. No puedes andar jugando al gato y al ratón escondiendo la zarpa y después pretendiéndola enseñar cuando la ofensa ya está dictada y la mancha ha ensuciado a toda una ciudad.

Y, sobre todo, no puedes dictaminar que la fiscalía entra porque la marcha pudo suponer un posible delito de odio. No hay posibles en este caso. Es un delito de odio como una catedral, es un delito de odio penado en otros países y que aquí se permite porque los que ganaron una guerra hace ochenta años siguen ganando cada batalla día a día sin que los demás podamos decir nada. Aquí no hay medias tintas, señores, o se les prohíbe o se les encarcela, pero nada de mirar a la galería y pasear un capote que no vas a utilizar.

martes, 14 de septiembre de 2021

Lluvia cae

Se apaga el sol, el verano, los planes, la ilusión. Lluvia cae, nubes se levantan y los pájaros cantan. Se va otro estío, se marchan días sin cumplir y otras promesas que, por haberse cumplido, han sabido a poco. Siempre queremos más, siempre buscamos más. Siempre pensamos de más. Y ahora sabemos que cuando el frío nos congele la espalda y los pasos pesen toneladas, volveremos a hacer promesas que no cumpliremos pero viviremos en la ilusión de lo probable porque cuando vemos el sol, cuando el sol nos calienta, nos sentimos dueños de nuestro destino.

Y mientras miro llover por la ventana y los albaranes se acumulan en la mesa, pienso que el verano ha vuelto a volar y que los sueños han vuelto a quedar en el filo. Lluvia cae y el corazón late. Le damos la bienvenida al otoño y entre esa melancolía que nos vende habremos de comprarle algún nuevo boleto, porque con el sol no se acaba la vida y con el verano no se acaban los planes. Son menos vistosos, pero siguen siendo planes al fin y al cabo.

jueves, 9 de septiembre de 2021

Los elefantes de la fortuna

Toda casa de los ochenta estaba llena de horteradas. Entre las mismas destacaban los regalitos de boda o comunión; pequeñas figuras, bandejitas y platitos inundaban nuestros muebles afeando el paisaje. Toda madre ha suspirado por una figurita de Lladró y cuando la han conseguido la han cuidado más que a un hijo. Hasta le quitaban el polvo de una manera diferente. Pero el rey de las horteradas era el elefante de la fortuna. En mi casa había tres y estaban colocados en la balda más alta del mueble haciendo escala de mayor a menor. Importante que tuviesen la trompa hacia arriba, pues aquello indicaba que iban a traer toda la suerte del mundo. Afortunadamente, tanto mis hermanos como yo hemos tenido una infancia feliz, por lo que puedo decir que sí, que los elefantes nos aportaron fortuna.

martes, 31 de agosto de 2021

El precio de la luz

Que a nadie extrañe si dentro de unos años alguno de los representantes del actual consejo de ministros o incluso el propio presidente del gobierno, acaba en el consejo de administración de una de las grandes empresas de energía. Porque el sistema de puertas giratorias, tan dado a utilizar y tan poco dado a omitir, funciona así; favor con favor que paga.

El precio de la luz sube escandalosamente, yo diría que vergonzosamente y mientras las familias humildes han de hacer trucos para sobrevivir, los políticos se dedican a tirarse barro unos a otros al tiempo que sonríen por lo bajini sabiendo que ellos no manejan el mango de la sartén y que, si lo hiciesen, volvería el giro de la puerta a llamar a su futuro para hacerles saber que, como dijo Rodrigo Rato en su momento de esplendor: "Esto es el mercado, amigos".

Cuando la realidad es que, lo saben ellos, y lo sabemos nosotros, todos estos lodos vienen de aquellos polvos que ensuciaron el camino. El PP, desde el gobierno, facilitó una ley que atentaba contra el principio de competencia y las empresas de energía aprovecharon el giro a su favor para reventar el mercado. Pero no todo es culpa del PP, porque el PSOE, que entonces clamaba por una bajada de la luz, se ha visto con los pantalones en el suelo y el culo amoratado. No van a intervenir el mercado porque no les interesa hacerlo, no va a bajar el precio de la luz por más impuestos que bajen y por más tuits que traten de poner. Y mientras Podemos sigue enfrascado en sus guerras por el lenguaje inclusivo, la derecha saca rédito de sus promesas de humo para hacernos creer que ellos tienen la solución a todo. Los causantes del problema como solución al problema. Y todavía habrá gente que creerá que cuando gobierne la derecha bajará el precio de la luz. Tururú.


jueves, 26 de agosto de 2021

La piel

Las frases hechas tiene el poder de convertirse en verdad cuando se visten en primera persona. Cuando es tu piel la que se ve invadida, tu alma la que se encuentra en batalla y tu cabeza la que busca un final para los malos sueños. Esas cosas que te dicen de cuando seas padre comerás huevos o que ser padre te cambia la vida, no son más que conceptos semánticos que terminas de desglosar cuando la paternidad te sobreviene, te abre los ojos y cambias tus prioridades por completo.

Cuando operan a un hijo tuyo, aunque sea una intervención menor, sus ojos acuosos se clavan en tu alma, su desconocimiento te crea una pena preventiva y su dolor es un puñal contra tu sentido de la responsabilidad. Cuando le dices eso de "me cambiaría por ti", lo dices de verdad, porque darías a pelo su dolor por tu salud, tu bienestar por sus lamentos. Y es que los refranes trabajan y aunque no haya mal que cien años duren, llega un momento de la vida en el que dejas de mirarte el ombligo para desviar la mirada hacia un centro de gravedad más pequeño. Su mirada es tu mirada, su miedo es tu miedo, su piel es tu piel.

jueves, 5 de agosto de 2021

Gestionando

"Seremos fascistas pero sabemos gestionar" dijo el alcalde Martínez Almeida en una de sus gloriosas intervenciones en la campaña electoral ante los comicios en la Comunidad de Madrid. Sin que se le subiera el vino a la cabeza, hizo creer al mundo ese mantra que de tanto repetirse parece hasta verdad y es que la derecha es más tecnócrata mientras la izquierda es más cainita.

Que la verdad no te estropee un buen titular, claro, y que una mentira, de tanto decirla, se convierta en verdad, porque para qué vamos a sacar las cuentas si queda mejor decir que la gestión de la izquierda se gasta en mamandurrias y la de la derecha en cosas serias cuando la gran realidad es que su política está dirigida a crear chiringuitos, darle dinero a los poderosos y desprestigiar cualquier servicio público para que las privatizaciones terminen tomando sentido e incluso razón de ser.

Durante los últimos meses, las principales gestiones han sido guardar vacunas y marear al personal con las citas, abrir centros de vacunación en empresas privadas con su correspondiente mordida, menoscabar la atención primaria hasta el punto de devaluarla casi por completo, cerrar la comisión de investigación en referencia a las muertes en residencias durante la primera ola de pandemia después de repetir por activa y por pasiva que aquello era culpa de Pablo Iglesias, quitar la bandera arcoiris del ayuntamiento y así dar a entender que Madrid no es una ciudad diversa, crear chiringuitos innecesarios para sus liberales de turno, abrir la estación de metro de Gran Vía con dos años y medio de retraso con vergonzante pasarela en escalinata incluida, liquidar Telemadrid con la aprobación de una normativa que acaba con cualquier objetividad en la televisión pública, aprobar una rebaja fiscal que beneficiará a las grandes fortunas convirtiendo Madrid en el paraíso fiscal español y, como no, prometer libertad a diestro y siniestro sin darle un solo euro de ayuda a la hostelería.

Gestionar no sé si saben, pero fascistas sí son un rato.

lunes, 2 de agosto de 2021

Agosto

Dicen que el que no se consuela es porque no quiere y que no hay mal que cien años dure. Yo me consuelo como puedo haciendo ver que en agosto se trabaja mejor que en ningún otro mes y que mi mal durará el tiempo que tarde el resto de gente de volver de sus vacaciones. Porque cuando uno afronta el primer día de trabajo el uno de agosto y comprueba que todas sus vacaciones de verano se han agotado, ha de tratar de hacer un esfuerzo por autoconvencerse de que julio ha sido la mejor opción y que cuatro semanas, con piscina por la tarde y fines de semana largos, pasan enseguida.

Además, siempre es mejor tener vacaciones que no tenerlas. Parece una perogrullada y una forma de mirarse el ombligo bastante fútil, pero hay gente que apenas tiene vacaciones y otros que ni siquiera tiene trabajo. Dentro de lo afortunado que soy ¿Por qué habría de quejarme por trabajar en agosto? Pues eso, que no lo voy a hacer. Además, las vacaciones junto a la familia han sido estupendas y aún tengo días pendientes de aquí a final de año para poder hacer alguna escapada.

Así pues, aquí te espero, agosto. Con tus atascos inexistentes, tus jornadas intensivas y tus tardes de asueto. Lo digo así, sabiendo que voy a trabajar mientras la gran mayoría de gente está de vacaciones: ojalá todos los meses del año fuesen como agosto. Seguramente todos los trabajadores seríamos mucho más felices.

jueves, 24 de junio de 2021

A troche y moche

Durante las épocas en las que, en ciertas zonas, la madera se convirtió en la gran materia prima tanto en construcción de hogares como combustible para calefacción, los leñadores se convirtieron en hombres necesarios y afamados que, hacha en hombro, se adentraban en los bosques para talar árboles como si la propia vida les fuese en ellos. Al golpe seco para hondar en el tronco, se le conocía como troche, y el golpe más de canto para limpiar el corte de residuos, era el moche. Así, los leñadores troceaban y mocheaban sin parar, una y otra vez, una y otra vez.

De esta manera, cada vez que alguien realiza una actividad sin orden ni concierto, sin sentido de la medida, decimos que lo hace a troche y moche, pues, como los antiguos leñadores, hacen las cosas sin parar, en exceso y sin detenerse a considerar daños o perjuicios.

jueves, 17 de junio de 2021

Paz social

Los catalanes se equivocaron en su día. Pero no porque no tengan derecho a reivindicar lo que, por sentimiento, creen que les corresponde, al fin y al cabo el mundo es sólo un lugar dividido por líneas dibujadas por los hombres a los que llamaron fronteras, sino que se equivocaron por seguir ciegamente a unos políticos a los que la cuestión territorial les importaba poco y tan sólo se movían por el fin económico. Y es que ya sabemos lo que importa de verdad. Mientras el estatuto de Zapatero estuvo en vigor, los mandamases de Cataluña callaban como San Pedro y ponían la mano como Judas .Porque más allá del sentimentalismo, existe un interés común que une a todos los españoles, catalanes incluidos, y es el ansia de poder como mecanismo más rápido para acceder al dinero.

Y, claro, sin dinero y sin poder había que hacer una pataleta para que se escuchase en todo el mundo. De repente, cuando no había beneficios fiscales ni desahogo social, lanzaron a las calles a las huestes y se propusieron cantar las cuarenta a un gobierno que, Rajoy mediante, equivocó el tiro y tuvo que aguantar sobre los hombros una culata destruída. Porque lo que fabricó Rajoy no fue una nación indisoluble, sino que forzó el nacimiento de más y más independentistas que veían las actitudes del gobierno como una afrenta contra su pueblo.

La paz social saltó por los aires hace más de un lustro y, desde entonces, con heridas abiertas y enfrentamientos directos, Cataluña se ha convertido en un torpedo contra la línea de flotación de los distintos gobiernos. El Uno de Octubre se convirtió en el paradigma de que todo lo que empieza mal, termina mal. Y es que todos lo hicieron mal. Unos por sacar a la calle unas urnas a modo de provocación, sin vinculación oficial ninguna y con el único ánimo de crear vinculación sentimental. Los otros por no permitir que un pueblo se expresase y responder con golpes a los ímpetus de manifestación. Aquel caldo de cultivo terminó en un guiso mal cocinado y con varios tipos en la cárcel acusados de sedición y un tipo, el que lideró el movimiento, huído de la justicia española y acogido en el extranjero como el cobarde que dejó la misión para salvar su culo.

Estaba claro que el soporte del gobierno de coalición iba a sujetarse en la supeditación a los indultos a los condenados por el procés. Durante el año y medio que ha durado el infierno por la pandemia, el asunto quedó aparcado por ser menor ante la necesidad de paliar el virus, pero, una vez gestionada la pandemia, quedaba el asunto más espinoso de la legislatura, porque la vitalidad de este gobierno depende del tacto con el que trate este asunto de suma importancia.

Porque, más allá de que los condenados mereciesen una sentencia reprobatoria por haber infringido la constitución, no es menos cierto que las penas son desmesuradas y que se deben poner sobre la mesa argumentos sólidos para poder negociar y conceder estos indultos. Y el mayor argumento de todos es la paz social, esa que debe volver a Cataluña con premura porque la independencia unilateral es muy difícil sin violencia en un Estado donde el gobierno central va a negar el derecho de autodeterminación una y otra vez. Y quizá, desde la paz social, y obviando el ruido de los australopithecus de Colón y de los fanáticos de La Rambla, se pueda negociar un nuevo modelo de convivencia.

Porque no se trata de indultar por indultar, se trata de indultar para vivir en paz.

lunes, 14 de junio de 2021

Piscina

Vamos quemando etapas y vamos encendiendo fuegos internos. Cuando acaba la primavera y desaparecen los estornudos que te deja la alergia como rémora, llegan los calores y entonces los objetivos son otros. Cambias la manga larga por el bañador, los paseos por los chapuzones y los planes por sonrisas. Este año inauguramos piscina en la urbanización y lo que durante años fue un barrizal hoy es una estupenda excusa para hacer planes de día a día.

Han sido dos años de obras, de sufrimientos, de reuniones, de creer que no habría nada, de saber que habría algo muy chulo. Y de repende el silencio de las mañanas se convirtió en risas de niños, en saltos al agua, en salpicaduras, en murmullos, en brazadas de largo a largo. De repente el bloque sonríe y nosotros sabemos que podemos combatir el calor con algo que va más allá de apretar el botón de "on" en el mando del aparato del aire acondicionado.

Pronto llegarán los viajes, iremos abandonando las casas y la piscina quedará como un elemento de recreo para días puntuales, pero ver cumplirse las expectativas y ver la cara de felicidad de los muchos niños de la urbanización durante el fin de semana ha valido el precio de la espera y los sobrecostes. Y, sobre todo, saber que hemos dejado de ser el patito feo de la calle para habernos convertido en los más envidiados. Cosas de tomar una buena decisión y de vivir en buena armonía.

miércoles, 2 de junio de 2021

Fray Perico y su borrico

A los niños nos gustaba jugar, idear, correr, dar patadas y pelearnos. Pero necesitábamos un aliciente para que nos gustase también leer. Y entonces apareció la colección de libros de "Barco de Vapor". Estaba la edición de libros azules para niños de menor edad y la edición de libros naranjas para los niños más crecidos. Entre estos últimos se encontraba "Fray Perico y su borrico". El libro contaba las andanzas de un fraile torpe que viajaba con un burro más torpe aún. Cuando lo leímos en clase por vez primera, recuerdo morir de la risa. Teníamos un compañero que compartía nombre y apellidos con el autor y nos hacíamos la broma de que el libro lo había escrito él. Creo que alguno, incluso, lo creyó. Por eso, aún cuando le veo, sigo acordándome del libro y no puedo evitar esbozar una sonrisa.

jueves, 20 de mayo de 2021

Libertad

La libertad es un concepto demasiado serio como para convertirlo en manido y restarle la importancia que realmente tiene. La libertad tiene que ver con la expresión antes que con el disfrute, con la consecución antes que con la relación, con la causa antes que con la consecuencia. Porque la libertad es un trabajo colectivo con recompensa individual. Libertad no es salir de tu casa para disfrutar del sol, libertad es conseguir que nadie te prohiba disfrutar del sol.

