miércoles, 19 de septiembre de 2012

El demonio con peluca

Para un chico nacido en la transición y cuyos abuelos habían sufrido las heridas punzantes de la guerra, la palabra comunismo era escuchada como si el hombre del saco fuese a ir a visitarte en la oscuridad de la noche mientras dormías. El miedo, ese maldito monstruo que atenaza el pensamiento, hizo creer a todos los mártires psicológicos de la postguerra, que la palabra seguía siendo tenaza y que el puño en alto seguía siendo pecado. Por eso, cuando Carrillo cruzó la frontera para hacerse detener y levantar la voz por una idea y una promesa hecha a sí mismo, muchos abuelo señalaron la foto en el diario para denunciar la llega de el demonio con peluca.

Nadie de que ha participado en una guerra está libre de pecado. Las guerras implican sangre, muerte y destrucción y conllevan una derrota. La derrota de Carrillo fue el exilio, pero su losa más pesada tuvo de nombre Paracuellos. Supongo que sí, que como otros tantos activistas, Carrillo estuvo implicado en muertes; matar en una guerra es irrefrenable, pero es matar, nadie lo niega. Pero peor aún es matar en tiempos de paz. Durante años, este país vivió la infamia del asesinato descontrolado, del castigo desmesurado y del miedo atroz. Y hubo gente que levantó la voz para denunciarlo, aun sabiendo que su nombre quedaría ligado para siempre con el de un demonio al que temer y, sobre todo, al que odiar.

Pero ni Carrillo, ni La Pasionaria, ni tantos otros intelectuales como Alberti, eran enemigos de la patria. Quizá fuesen demonios, a su manera, pero no menos que otros tantos que también mancharon sus manos de sangre. Lo más trascendental de su regreso, aparte de la peluca y la detención, fue que le dejasen hablar y, sobre todo, que él también se sentase a escuchar. Aquel consenso hizo que España se diese la vuelta y dejase atrás la noche para volver a ver el sol. No se trataba de olvidar, ni de perdonar, sino de mirar hacia adelante, y aunque se hicieron mal muchas cosas, las que se hicieron bien fueron tan fructíferas que hoy, gracias a que Carrillo y sus enemigos supieron darse otra oportunidad política, gente como nosotros podemos discernir sobre dioses y demonios sin miedo a terminar con los huesos en una celda de la Dirección General de Seguridad.

La democracia implica que un tipo que fue perseguido durante cuarenta años y al que siempre se le guardó una bala en cada recámara, pueda morir en su cama, a los noventa y siete años, mientras duerme una siesta y después de expresar libremente lo que piensa. No se trata de olvidar, ni de perdonar, sino de mirar hacia adelante. Y hoy se trata de recordar y de agradecer y de homenajear a un hombre que quiso mirar hacia adelante cuando tenía todo el derecho a haber mirado hacia detrás.

No hay comentarios: