martes, 29 de octubre de 2019

Caminos

La vida es una sucesión de caminos interpuestos que se reescribe en cada cruce. Cualquier decisión, cualquier momento de asueto, cualquier riesgo es mínimamente tenido en consideración en cuanto al análisis de consecuencias porque raramente nos paramos a pensar que es lo que dejamos atrás, en ese hipotético camino que se bifurcó hacia el otro lado y que nos hubiese deparado una experiencia totalmente distinta. Solo cuando nos equivocamos es cuando somos conscientes del error, pero para errar siempre hay que decidir y en cada decisión pervive la génesis de nuestra existencia.

Desde que somos mínimamente racionales nos enseñan a querer siempre lo mejor para nosotros. Nos crían como seres egoístas en los que la voluntad y, sobre todo, la comodidad propia debe imperar sobre la ajena. Y el que no pueda seguirme que se las componga. Por ello, nos resulta especialmente educativo comprobar que, cuando quieres realmente a alguien, te ves decidido a tomar decisiones en consecuencia a un bienestar ajeno. Es lo que se llama empatía. No todo el mundo la conoce y son muy pocos los que son capaces de hacer un esfuerzo en su nombre.

El problema realmente implícito llega cuando analizamos la verdad de cada decisión en cuanto siempre hay una dosis de miedo adherida a la misma. Siempre tememos a perder antes de ilusionarnos por ganar. La empatía, además, nos conduce al miedo a hacer daño. Por eso, cada decisión, cada cruce de caminos, cada bajada de cabeza nos conlleva una duda existencial antes que una oportunidad, porque cuando las decisiones implican a la gente que quieres decidir deja de consistir en arriesgar para convertirse en un ejercicio de dañar lo menos posible.

martes, 22 de octubre de 2019

Un conflicto largo

Estamos ante un momento de cariz histórico, no sabemos si para España, para Cataluña o para las dos, porque lo que está claro es que el límite del no retorno está cerca y el conflicto, que algunos creen que pueden resolver con un decretazo y una aplicación constitucional, va para largo. Porque no se trata de convencer a unos cuantos subversivos de que quedarse en España no es sólo obligación sino necesidad; se trata de hacer cambiar de idea a toda una generación de personas criadas con un ideario que ahora es muy difícil de desmontar.

El problema, como en todo, es el foco y el problema, como en todo, es el cariz político de la situación. En primer lugar deberíamos mirar con un ojo a los miles de personas que, pacíficamente, recorren las calles al tiempo que con el otro sólo queremos mirar a todos aquellos que generan disturbios. Nos tapamos un ojo porque sólo queremos ver violencia cuando lo que ocurre es que los violentos están empañando lo que una mayoría está intentando decirnos al resto de España. No nos quieren como compañeros de viaje.

Luego está el cariz político. me escama sobremanera, porque en ese aspecto les considero pardillos (en eso son tan españoles como nosotros), como se han dejado arrastrar por tipos como Más, Puigdemont y Torra, miembros el partido de Pujol, herederos del tres por ciento y que no han dado un palo al agua en su vida si no hay interés mediante para sus bolsillos. Y ahora, hasta los verdaderos ideólogos del independentismo, o se ven abocados a una pena mayor de cárcel, como Junqueras, o al escarnio público, como puede ser Rufián.

Y es que este país, España, Cataluña o los otros dieciséis, no entiende de sueños y mucho menos de romanticismo. Existe una idea que ha germinado y una semilla que ve sus flores crecer. Regar el árbol puede conducir a un nuevo bosque, cortarlo de raíz puede conducir a un desierto de incomunicación. Entre prender y mojar la mecha median palabras y, sobre todo, negociaciones. Les quitaron el estatut, les quisieron quitar la identidad y les han ninguneado como si lo suyo fuese una simple pataleta. Pero el niño ya ha roto los juguetes y ahora amenaza con quemar la casa. Tan mal lo han hecho que ahora no saben ni reconocer el error.

jueves, 3 de octubre de 2019

Un tren en marcha

Lo difícil de tomar una decisión es valorar hasta qué punto la misma va a facilitar la vida a aquellos que te rodean. Es la consecuencia de no ser egoísta porque siempre se consensúa todo y, sobre todo, siempre se piensa todo más de una vez.

Las decisiones, cuando se presentan como trascendentales, conllevan una dosis de temor y otra de ilusión. Temor a perder lo poco que se ha conseguido a base de madrugones y desplantes e ilusión por todo aquello que está pendiente de llegar. Pero a la ilusión, en principio, le gana la incertidumbre. Porque la incertidumbre es un bicho venenoso que te pica en el alma y no genera el antídoto hasta que el tiempo pone las cosas en el lugar correspondiente.

Hay veces que la vida te pone a prueba y te presenta oportunidades que crees que no debes dejar escapar. A mí me presentó la oportunidad de un nuevo trabajo, un nuevo lugar y unos nuevos compañeros. Da miedo dejar atrás la zona de confort, pero hay que ser valiente para volver a encontrar un lugar donde depositar el día a día.

Diez años y medio después, vuelvo a ser el nuevo empleado de una empresa. Vuelvo a convertirme en el nuevo, a aprender un nuevo sistema, a conocer a nueva gente, a comerme nuevos atascos. Es un volver a empezar de libro, una manera de decirme a mí mismo que la vida no deja de tener nuevas estaciones y que hay veces que hay que bajar de un tren en marcha.