Porque durante mucho tiempo, en este país, muchas cosas estuvieron prohibidas. No se podía tener libertad de conciencia, ni libertad moral, ni libertad sindical, y si eras mujer, todas tus libertades estaban supeditadas a los caprichos de tu marido. Fueron nuestros abuelos y nuestros padres los que labraron huelga a huelga, grito a grito, reivindicación a reivindicación, todas las libertades de las que ahora mismo gozamos. Porque ahora podemos elegir a nuestros gobernantes, nos podemos manifestar contra ellos y les podemos inducir a tomar ciertas decisiones. La libertad no es un señuelo, no, la libertad es un compromiso.

Hoy en día tenemos un contrato de trabajo; libertad. Estamos dados de alta; libertad. Nuestra jornada es de ocho horas; libertad. E incluso disfrutamos de días libres y vacaciones; libertad. Poder tomarse una cerveza no es libertad, es simplemente nuestra recompensa. Porque, si analizamos fríamente lo que debería ser obvio, hay gente que no tiene contrato, ni está dada de alta, su jornada es de doce horas y no disfruta de días libres ¿Cuál es su libertad ni siquiera pueden tener su recompensa? La verdadera libertad se gana en la calle, en el congreso y en la sociedad.

Porque la libertad que ellos venden en la libertad de los privilegiados. La libertad de los que se pueden tomar un Gin-tonic a las tres de la tarde después de una comida de negocios, la libertad de los que se pueden beber una cerveza después de su partido de pádel, la libertad de los que pueden ir a cenar a un restaurante de etiqueta porque tienen tiempo y gente que les cuide a los niños. Pero la libertad de vivir y, sobretodo, la de sobrevivir, no se adquiere en los bares, se adquiere en la calle y se disfruta con una buena atención médica, una educación de calidad y, sobre todo, con un sistema igualitario en la que todos tengan las mismas oportunidades. Eso sí sería libertad.

martes, 11 de mayo de 2021

Un año

Hace poco más un año todo eran planes, ignorancia, ilusiones, listas pendientes de completar, carreras pendientes de terminar, abrazos pendientes de repartir. Hace poco más de un año el mundo giraba a nuestro alrededor y no nos parábamos a mirar a los ojos de nadie porque nadie era obstáculo en nuestro camino hacia la vida completa. Soñábamos, remábamos, algunas veces alcanzábamos la orilla y, sin tiempo para admirar el paisaje, volvíamos a ponernos el mono y, precipitadamente, nos volvíamos a poner en marcha porque no teníamos miedo al abismo del tiempo.

Si algo nos ha enseñado este año, es que el tiempo nos tiene presos de sus vicisitudes. Porque mirando atrás, ahora sí somos timoratos, ahora sí somos nostálgicos, ahora sí nos sentimos débiles. Porque el tiempo no se recupera y, cuando pierdes un año y la vejez asoma por los costados, eres consciente de que esas canas de más, esas arrugas nuevas y esas rencillas pendientes contigo mismo, seguirán ahí y nadie borrará lo que no has conseguido.

Llegados a este punto, hemos sobrevivido al desastre dos tipos de personas; los que tienen miedo a la vida y los que tienen miedo a la muerte. Los primeros, más preocupados de vendarse los ojos que de destaparse el cerebro, buscan vivir el instante sin pensar en nadie, sin pararse a analizar el peligro que su inconsciencia puede provocar en sus seres más cercanos. Los segundos, más castigados por el miedo y más azotados por la experiencia, hemos decidido calmar los ánimos, templar el sentido común y conocer el peligro de un momento vital capaz de dejarnos solos ante la parca.

Porque un año no se recupera, pero menos aún se recupera una vida que se pierde. Así que, para sanarnos por dentro nos nos queda otro remedio que ser pacientes, generosos, comprensivos y comprometidos. Y saber que, en cualquier momento, siempre habrá un nuevo motivo, una nueva compañía o nuevo plan a la vuelta de la esquina. Porque esto es sólo una parada, la meta aún está lejos.

martes, 4 de mayo de 2021

La edad de oro

El chico zurdo acudió al torneo acompañado de su madre. Era rubio y tenía la mirada asesina de quien busca la gloria en cada instante. El rival, Roy Emerson, era más que una leyenda. Un Dios vestido en pantalón corto que pegaba bolas profundas y leía el juego como un maestro. Realmente aquella era la palabra adecuada. Maestro. El australiano había ganado doce títulos de Grand Slam y a los treinta y cuatro años estaba más para lo grueso que para lo fino, pero aún le quedaba tenis y, sobre todo, ganas de competir. Pero el chico rubio era más rápido, más fuerte y más agresivo. Le sacó de la pista y le ganó con una facilidad tan pasmosa que más de uno pidió anotar su nombre. "Se llama Jimmy Connors", dijeron, "tiene dieciocho años y la mujer que le acompaña, además de su madre, también es su entrenadora".


Un año después, aún como jugador amateur, rompió el molde en el campeonato de la Unión Atlética Universitaria de América. Se impuso a cada uno de sus rivales con un estilo directo y agresivo. Sin pausa, sin concesiones, sin descanso. Por entonces ya le llamaban Jimbo y como una especie de aeroplano que sobrevolaba por la pista, se lanzó al profesionalismo de la mano del sempiterno Pancho González; entrenador de estrellas y pulidor de diamantes. Era el comienzo de una carrera legendaria, y ya sólo en su primer año en la élite, ganó once títulos sobre superficie dura.

Por aquel entonces ya era casi imparable. Con un estilo agresivo y golpeo plano de la pelota, se había convertido en el mejor jugador del mundo en apenas tres años como profesional. En 1974 levantó tres trofeos de Grand Slam; Open de Australia, venciendo en la final a Phil Dent y Wimbledon y Open de Estados Unidos, después de ganar a Ken Rosewall en dos finales sin mucha historia. Porque lo suyo era ganar por la vía rápida; como un pegador profesional en el cuadrilátero, su estilo directo e insistente le había llevado al número uno y a ser el terror del circuito. “Jugar con Connors es como pelear con Joe Frazier. Siempre viene hacia ti. Nunca para”, llegó a decir uno de sus contrincantes.

Pero aquel Joe Frazier habría de encontrarse con su Mohammed Alí particular. Como todo gran héroe, o incluso como un buen villano, nunca hubiese sido nadie de no haber aparecido una némesis a su altura. Aquel mismo año de 1974, un joven sueco que pocos años antes practicaba el tenis en el garaje de su casa, se alzó con el único título de Grand Slam que Connors no quiso disputar. Se convertía, de esta manera, en el jugador más joven en ganar en París después de derrotar en la final a Manuel Orantes tras una épica remontada. Días atrás nadie conocía su nombre y, de repente, como una estrella del rock surgida de la nada, medio mundo se enamoró de Bjorn Borg después de alzarse con la Copa de los Mosqueteros en su primera participación en Roland Garros.

Borg era lo opuesto a Connors. Dados sus comienzos como jugador de hockey sobre hielo, y sus andanzas en la fría Escandinavia, había forjado un carácter frío y casi intranquilizador. Era un martillo desde el fondo de la pista; constante, incansable, con una derecha eficaz y un revés imposible. En 1972, con dieciséis años, había debutado como componente en el equipo sueco de la Copa Davis. Un año después, sufriría ante Orantes su primera derrota en la competición por países y allí, en el corazón del tenis sobre arcilla, había vengado aquella derrota dejando al español a las puertas de una gloria que jamás volvería a alcanzar.

