lunes, 30 de mayo de 2016

Cuarenta

Giuseppe Mazzini dijo que "la familia es la patria del corazón". No encuentro mejor motor para el órgano vital que el de sentirse arropado, querido y acompañado. En la familia se terminan reduciendo los momentos más mágicos porque ellos nunca fallan. En la familia se conjuntan el plan, el desarrollo y la finalidad porque al final siempre son ellos los que buscan tu sonrisa.

Hace unos días cumplí cuarenta años. Dicho así, en frío, la cifra parece aterradora. Uno ha llegado a ese punto intermedio de su vida en el que ya no es el joven que pretende hacer locuras, ni el adulto renegado que renuncia a sus sueños. Un punto intermedio donde ahoga lo no vivido y se acelera todo lo pendiente por vivir. Se acumulan los planes, los papeles rotos y los nuevos trazos en hojas en blanco. Dicen que es la mejor edad, aunque no es menos cierto que ya no es la edad de la inocencia.

Es un momento definitivo que quiere saber a victoria; un ahora o nunca, un todo o nada, un te quiero para siempre. El momento de viajar solo quedó muy atrás. Es el momento de hacer planes en familia, de reorganizar los sueños, de empezar de cero sin olvidar todo lo anterior porque la nostalgia, aunque sea un puñal contra lo imposible, es un acicate para la voluntad. Volver a reir, volver a cantar, volver a soñar.

En el centro de todos los planes siempre permanece la familia. Aquella que siempre me ha arropado. Aquella que siempre me arropará. Aquellos que prepararon mi fiesta sorpresa, que me acompañaron para celebrar la llegada de la cuarta década, que pusieron todo de sí para conseguir que fuese un día inolvidable. La familia es la patria del corazón. Tenía razón Mazzini, en ningún sitio como en el lugar donde están los tuyos.