El papel del Rey, junto al de Suárez, fue clave e importante en la transición democrática de nuestro país. Dejando a un lado que España, más temprano que tarde, y visto que era el único país europeo occidental, sumido en el atraso dictatorial, estaba condenado a la democratización, hay que darle al César lo suyo y reconocer que el Rey Juan Carlos fue el primero en dar el paso y el primero también en apartarse. Bien hasta ahí.
Ahora bien ¿Traer la democracia a tu país te da derecho a desfalcarlo? ¿Alcanzar acuerdos comerciales con otros regentes para empresas de tu país te obliga a aceptar suculentas comisiones y no declararlas? La mujer del César, además de honrada, debía parecerlo. Aquí parece que nuestro antiguo Rey ni fue honrado ni se molestó en disimularlo. Todo lo que hizo bien queda empañado y todo lo que hizo mal le ha condenado a un destierro donde vivirá como lo que es, un Rey, sin rendir cuentas y con un pasado manchado.
La mácula de los Borbones, golfos por tradición y generalmente déspotas con convicción, ha vuelto a manchar la monarquía de un país que, durante dos ocasiones, quiso vivir en República y al que le sacaron de sus sueños a Golpe de Estado. La tarea de Felipe VI, más allá de la de mirar las vacas pastar y ver la vida pasar, deberá ser la de convencer al país que da igual un Rey pasmado que un presidente de la República inepto, llámese Rajoy, llámese Sánchez.