Sería el comienzo de una frenética y exitosa carrera. Ese mismo año ganaría siete torneos sobre las cuatro superficies, lo que le convertían en un todoterreno del juego de raqueta. Pero para entonces, el número uno ya tenía dueño. Connors, sabedor de su dimensión en el circuito, se enfrentó a la ATP por un sistema de competición que consideraba inhumano y se enemistó con gran parte del estamento tenístico en un momento que alcanzó su punto más álgido en la disputa del torneo de Wimbledon de 1975. Connors, estrella y referente del tenis mundial, cruzó una apuesta con su compatriota Arthur Ashe, un tipo callado y honesto, que odiaba el ruido y las nueces de su rival. En un pacto entre caballeros, Ashe le promete a Connors, que si consigue llegar más lejos que él en ese Wimbledon, retirará todas las trabas sobre su persona, y le dejará jugar torneos fuera del circuito ATP con su correspondiente compensación económica. Aquella propuesta es un caramelo para Jimbo, que acepta sin dudar aun sabiendo que si perdía la apuesta habría de verse ligado por siempre al yugo de la ATP con sus causas y sus consecuencias. Pero ¿Por qué habría de perder? Él era el número uno del mundo y Ashe sólo un buen jugador más. Pero las rondas van pasando y el mundo, que desconoce la intrahistoria de aquel apretón de manos clandestino, observa, asombrado, como el bueno de Arthur Ashe realiza el torneo de su vida y va pasando rondas con la eficiencia de los mejores. Connors, por su parte, tampoco tiene demasiados problemas por su lado del cuadro y consigue confirmar los pronósticos plantándose en la final. Allí le esperará, para sorpresa de todos, el incombustible Arthur Ashe, que ha debido sudar sangre y tinta para derrotar a Roche en la semifinal. Así pues, el futuro de la ATP, debería dirimirse, como una gran película, en la final del torneo más importante del mundo. Connors, enérgico y joven, confiaba en doblegar a un Arthur Ashe que ya contaba con treinta y dos años y había pasado media vida luchando contra los intransigentes. Debido a su condición de afroamericano en una época en la que la que la lucha por la integración se dirimía a golpes, hubo de luchar el doble para conseguir menos de la mitad. Pero allí estaba, pletórico de moral y dispuesto a salvar la vida a la Asociación de Tenistas que él mismo había encabezado como líder fáctico durante los últimos años.

La final pasó a la historia como uno de los mejores partidos de Ashe. Fue, en realidad, su canto del cisne, pero un canto tan espléndido y celestial, que hubo merecido la pena todo lo anterior y lo posterior por haber podido disfrutar de aquel pedazo de gloria. Cuando Ashe se acercó a la red para saludar a su rival, sabía que aquel segundo apretón de manos iba a salvar la competición tenística y, al mismo tiempo, a pesar de la derrota física y moral, Connors sabía que, con ATP o sin ella, él seguiría siendo el mejor tenista del circuito por lo que debía recomponer su ánimo y preparase para regresar allí y levantar de nuevo una copa que, derrotado o no, consideraba como suya.

Como gran referente de la época, Connors se mantuvo como número uno del mundo entre 1974 y 1978. Y aquello habría de ser una batalla del niño mimado de América contra el resto del mundo, porque, con sus gestos de desprecio, su mal humor y su rictus de hombre serio, América, ávida de un campeón como aquel, adoraba a Jimmy Connors. Mientras tanto, en la lenta arcilla parisina, Borg seguía labrándose un nombre con un nuevo título. Tarde o temprano, habrían de verse las caras. Podría haber sido en Wimbledon, pero el incombustible Ashe de 1975 liquidó al sueco en cuartos de final por lo que el duelo se postergó hasta las semifinales del US Open. Aquella era la casa de Connors y no estaba dispuesto a consentir ninguna afrenta. No dio demasiadas opciones al sueco pero si algo sacaron en claro los allí presentes es que Borg, a poco que se tomara en serio las superficies rápidas, podía llegar a convertirse en el tenista más completo desde Rod Laver.

Si no fue así fue por la competencia feroz que encontró y por el estilo maniqueo de vida que optó por llevar cuando su fortuna se contaba con tantos ceros que era capaz de controlarlos. Pero de aquello ya hablaremos. Ahora estamos en septiembre de 1975 y el español Manuel Orantes da la campanada al vencer al gran Connors en la final de su torneo predilecto. En apenas dos meses se le habían escapado los dos torneos más prestigiosos del circuito y ambos ante dos jugadores veteranos que, en condiciones normales, no habrían tenido nada que hacer contra él. Se empieza a especular que algo hace “crack” en la cabeza de Connors cuando se enfrenta a un reto de envergadura. Al menos, los rivales, quieren ver eso como un síntoma de debilidad. Necesitan saber que el gran campeón también es humano.

Aquel curso termina con Suecia alzándose con el título de la Copa Davis. Borg es ya el tenista de referencia en el circuito europeo. Ha arrollado al gran Guillermo Vilas en la tierra parisina y ha culminado el año con el título del gran campeonato de naciones. Su juego de fondo es constante y preciso. Su físico, pese a su aspecto enclenque, es privilegiado y, cuando está en forma, es capaz de defenderse de los mejores golpes de su rival. Aparte, tiene duende, una derecha formidable y un revés más que certero. Necesita mejorar en hierba para saberse el mejor. Así se lo propone y así lo hace. Cambia el rito de sus entrenamientos y aprende a coger la raqueta por la parte más baja del mango. Hay que jugar más rápido, ser más directo y más explosivo. En 1976 el mundo fue testigo del nacimiento de un tenista casi perfecto.

Cuando llega a Wimbledon, ha acumulado cuarenta y una victorias consecutivas. Es un ser despiadado que no ofrece un milímetro al rival. Lo gana tan fácilmente que hay quien llega a pensar que no puede existir nadie capaz de bajarle de aquel trono de oro. Nastase, su rival en la final, declarará abatido, después de ser barrido en tres sets que a Borg deberían mandarle a otro planeta. Aquel no es un lugar lo suficientemente competente para él.

Poco antes, durante la celebración del torneo Conde de Godó, un chico enclenque y con cara de distraído, había tratado de disputar unos juegos contra los mejores. Toni Corominas, el gran preparador español de la época, observa en su estilo las maneras de un futuro campeón. Decide invitarle a una buena comilona para celebrar su participación en el torneo y consigue sacarle algunas palabras bajo su aspecto taciturno. Es checo, se llama Iván, quiere ser el número uno. Pero mientras el mundo le es ajeno, el planeta tenístico vuelve a poner su mirada en la pista central de Flushing Meadows. Allí, los dos mejores tenistas del circuito pondrán en juego la corona y el orgullo. Para satisfacción local, Connors vence a Borg y el mundo es consciente de que aquel duelo habrá de convertirse en eterno mientras el resto de tenistas sigan buscando una oportunidad.

Y a aquel Iván que había dado buena cuenta de la comida pagada por Corominas, habría de sumársele otro tipo de carácter extrovertido y celebraciones estruendosas que llegaría al tenis para cambiarlo todo. Mientras tanto, habría de jugarse el prestigio y el amor de América frente al gran Jimmy Connors en las semifinales de Wimbledon de 1977. Aquella aparición estelar de John McEnroe significó uno de los impactos más fulgurantes de la historia del tenis. Era un chico listo, voraz, valiente como pocos y demasiado temerario como para no tenerle en consideración. Vivía y moría en la red. Ponía de los nervios a sus rivales y aunque en aquel primer gran duelo contra Connors terminó hincando la rodilla, el mundo pudo contemplar el nacimiento de una gran estrella. Aquella derrota, sin embargo, dolió más al pobre McEnroe que al resto de la humanidad, ávida por ver la reedición del duelo entre Connors y Borg en la pista central de la catedral del tenis mundial. Borg, que había renunciado a jugar en París un mes atrás alegando una lesión, quiso confirmar sobre la hierba londinense que la verdadera gloria se alcanza a base de raquetazos perfectos. Fue Connors quien claudicó aquella tarde y fueron todos los que se marcharon del lugar sabiendo que, a partir de aquella edición, difícilmente el tenis volviera a ser lo mismo.

John McEnroe había nacido en una base naval alemana. Debido a su vida entre marines, obtuvo una educación casi militar y aprendió a jugar al tenis entre base y base mientras su padre le recordaba los valores de un ciudadano ejemplar. En plena adolescencia se incorporó como alumno a la prestigiosa academia tenística de Port Washington y, junto al insaciable Vitas Gerulaitis, aprendió los secretos del tenis y de la vida. Aquella primera gran aparición en escena dejó al mundo boquiabierto, pero él sabía que aquello era sólo una muestra de lo que era capaz de hacer. Se apuntó a las rondas previas y fue liquidando rivales hasta que en semifinales no pudo contrarrestar el carácter iracundo de Jimmy Connors. Entonces pocos lo sabían, pero acababa de nacer una de las rivalidades más enconadas en la historia del deporte.

Su educación marcial, determinada por la disciplina y el amor por el coraje, le habían convertido en una persona de lo más irascible. Odiaba errar y, sobre todo, odiaba verse superado en la pista. Las masas, deseosas de adorar a un nuevo símbolo del deporte, comenzaron a adorarlo y a imitar aquel look rebelde en el que una desaliñada cabellera rizada se escondía tras una ancha cinta que recorría su frente. Si Borg había sido bautizado como un icono pop, allí estaba la contrarresta. Una estrella del rock había llegado al tenis para quedarse. Zurdo, impredecible, agresivo y, sobre todo, demasiado temerario como para no ser tenido en consideración en la agenda de las preocupaciones. Pero existe un punto de locura que lo echa todo al traste. Un lugar en el cerebro del jugador que le juega malas pasadas y le convierte en una persona insoportable. Su poca tolerancia a la frustración le hace perder los nervios y enfrentarse a quien ose practicarle una crítica. En su primera participación en el US Open ya tiene su primeros enfrentamientos con el público, pero es en su primera participación en la Copa Masters, en la que lanza una raqueta a un espectador, cuando la gente se da cuenta de que aquel no es un tipo vulgar a quien adorar solamente en las victorias. El Daily News describirá su actitud de la siguiente manera: “McEnroe es la anarquía en zapatillas de tenis. Es el clásico ejemplo del histérico extrovertido”. Aunque él lo resumirá de una forma más sencilla: “Si me insultan, yo insulto”.

Los ataques de ira, asegura, le ayudan a concentrarse. Ataques de ira que alcanzan de igual manera a público, rivales o incluso árbitros. Uno de los momentos más recordados fue aquel en el que se dirigió a un árbitro y le espetó: “Usted ve menos que esas jodidas flores que además son de plástico”. No admitía errores, ni los propios ni los ajenos. De esta manera, el juego de comparaciones pasó a convertirse en inevitable. Todo era blanco o negro, frío o calor, fuego o hielo. McEnroe, el tipo agresivo, incandescente y expresivo. O Borg, el jugador de hielo que no perdía la compostura y mostraba siempre una educación exquisita. Le mente fría siempre presente, frente a la hostilidad inherente de McEnroe. Fuera de las pistas sin embargo, al estadounidense le seguía persiguiendo la competitividad mientras que Borg gustaba de los placeres y la vida contemplativa.

Sólo era cuestión de tiempo que el sueco le arrebatase el número uno a Jimmy Connors. Fue en septiembre de 1977, cuando el niño bonito de América perdió la final del US Open ante Guillermo Vilas, el momento en el que el testigo cambió de nombre. Ahí estaba Borg, el dueño de la tierra y la hierba, poniendo fin a un reinado de ciento sesenta semanas. Sin embargo, más allá de las realidades, quedaban las percepciones. Para Nike, por ejemplo, era más importante una imagen impactante que cien victorias. De esta manera, la marca americana se lanzó al mercado ofreciendo su primer gran contrato al aspirante John McEnroe, quien ya era una celebridad sin haber ganado prácticamente nada. Aquella rotura de relaciones de McEnroe con la sempiterna marca tenística Sergio Tacchini, cambió todos los moldes del mercado deportivo. Por primera vez, una marca ajena al deporte de la raqueta, irrumpía con fuerza en el mercado. Solamente faltaba esperar a que los dos iconos de la imagen cruzasen sus fuerzas por primera vez. De esta manera, no fue de extrañar que el mundo se parase para ver un partido del generalmente intrascendente torneo de Estocolmo. Allí, Borg y McEnroe cruzaron sus raquetas por vez primera. Ganó el sueco, quien, montado en la nube de la invencibilidad, se anotó también, pocas semanas después, su tercer Wimbledon consecutivo venciendo, una vez más, al sempiterno Jimmy Connors.

Pero mientras todo aquello ocurría, un nuevo tipo surgía de las categorías inferiores y se comía los torneos junior como quien devora una presa en la sabana. Algunos le recordaban por ser aquel tipo escuálido a quien un día Toni Corominas invitó a una comilona mientras se disputaba el torneo Conde de Godó. Muchos sabían que se llamaba Iván, muchos más supieron después que se apellidaba Lendl. Acababa de ganar los torneos junior de Roland Garros y Wimbledon con apenas un mes de diferencia y se disponía a dar el salto al tenis profesional.

Pese a todo, más allá de filias y fobias, de apariciones estelares y de apuestas arriesgadas, el único tipo capaz de hacer frente a Borg sigue siendo el propio Connors. De esta manera, tras vencer en la semifinal a McEnroe tras un duelo fratricida, hace gala de su superioridad en su torneo fetiche ganando, una vez más, en la final del US Open al sueco Borg. De esta forma, Connors se convierte en el primer jugador en la historia en ganar el abierto de su país en tres superficies distintas: cemento, hierba y tierra. Y pese a haberse mostrado como un jugador solvente en esta última superficie, jamás será capaz de afrontar la barrera de Roland Garros, torneo que, como a tantos norteamericanos, quedará atragantado para siempre en la frontera de su palmarés.

La de 1978 sería la tercera vez que Borg acabaría cayendo contra el mismo jugador y en la misma final. Para refrendarse como un buen jugador de pistas rápidas, el sueco terminaría ganando la Copa Masters de los años 1978, 1979 y 1980, y para refrendarse como el coco de Connors en la catedral del tenis, volverá a vencer a Connors en Wimbledon antes de dar un nuevo paso hacia su cuarta final consecutiva. Y es que Wimbledon fue el lugar donde el maestro sueco ofreció sus mejores lecciones. En una pista acostumbrada a la agresividad y el juego directo, el paciente y elegante juego de fondo del escandinavo había enamorado al mundo. Melena rubia, gesto adusto y cuerpo compacto, su presencia en Londres generaba una expectación no vista desde que los Beatles se habían hecho dueños de los corazones de la juventud. Más que le mejor jugador del mundo, era el niño guapo del deporte mundial.

Todo esto lo observaba desde la barrera el obseso Ivan Lendl. El junior de oro quería ser mejor que los americanos y, sobre todo, mejor que aquel sueco despreocupado que hacía ver que el tenis no iba con él. Lendl, hijo de tenistas, entrenaba y entrenaba con la ambición por bandera. Sin embargo, tras tanta obsesión, tras tanta manía por arrancarse las pestañas ante la imposibilidad de leer un partido, ante tanta ambición, tuvo que dar paso a la frustración una vez hubo comprobado como el joven McEnroe le adelantaba por la derecha y, por fin, en 1979 daba el salto definitivo a la élite tras romper la hegemonía de Jimmy Connors en Flushing Meadows y convertirse en el jugador más joven de la historia en conquistar el US Open.

1979 es un año extraordinario para McEnroe. No solamente ha destronado a Connors en su casa ganándole en las semifinales del torneo, sino que ha sumado un total de diez torneos individuales y dieciséis en dobles. Y es aquí donde se descubre la verdadera especialidad de un tipo que convirtió el juego de saque y volea en un arte. Era tan tenaz y agresivo que, por las características de su juego, terminó convirtiéndose en el mejor jugador de dobles de la historia. Y mientras McEnroe dibujaba su camino, Borg volvía a ganar la Copa Masters y terminaba el año como número uno del mundo. Había vuelto a conseguir el doblete mágico conformado por Roland Garros y Wimbledon y aunque las pistas americanas se le resistían, seguía manteniendo ese encanto y ese estado de forma que le convertían en único e inigualable.

Cuando empieza la década de los ochenta, Borg ya le ha ganado a Connors en trece de sus dieciocho enfrentamientos. El dato deja claro quién manda sobre el terreno y el tenis vuelve a poner a cada uno en su lugar. El comienzo de la década deja la estela de un jugador increíble e imparable. Una auténtica pop star que aparece en todas las revistas y al que invitan a todas los saraos de la alta sociedad. Vuelve a ganar Roland Garros sin ceder un solo set y se prepara para afrontar Wimbledon con la intención de repetir una hazaña que ya cuenta con muy pocos precedentes.

