miércoles, 18 de mayo de 2022

Como si soplase una ligera brisa

A ves sopla un viento feroz y nos asustamos tanto que nos quedamos en casa, acurrucados, esperando el fin del mundo y mirando por la ventana en espera de ese último latigazo de realidad que nos ponga de bruces contra la pared. Es lo que ocurre, por ejemplo, cuando se vuelve a abrir la causa por la financiación ilegal de Podemos, que todos las meretrices del poder, desde sus púlpitos de altavoz mediático, se precipitan a darnos cobijo con portadas indecentes, titulares de asustaviejas y corolarios encendidos donde vienen a decirte "nosotros ya te lo dijimos", estos son como todos. Luego, claro está, cuando la tormenta amaina y los jueces archivan todas las causas, nadie se acuerda del viento pasado y con el molino parado, todos callan como canallas porque decir la verdad siempre está reñido con el interés propio.

Otras veces el cielo oscurece y cancelamos los planes para ponernos a cubierto y ver como las calles se mojan y nosotros soñamos con un mundo mejor. Es la planificación teórica de lo que no hemos llegado a hacer y en ese momento nos apetece, por ello, soñamos con salir de allí y recorrer el mundo mientras cantamos como Julie Andrews en Sonrisas y Lágrimas. Se trata del sueño del consuelo y para ello es necesario repetir muchas veces un mantra porque quizá así alguien consiga recoger tu guante y apuntarse contigo a ese excursión a la sierra que tanta pereza te da hacer sólo. Es lo que tratan de hacernos ver día sí día también cuando no les gusta las restricciones en una pandemia, cuando esas mismas restricciones se cancelan, cuando se aprueban unos presupuestos, cuando se reforma una ley del trabajo, cuando se ocupa la casa de una entidad bancaria, cuando se le da la vuelta a la tortilla y las cañas en mitad de un confinamiento importan más que los muertos, cuando se soba hasta mancillar la palabra libertad o cuando un presidente se parte la cara por conseguir una rebaja en la factura de la luz. Es lo que se llama guerra de desgaste; dar la vara constantemente sugiriendo miedo al futuro para que alguien se apunte contigo y cambie sus planes el día que la democracia vuelva a celebrar su fiesta electoral.

Y luego hay días, como hoy, en los que un sol pleno nos calienta la cabeza y apenas una ligera brisa sopla en nuestra cara. Tan ligera que incluso nos parece agradable. Son esos días en los que nos sentimos tan plenos que todo nos da igual, como que se estén haciendo públicos una serie de audios en los que se demuestra como el Partido Popular, cuando estuvo en el poder, utilizó las instituciones a su favor para delinquir, manejar jueces y enriquecerse sin miedo ni mediación. Pero claro, como sopla una ligera brisa y nada nos molesta, la noticia más grave del año pasa a ser el quinto o sexto titular en algunos telediarios, apenas una reseña en algún periódico y el mejor motivo para permanecer mudo para algún perezoso altavoz de las ondas e imágenes mediáticas para los que sólo supone una ganancia de pescadores el ver que el río está revuelto. Pero ¿Cómo va a revolver el río una ligera brisa? Mejor esperar a la próxima tormenta, que Irene Montero abra la boca y entonces todos, como hienas, tirarse de cabeza a la carroña porque en el fango es donde se encuentran más cómodos.

jueves, 5 de mayo de 2022

Reconocimiento

Una de las cosas más importantes de la vida es tener la conciencia tranquila y saber obrar en consecuencia. Entre todos los valores con los que me educaron, mis padres pusieron especial empeño en que fuese buena persona, porque desde ahí es más fácil alcanzar la felicidad, los acuerdos vitales y los objetivos del día a día. Obrar de buena fe, prestar siempre una mano y arrimar el hombro cuando se necesita, son valores que deberían estar incluídos, por defecto, en el libreto de vida y convivencia de cualquier ser humano.

Forjada la primera premisa, quedaba moldear una personalidad que ya por ser tímida era difícil, pero aparte de ser buena persona me inculcaron dos palabras por encima de las demás: ser responsable y trabajador. Por ellos, en todos los lugares en los que he estado me he sentido útil y, sobre todo necesario, pero siempre había una espina pendiente en el trayecto laboral en estas dos décadas como administrativo en las que he manejado todo tipo de programas y tratado con todo tipo de personas.

Y es que generalmente la empresa, como ente global en que se incluyen jefes, responsables e incluso compañeros, no tiende al agradecimiento y, mucho menos al reconocimiento. Por ellos, sentarse delante de tu jefe y que te diga que has encajado en la empresa a la perfección, que cuentan contigo para un proyecto a largo plazo y que están contentos con tu trabajo es muy satisfactorio y muy agradable de escuchar. El reconocimiento es de agradecer y es la recompensa por haber implantado durante tanto tiempo los valores que me inculcaron mis padres.