jueves, 26 de febrero de 2015

Pequeños detalles

Todo esfuerzo requiere un descanso y todo descanso comienza con una pausa, un respiro, un momento de
transición. En esos pequeños detalles volcamos parte de nuestra ilusión camino a la felicidad. Los pequeños detalles se agrupan en una sonrisa, una palabra, un gesto, un momento en definitiva. Los detalles tienen el poder de apagar el fuego interior o avivir la llama de la esperanza. Es por ello que cuando el gesto, el momento, llegan por parte de un ser querido, ese pequeño detalle se convierte en el motivo por el que seguir viviendo.

Pasar largas jornadas de trabajo en la oficina implica pérdida de tiempo con la familia a pesar de que se van estrechando lazos con otras personas a las que ves implicarse contigo, codo a codo, por un interés común. Pero por más que el interés laboral sea el que nos propicie una estabilidad económica, es el interés familiar el único que nos ablanda el alma y nos permite desenchufar la mente al tiempo que desenchufamos el ordenador obligándonos a querer regresar a casa cada día. Aquel que no sienta la necesidad de disfrutar su particular pequeño detalle junto a los suyos, en el hogar, corre el peligro de perder el único lugar común donde las palabras dejan de ser un látigo para convertirse en cariño, comprensión y consuelo; la familia.

Los pequeños detalles que me ayudan a vivir, los que me hacen respirar aire de sueños cada crepúsculo, se reducen a una palabra; "papi", a un beso en los labios de mi mujer, a un abrazo de buenas noches y a una caricia antes de dormir. La gente, que suele pedir la luna cuando de ambición se refiere, termina por conformarse con poco cuando lo que encuentra es el calor de un hogar. Los sueños de grandeza, las grandes ambiciones, no dejan de ser evocaciones de algo que quisiéramos ser. Los que sabemos conformarnos con los pequeños detalles somos pobres en apariencia, pero ricos en estabilidad.

martes, 24 de febrero de 2015

Juego de tronos

"Stanis se ha cargado a Renly". Con ese escueto mensaje telefónico le hice saber a Sagrario mi parecer sobre la destitución de Tomás Gómez al frente del PSM. El partido, otrora socialista, quien sabe si algún día obrero y ya, cada vez menos español, ha entrado en una vorágine autodestructiva que le ha convertido en el hazmerreir de los medios de derechas y de un gobierno que se frota las manos ante la perspectiva de varias legislaturas por delante en las que poder seguir pertrechando sus fechorías.

¿Cuándo comenzó el PSOE su proceso de autodestrucción?

El doce de mayo de 2010 Zapatero, con el rostro compungido, apareció ante el congreso para aprobar un plan de austeridad que chocaba de frente con sus promesas y con sus políticas. Aquel día, Zapatero salvó el cuello gracias al voto a favor de CIU. Duran y Lleida mostró aquel día la responsabilidad de estado que les faltó a todos y cada uno de los diputados del Partido Popular, más ávidos de sangre que del bien de España.

Aquel día, el Zapatero de ojos llorosos debería haberse dirigido a los allí presentes con una declaración firme. "Me obligan. Me voy". La decisión de disolver las Cortes y convocar elecciones anticipadas le hubiese colocado frente al presente como un cobarde, pero el futuro le hubiese considerado un hombre de principios.

Los principios. He aquí la base sobre la que se cimenta cualquier autoridad moral. El PSOE actual, Pedro Sánchez a la cabeza, no es autoridad moral de nadie ni para nadie. Ya no hay principios, no hay oposición, no hay objetivos. No hay programa. Acusan al cielo, se cortan la cabeza entre ellos y se abarcan a una guerra civil que les va destruyendo poco a poco. Y ante el Cortijo andaluz callan como cobardes.

Juego de tronos.

martes, 10 de febrero de 2015

La palabra

La palabra es el látigo de los incautos, el azote de los indocumentados, el valor de los progresistas, la caja del tesoro de los soñadores, la virtud de los escépticos, la indignación de los opresores, la función latente de los idealistas, la coartada de los mentirosos, la procesión por dentro de los que tienen conciencia, el aguijón encendido de los orgullosos.