Entre tanto, McEnroe y Lendl cruzan sus raquetas por vez primera en el torneo de Milán y el americano se lleva el duelo sin mucha dificultad ante la mirada incrédula del checoslovaco. Uno promete seguir entrenando y el otro promete vencer al sueco intratable en su terreno predilecto. Para ello tendrá que pasar por encima, una vez más, del cadáver deportivo de Jimmy Connors. Tras un partido tenso en el que los jugadores terminan entre insultos y con el público extasiado por el espectáculo, McEnroe da el paso decisivo para el cambio de generación y se planta por vez primera en la final de Wimbledon con la intención de dar también su merecido a aquel maldito sueco al que nada le parecía afectar. Lo que la gente vio aquella tarde junio fue tan apoteósico que, aún hoy, se recuerda aquella final como “El partido del siglo”. McEnroe empezó tan fuerte e intenso que, tras barrer a Borg en el primer set, muchos pensaron que sí, que había llegado el momento de cambiar la corona de cabeza. Pero el sueco tenía mucho que decir. Se llevó los dos siguientes sets y ambos se citaron para un cuarto set que aún está grabado en los anales del tenis. McEnroe se lo llevó en un tie break agónico, con un resultado, dieciséis a dieciocho, que dejó a los espectadores anonadados y al americano muy tocado físicamente. Aun así, ambos jugadores llegaron al último set plenos de confianza pero sin apenas fuerzas para resistir. Cinco horas después, Borg se imponía por ocho juegos a seis y reeditaba su estatus de campeón. Se dieron la mano, se abrazaron, Wimbledon se rindió a ellos, el mundo se frotó los ojos.

El desquite de McEnroe llegaría, como en el año anterior, en las pistas de cemento de Flushing Meadows. El hijo pródigo de la américa rebelde doblegaría, consecutivamente, a Ivan Lendl, a Jimmy Connors y, por último, a Bjorn Borg, antes de levantar, por segundo año consecutivo, la copa que le acreditaba como vencedor del abierto de los Estados Unidos. Lendl se desquitó ante el mundo adjudicándose, junto al equipo checoslovaco, la Copa Davis de 1980. Era su primer gran título a escala internacional. Quería decirle al mundo que ahí estaba él, el hijo de Jiri y Olga Lendl, números quince y dos del mundo en su tiempo. Demasiada buena madera como para no tener en cuenta la calidad de la astilla.

Para dar buena cuenta de su presencia, eliminó a McEnroe en los cuartos de final de Roland Garros en 1981 y se plantó en la final dispuesto a terminar con el reinado de Borg. No pudo hacerlo. En el único enfrentamiento entre ellos en torneos de Grand Slam, el sueco ganó cómodamente al checoslovaco y se adjudicó, un año más, la prestigiosa copa de los Mosqueteros. El balance era ya de cinco a dos para el sueco; si bien era una estadística que indicaba que el sueco era un jugador superior, también era un indicativo de que Lendl podía hacer frente a los mejores jugadores del circuito.

Y así llegamos a uno de los puntos culminantes en la historia del deporte. Un McEnroe desatado se plantó en Wimbledon dispuesto a luchar contra la historia y ni la historia fue capaz de detener tal derroche de energía. Tras una final impecable contra el rey de la hierba, fue capaz de derrotar a Borg después de cuarenta y un partidos y escribir, así, una de las páginas más memorables de la historia del torneo. El All England Club, sin embargo, no le concede la membresía honoraria con que se otorga a los ganadores debido a sus malas formas en la cancha. Inolvidable, en la final citada, fue la recriminación al juez de silla tras cantar como mala una bola que él consideraba como buena. Aquel “You can not be serious” quedó tan grabado en la memoria colectiva que con el tiempo fue elegido como el momento más estelar de la historia del torneo amén de dar título a la biografía del jugador una vez hubo dicho adiós a las pistas.

Como una forma de refrendar aquel éxito, McEnroe vuelve a derrotar a Borg en la final del US Open. Aquel es el salto definitivo hacia el estrellato mundial. Ha ganado al sueco las dos finales de Grand Slam que ha disputado en el año. No puede pedir más. Se reivindica ante el mundo y hace saber que aquellos duelos de fuego contra hielo eran el mejor lugar del mundo hacia el que dirigir la mirada. Fueron un total de catorce enfrentamientos en los que cada uno ganó en siete ocasiones. Imposible discernir si fue el fuego quien derritió el hielo o fue el hielo quien congeló el fuego. Lo que sí quedó claro es que aquella última derrota en Nueva York significó uno de los mayores puntos de inflexión en la historia del deporte. Borg, incapaz de seguir luchando y viéndose superado por jugadores más jóvenes, decide retirarse ante el asombro de todo el planeta. Tiene veintiséis años, solamente un bagaje de nueve años como profesional y toda una carrera por delante, pero decide dejar el tenis antes de que el tenis le deja a él. No tiene ilusión. No siente pasión. Tiene más dinero que motivación y genera más ingresos por publicidad que por el propio juego, por lo que cree que es el momento de explotar su imagen pública y decide irse a Montecarlo para vivir entre lujos y sin preocupaciones.

El impacto es terrible pero el tenis sigue. Y sigue dominado por un McEnroe que, tanto en individuales como en dobles, da muestras de la versatilidad y calidad de su juego. Forma una extraordinaria pareja de dobles junto a Peter Fleming y consiguen arrasar en el circuito donde quieran que jueguen. Mientras tanto, y ante la retirada de Borg, Connors sale de su letargo y es consciente de que aquel es el momento idóneo para regresar a lo más alto. Ha perdido velocidad y fuerza, pero mantiene la ambición. Ese mismo 1981 se reincorpora al equipo estadounidense que gana la Copa Davis y se dispone a mostrarse, una vez más, como un jugador intratable.

Dejando de lado el inabordable Roland Garros, Connors prepara el año de 1982 concienzudamente. Tal es su mejoría que es capaz de derrotar a McEnroe en la final de Wimbledon. Jimbo ha vuelto y lo ha hecho a lo grande, lo que conduce a McEnroe a un nuevo estado de histeria. Decide tomarse la revancha en el US Open y alcanza la semifinal para terminar derrotado duramente por el incombustible Lendl. El rival del checo, una vez más, será el sempiterno Jimmy Connors quien, tras haber destrozado su mítica raqueta T200 en la semifinal ante Vilas, hace un llamamiento público a quien pueda tener una raqueta similar para poder disputar la final. Wilson ha dejado de fabricarlas y él se ha quedado sin reservas. El problema es que ha jugado todo el año con ellas y le ha ido tan bien que no se siente capaz de empuñar otro tipo de raqueta. La sorpresa es tan general que hasta el propio Connors se siente conmovido. Hay cientos de llamadas y decenas de requerimientos. Hay demasiada gente dispuesta a prestar su raqueta al bueno de Jimmy Connors. La inyección de moral es determinante y Connors aplasta a Lendl en la final.

Debe ser un nuevo punto de inflexión. Lendl ha vuelto a alcanzar una final, pero ha vuelto a perderla. Quizá el aspirante se quede en eso, en un simple aspirante. Para poner más fuego a su situación, Lendl se convierte en un renegado por su propio país después de jugar un torneo en la Sudáfrica del Apartheid. Durante mucho tiempo, el nombre de Ivan Lendl se convierte en tabú en Checoslovaquia; es como hablar del tipo que ha decepcionado a todo un país vendiendo su dignidad por un puñado de dólares. Aquello, sin embargo, no afecta a su juego y vuelve a plantarse en las semifinales del torneo de Wimbledon donde volverá a verse las caras con John McEnroe. Es un McEnroe de dulce y, como ya hiciese el año anterior, pasaría a la final contra el sorprendente Lewis para derrotarle por un triple seis a dos. Pero Lendl no quiere cejar en su empeño y, a base de constancia y golpes de revés, vuelve a plantarse, de nuevo, en la final del US Open. Y una vez más, vuelve a perderla, de nuevo ante Jimmy Connors. Aquello hubiese desesperado a cualquiera. No solamente ha sido incapaz de ganar una sola de las cuatro finales de Grand Slam que ha disputado sino que además tiene que ver como sus rivales por el número uno del mundo se encuentran a años luz de sus aspiraciones. Toca seguir remando, seguir trabajando. Por suerte para él, Lendl es el tipo más constante del mundo y no dejará de trabajar hasta ver su nombre inscrito en los anales de la historia.

