Durante mis primeros años de joven ahorrador, decidí abrirme una cuenta en la infame sucursal de mi barrio de Caja Madrid. Después de unos años de antipatía, malas formas, comisiones traicioneras y burdos intereses, decidí hacer caso a mi madre y cambiar todas mis domiciliaciones, nómina incluída, a la nueva sucursal que habían abierto en Getafe los de Caja Castilla la Mancha.
Huelga decir que el cambio en el trato fue radical. Si allí me trataban como a un maldito número, aquí me trataban como una persona. Desde que estoy con ellos, todo han sido buenas formas, nada de intereses por chorradas y facilidades para cualquier tipo de operación. Incluído un traspaso agónico vía telefónica un día que necesitaba liquidez y la oficina ya había cerrado ¿Reproches? Ninguno.
El otro día, Marcial, el segundo de a bordo de la sucursal y, para más interés, un tío de los pies a la cabeza y una persona encantadora, le dijo a mi madre que las cosas estaban mal, pero que no cundiera el pánico. Serían tiempos difíciles, pero ellos no iban a fallar porque es difícil que un banco falle en España. Lo que pudo parecer una vendida de moto en toda regla, a mí me pareció un ejercicio de sinceridad, porque conozco el percal y porque me fío de su palabra.
Ayer el gobierno se vio obligado a intervenir la caja y todos los que tenemos la vida metida en ella, no pudimos esperar más de dos segundo en tragar saliva. Hay preocupación, sí. Pero seguiré con ellos. Me llamaréis loco, o puede que dentro de unos meses tenga que volver aquí para llorar mis errores, pero en la situación en la que estamos, prefiero ser una persona dentro de un enano que un simple y maltratado número dentro de un gigante.