La palabra es instigadora, apacible, cálida y reconfortante. La palabra es castigadora, dañina, fría y delirante. La palabra es cal, polvo, polvorín y explosión. La palabra es canción, verso, rima, constante. La palabra es cortante, acción, reacción y perdón. La palabra es un grito en el universo, el contexto de una misión, el corazón del pueblo.

La palabra, cuando no es meditada, la carga el diablo. La palabra, cuando sale desgarrada, trastorna la conciencia. La palabra, cuando es víctima del hartazgo, es un puñal para un corazón ajeno. La palabra, cuando duele, necesita el remedio en otra palabra. Hoy mi palabra ha sido diabólica, ha azotado mi conciencia y ha apuñalado el corazón de quien más quiero. Mi antídoto debe ser otra palabra: Perdón.

jueves, 5 de febrero de 2015

Adoctrinar borregos

La técnica de adoctrinar borregos es sencilla. Basta con encarecer la educación; aumentar el importe de las tasas, poner trabas en el plan de estudios para que las carreras se alarguen en el tiempo, incentivar a la educación privada por encima de la pública a la que se devalúa progresivamente hasta convertirla en un corral de borregos.

Los borregos, entendidos estos como los integrantes de la clase baja, una vez liquidada la clase media de esta sociedad por una crisis que ha favorecido a los ricos y poderosos, dejarán de asistir a la universidad, cursarán, como mucho, estudios medios e inferiores en escuelas venidas a menos y, ante la imposibilidad económica de prosperar académicamente, quedarán en el camino para dejar que los integrantes de la clase alta se repartan los mejores expedientes académicos del país.

De esta manera los borregos, como tales, dejarán de pensar. Dejarán de tener aptitudes, actitudes e inquietudes. Se convertirán en clase baja para servir a la clase alta, les dirán que han de conformarse con lo que son y les harán creer que no podrán volar más alto. La apatía les apartará de la participación, de la proposición, del voto. Los otros; los ricos, los poderosos, los preparados, seguirán gobernando y seguirán reeligiendo a quienes les han situado allí para que el chiringuito siga en pie y nadie se lo desmonte.

En eso consiste adoctrinar borregos.

martes, 3 de febrero de 2015

Lolo

Lolo era el tipo más entrañable de la vieja Miróbriga. Ciudad Rodrigo despertaba con él y el viento que soplaba sobre su frente y despeinaba su pelo blanco, le acompañaba, lentamente, en su paseo hacia el café matutino. Allí contaba sus tardes de verbena, sus partidos de frontón y sus escarceos amorosos en la parte de atrás de la iglesia. Lolo sabía de la vida lo que todos hubiesemos querido saber. Hablaba despacio, resbalaba las palabras, te miraba desconfiado y si te ofrecía la mano es que habías pasado su prueba de confianza.

Lolo era para Juanra algo más que su razón de ser. El motivo por el que cada viernes recorría Castilla para buscar su lugar común, el motivo por el que recordar su infancia, regalar sus palabras y entregar su corazón, el motivo por el que caminar en busca de algún momento que regalar a su abuelo. Las calles, que hoy guardan silencio en memoria de quien tanto arrastró sus pasos por las aceras grises, rezuman el aroma de un recuerdo imperecedero. Lolo fue vecino ilustre, padre abnegado y abuelo entregado.

Lolo se fue en una noche fría. Era víspera de Nochebuena, las galas estaban puestas y las reuniones estaban organizadas. La última Navidad no ha sido igual. Faltó el silencio oportuno, la palabra acogedora, la caricia certera. Puestos a irse, debió pensar Lolo, mejor irse a lo grande. No faltó un brindis, un recuerdo, una anécdota. Sin estar, Lolo estuvo presente en cada una de las cenas. Momentos así merecen una lágrima, pero también una sonrisa. Personas así merecen un homenaje todos los días. Descansa en paz, Lolo. Conozco a alguien que sabrá homenajearte a diario. No mereces menos.