1984 asoma, por otro lado, como el año mágico de John McEnroe. Se impone en los primeros majors del año y todo parece un camino de rosas hasta que llega el tercer set de la final de Roland Garros. McEnroe nunca ha ganado en Francia y puede sentirse campeón en el instante en el que pone el marcador con dos sets a cero por delante de Ivan Lendl. Ha derrotado, no sin problemas, a Connors en la semifinal y se dispone a retar la afrenta de su compatriota. En el saludo final parece decirle “Voy a ganar donde tú no lo has hecho nunca”. Y es un hecho que todos piensan que va a hacerlo. Pero Lendl gana en tercer set y siembra las dudas. De repente gana también el cuarto y pone los pronósticos patas arriba. Para cuando llega el quinto set ya todos saben que McEnroe es hombre muerto y el checo es un tipo con ganas de comerse el mundo. Aquel primer Grand Slam de Lendl significó el inicio de una rivalidad casi sin parangón en la historia del deporte. Nadie frustró más a McEnroe, nadie contrarrestó mejor los golpes de genio del hijo pródigo de la marina americana.

De hecho, McEnroe jamás volverá a ganar a Lendl en un partido de Grand Slam. Para poder pasar por encima de su cadáver tendrá que confiar en que sean otros los que se lo quiten de encima. Para volver a ganar Wimbledon tendrá que esperar a que sea Connors quien descabalgue a Lendl en semifinales. Tras aquel duro partido, Connors apenas podrá oponer resistencia ante un McEnroe que se coronaría en Londres por tercera vez. Tras aquella nueva victoria la gente quiere dudar. Un periodista se acerca Jimbo y le pregunta: “¿Tu rival es mejor que tú?”. Connors no sonríe, apenas le mira, apenas le contesta y, a paso lento, se aleja del mundo. “Nunca”.

Pese a todo, McEnroe vuelve a ganar a Connors, esta vez en su territorio. A pesar de ello, de que ya le ha ganado en veinte ocasiones y de que le ha demostrado al mundo que es mejor que él, el público americano sigue prefiriendo a Connors por delante de McEnroe. Uno es el niño bonito, el otro un simple histriónico con ganas de dar la nota. Aquella indefensión termina por bloquear a McEnroe quien, presa de los abucheos, cae ante en la final ante el tenis incombustible de Lendl y ante su propia autodestrucción.

Pero poco tarda aquel tiro al blanco contra el genio incomprendido. Basta empezar a ganar para que las iras cambien de bando. De repente, a Lendl se le comienza a observar como el enemigo de América. De aspirante sin aspiraciones se convierte, de la noche a la mañana, en el gran rival a batir. Y de repente, también, ni Connors ni McEnroe son capaces de contrarrestarle. Su rictus siempre serio les hace desesperarse, igual que esa estúpida manía de arrancarse las pestañas cuando algo le va mal. Para defenderse del juego de red, adopta la simple estrategia de tirar la pelota al cuerpo del rival y para contrarrestar el juego de ataque tira pelotas profundas una y otra vez. Algunos opinan que ha convertido el tenis en un tedio, él prefiere pensar que ha dado paso a una nueva época.

De aquella manera vuelve a dejar a Connors a las puertas de dos sueños. Primero le vence en la semifinal de Roland Garros rompiéndole el penúltimo sueño de coronarse como Mosquetero en París. Después le masacra en la semifinal del US Open impidiéndole alcanzar el que sería su sexto entorchado. De repente el tenis tiene un nuevo dueño y no es el que todos esperaban. McEnroe, al verse de nuevo incapaz de vencer al checo en la final del US Open, decide poner fin a la temporada y se aleja del tenis para tomarse un largo descanso. De repente acaba de sentir la misma frustración que Borg había sentido con él. Pero Lendl no parará. Tras ganar en Australia, París y Nueva York, se propone conquistar el mundo completando el Grand Slam, pero por algún motivo incierto, la hierba se le resiste. Pierde la final de Wimbledon de 1986 ante un adolescente Boris Becker y vuelve a perder la final de 1987 ante el incandescente Pat Cash.

Algo hace crash en una cabeza capaz de controlarlo todo. Se obsesiona con Wimbledon de tal manera que se vuelca en el juego de saque y volea. Aquello cambia su percepción del juego y le convierte en más vulnerable en torneos de tierra, pero una bestia indomable en torneos de pista rápida. Vuelve a ganar el US Open después de barrer, una vez más, a los americanos en su propia casa. Se convierte, por derecho propio, en el rey de Flushing Meadows tras tres victorias consecutivas y confiesa haber contratado para su pista particular, a la misma empresa que monta las pistas de Nueva York. No satisfecho con ello, se propone terminar con la carrera de John McEnroe y lo destroza camino de las finales de Australia y Roland Garros de 1988.

Pero es en París, en la edición de 1989, donde encuentra la cruz de su moneda. Y lo hace precisamente contra quien menos hubiese esperado. Tras alcanzar la final contra el improbable Michael Chang, el americano, de origen asiático, elige la estrategia de frustrar al campeón y lo hace mediante bolas profundas y bombeadas. De esta manera el partido se convierte en un tedio en el que Chang juega globos constantes a la línea de fondo y Lendl devuelve golpes cargados de hastío contra la red o más allá de las líneas de fondo. Es difícil describir aquello sin recurrir a la palabra frustración. La que sintió Lendl, quien harto de aquel juego de trileros, terminó haciendo saques de cuchara ante la irritación del público, y la que sintió el propio público que creyó asistir a una final y terminó viendo un espectáculo cargado de patetismo.

Le quedaría al menos, al checo, la inútil satisfacción de haber vuelto a eliminar a su gran rival McEnroe en cuartos de final al igual que lo había hecho en el Open de Australia. A lo largo de su carrera le ganaría en veintiuna veces, por quince victorias del americano. Fue una rivalidad histórica e histriónica. El método contra el talento. Lendl era el hombre más constante del mundo. McEnroe era pura improvisación. Lendl no dejaba nada al azar. McEnroe vivía a base de impulsos.

Con el gesto siempre serio, la mirada fría y su estilo de fajador, como el luchador clásico, Lendl era lo más parecido a un antihéroe en una pista de tenis. Lo más curioso de todo es que a él le daba igual tener más o menos adeptos; lo suyo era el trabajo y, como consecuencia del mismo, la victoria. “Si no practicase de la forma en la que lo hago, no jugaría de la manera en que sé que puedo hacerlo”. Todo un libro de estilo en una sola frase. No fue en vano que le conociesen como Iván “el terrible”.

Con el comienzo de la última década del siglo llegó el crepúsculo de los dioses. El declive se abrazó a la edad y los recuerdos se abrazaron a la añoranza. Atrás quedaban cuatro carreras gloriosas, cuatro formas de vivir, cuatro formas de jugar, cuatro formas de ganar. 

Connors, el hombre que cambió el circuito, jugó hasta los cuarenta y un años. Ganó un total de ciento nueve títulos individuales y sumó ocho títulos de Grand Slam. Ostentó el record de partidos ganados tanto en Wimbledon como en U.S. Open y se convirtió en el penúltimo gran héroe americano.

Borg, su antítesis, se marchó mucho antes. Se mantuvo durante ciento nueve semanas en lo más alto de la clasificación ATP y cuando supo que su lugar estaba un escalón más abajo, decidió marcharse dando un portazo para hacer saber que su trono había quedado vacío. Está considerado como el cuarto mejor tenista, por ranking, de la historia, y hubiese sido el más talentoso de todos si un genio suizo no hubiese nacido unos años más adelante.

