martes, 29 de agosto de 2017

No estoy preparado

No estoy preparado. En realidad casi nadie lo está. Los que dicen estarlo en su mayoría mienten y el resto, en realidad, solamente quieren vivir en un mundo paralelo ajeno a los problemas cotidianos. Las personas comunes, los de comida en familia, cena con tomates de huerta y helado a medianoche, conocemos la bendición de los problemas cotidianos. El beso furtivo antes de dormir, la paz interior en las últimas horas del día, la brisa de la mañana cuando la mayor preocupación es la de tener que hacer sin necesidad de hacer nada.

No estoy preparado. Durante días he regalado mi cuerpo al descanso, mi mente a la imaginación, mi ego a la paz, mi palabra a los demás. He viajado, me he mojado, he sudado, he comido, he dormido, he escrito, he leído, me he reído, he soñado, he amado. Y aunque a algunos esto les pueda parecer un camino hacia el abismo del tedio, yo sé exactamente en qué consiste ese puñetero abismo. Consiste en madrugar, en poner el culo en una silla y no levantarse hasta la hora del asueto, y así un día tras otro, y así una vida entera.

Por ello no puedo estar preparado. Porque para ser esclavo, prefiero ser esclavo de mí mismo, de mi conciencia, de mi inconsciencia, de mis vicisitudes. Y sin embargo, pobres de nosotros, nos conformamos con quince días de ilusión mientras seguimos siendo esclavos de la cotidianeidad. Me obligan a conformarme. Me esperan para que me adapte. Pero yo sigo sin estar preparado.