lunes, 7 de noviembre de 2016

Miedo al miedo

Tenemos miedo a sentir, a mirar, a escuchar y a ser escuchados. Miedo a hablar, a caminar bajo la lluvia, a sentir el sol en agosto y la nieve en enero, a crecer, a reír, a llorar, a sentir. A querer. Porque tenemos miedo de nosotros mismos, de la mala noticia, del suceso inesperado, de la sonrisa, de temer que no seríamos nosotros los que podríamos reir los últimos. Miedo al ridículo, a la verdad, a la monotonía.

De tanto sentir miedo hemos desarrollado el miedo al miedo. Porque el miedo nos impide ser como somos, decir lo que queremos, interpretar lo que vemos. Tememos la respuesta ajena en forma de hacha implacable porque en el fondo sabemos que, en este mundo global, siempre existe alguien detrás de la esquina. Por eso nos obligan a ser prudentes, sanos y callados. Sobre todo callados. Porque nos imponen una mordaza por ley, una etiqueta por defecto y un prejuicio por montera.

Nos han educado con miedo. El qué dirán es el peor virus de esta sociedad. El ser políticamente correcto es como el valor en la mili, se presupone y se establece. No debemos ser groseros y no está de más ser cortés, pero la educación no está reñida con la protesta. La necesidad impera y nosotros seguimos dormidos en la lona porque tenemos miedo a perderlo todo. Y lo peor es que no tenemos nada. La sociedad nos ha educado cobardes. Dóciles. Manejables. Miedosos.