McEnroe se marchó como un genio y como un magnífico doblista. Uno de los mejores de siempre. No en vano, conquistó un centenar de victorias en dobles y aún es el tenista americano con más victorias en la Copa Davis. Su palmarés se engrosó con tres copas de maestros y siete títulos de Grand Slam, tres en Wimbledon y cuatro en el US Open, así como otros diez en la categoría de dobles donde fue prácticamente un maestro. Llama la atención el logro de sus cuatro títulos en Nueva York si lo comparamos con las cuatro finales que perdió allí mismo Bjorn Borg y que le impidieron ganar una sola vez el título de campeón en Flushing Meadows.

McEnroe, que se mantuvo durante ciento setenta semanas en el número uno del ranking ATP, fue, realmente, el enemigo más feroz de sus grandes coetáneos. A Connors le costó cederle el sitio, Borg directamente se lo cedió y Lendl fue quien le robó el trono. Con los tres mantuvo duelos de altura y broncas de campeonato. Contra los tres dibujó algunos de los partidos más inolvidables de la historia del tenis. No llegó a más, según confesó, porque él mismo no quiso. “De haber entrenado en serio hubiese sido el mejor de la historia”.

En sus mejores tiempos es una estrella de rock venida a más, famoso es el anuncio de Gillette en el que discute con el árbitro si la bola entró o no lo hizo mientras este le espetaba aquel famoso “muy apurado señor McEnroe”. En sus tiempos más convulsos es una estrella de rock venida a menos. Se casa con Tatum O’Neal para posteriormente separarse de ella y, una vez más, con mucho ruido, volver a casarse con Patty Smith. En las buenas y en las malas se siente, continuamente, en la cresta de la ola.

Lendl, por su parte, es un tipo mucho más sobrio. Huye de los focos y de la popularidad. Trabaja y gana, y cuando no gana se machaca la cabeza con preguntas frecuentes. Es un perfeccionista obsesivo y un minimalista para los detalles. A lo largo de su carrera ganaría noventa y cuatro títulos individuales, ocho de ellos en torneos de Grand Slam. Hasta la llegada de Federer, Nadal y Djokovic, era el tenista que más finales de Grand Slam había disputado con un total de diecinueve, aún ostenta el record de más semanas consecutivas como número uno de la ATP y en los enfrentamientos directos ante todos sus rivales solamente dos tenistas, Borg, por anterior, y Edberg, por posterior, sacaron un saldo positivo de victorias frente a él. En total, a lo largo de su carrera, ganó mil setenta y un partidos por doscientos treinta y nueve perdidos. Un saldo, más que positivo, que habla a las claras de la clase de jugador competitivo que era.

De los tres, solamente Connors y Lendl, ambos en una ocasión, consiguieron ganar el Open de Australia. De hecho, Borg solamente lo disputó una vez a lo largo de su carrera, lo que habla del poco interés que despertaba el torneo en aquella época. El sueco que, tras su retirada, llegó a pensar que el tenis nórdico caería en una depresión, tuvo el honor de ser el precursor de una de las mejores generaciones del tenis de su país con la irrupción de dos genios de la volea como fueron Mats Wilander y Stefan Edberg. Aunque para volea majestuosa la que tuvo el honor de demostrar Boris Becker durante la final del US Open de 1989, el día que Lendl jugaba su octava final consecutiva en Nueva York e inició el principio del fin de su reinado. Un reinado que llegó a desesperar a McEnroe de tal manera que aún se recuerda aquel desafortunado incidente en el Roland Garros de 1989 en el que el americano le lanzó un pelotazo, preso de la frustración, y este lo recibió en el cuerpo sin apenas inmutarse. Algo que desesperó aún más al bueno de John McEnroe.

Pero si hay un torneo que marca el fin de una era, este es el US Open de 1990. En el mismo, un jovencito André Agassi derrota a un veteranísimo Jimmy Connors ante aquel famoso grito de ánimo de un aficionado nostálgico y enrabietado “Vamos Jimbo, tú eres una leyenda y ese es sólo un punk”. Fue el mismo US Open en el que Ivan Lendl perdió el número uno para no volver a recuperarlo, el mismo en el que la final, disputada entre los americanos Sampras y Agassi, marcaría el inicio de una nueva era y de una nueva legendaria y enconada rivalidad.

Jimmy Connors dirá adiós al tenis tras el US Open de 1991. Cae derrotado ante un inspirado Jim Courier y decidirá marcharse aprovechando que su casa mantiene abierta la puerta grande. La ovación es de época y los recuerdos son imbatibles. McEnroe, por su parte, y sin hacer tanto ruido, decide marcharse un año más tarde. Cambia la raqueta por la guitarra y se convierte en el papel que realmente siempre ha interpretado, el de rockero irreductible. Se marchaba el tipo que revolucionó el juego de ataque y el tipo que reinventó la Copa Davis para los Estados Unidos.

En 1992, Lendl decidirá, en el ocaso de su carrera, nacionalizarse estadounidense. Durante muchos años ha sido un proscrito en su país y, como medida de protesta, cambia el color de su bandera. Ya como jugador nacional, es eliminado en las primeras rondas de su torno predilecto y pasa a convertirse, a los pocos meses, en el protector del joven Pete Sampras, el nuevo gran fenómeno del circuito internacional. Terminará sus días como deportista tras derrotar a Connors en un torneo benéfico, dejando el balance ante Jimbo en veintidós victorias a favor por doce en contra.

El tiempo y la añoranza terminaron por hacer mella en todos ellos. En 1994, McEnroe, hundido por el fallecimiento de su mentor, Vitas Gerulaitis, acabó sumido en una depresión. Poco más tarde, redimido por la pena y auscultando su propia conciencia, reconoció haberse dopado durante los últimos años de su carrera. Le resultaba insoportable verse superado y, aun así, no pudo hacer frente a la inescrutable impiedad del tiempo. Como un hombre que ha dejado de ser niño y busca referentes en el pasado, terminó añorándose a sí mismo y se postró de rodillas ante su máximo rival. En 2006, tras conocer que Borg, acuciado por las deudas, había decidido subastar todos sus trofeos, se personó en su domicilio y le suplicó que no lo hiciera. No podía ser que la parte más legendaria de la historia del tenis terminase en el domicilio particular de cualquier adinerado con ínfulas. Borg, que ya había sido nombrado mejor deportista sueco de la historia, terminó por claudicar en sus proposiciones pero no pudo hacerle frente a sus nostalgias. Sigue viviendo del nombre y de su marca, pero aquella fortuna que amasó siendo el mejor jugador del planeta se fue esfumando poco a poco entre fiestas, caprichos y gorrones que se aprovecharon de la condición de estrella del tipo que revolucionó el mundo del deporte.

Por último, Lendl desapareció del circuito de la misma manera en que lo había hecho; en silencio. Poco se supo de él hasta que salió a la luz para promocionar la carrera como golfistas de dos de sus hijas. Y algo más de ruido hizo poco después cuando aceptó la oferta para entrenar a Andy Murray y sacarle de su letargo de eterno aspirante. Poco duró aquella relación entre el tipo frustrado y el tipo frustrante, pero dio de mucho ya que con Lendl en el banco, Murray ganó, por fin, su primer título de Gran Slam. Como siempre, trabajo y constancia, tenis y silencio.

La edad de oro del tenis quedó marcada por la llegada de cuatro tipos que revolucionaron el mundo. Antes de ellos estuvieron los grandes australianos, pero entre ellos no hubo una rivalidad tan enconada porque eran tiempos en los que el profesionalismo estaba mal visto y los torneos llevaban más pasión que competitividad. Junto a ellos convivieron Wilander, Edberg y Becker, pero, más allá de su elegancia y pasmosa calidad, no consiguieron enganchar al público y a mostrar una rivalidad de leyenda como lo habían hecho ellos y, aunque de manera inmediatamente posterior, aparecieron Sampras y Agassi, todos tuvieron la percepción de que aquella película ya tenía demasiadas escenas repetidas.