jueves, 4 de mayo de 2017

El tío Paco

La muerte es un triste final. Es un puñetero epílogo para una vida que, conscientemente, intentamos disfrutar al máximo más allá de lo que nos permitan nuestras propias posibilidades. Inconscientemente, más allá de nuestros propios límites, vamos dando pasitos de cangrejo hacia ese final que nadie desea y que, siempre, aunque nos pille desnudos y despistados, siempre acaba llegando.

Recuerdo la primera vez que fui consciente de ver mi tío Paco. Es uno de esos momentos que, no se sabe bien por qué, el subconsciente guarda en el cajón abierto de la memoria. Me impactó tanto que se pareciese tanto a mi padre que me causó una gran impresión. El mismo perfil de rostro, la misma estatura y el mismo rictus que ponía mi padre cuando se ponía serio. Y es que el tío Paco era un tipo serio. Pero no en el sentido peyorativo. No era un hombre estúpido, sino que miraba la vida en silencio y se guardaba las sonrisas para quien pudiese merecerlas. Muchas de ellas, aunque concedidas en voz baja, se mostraban en la presencia en cada encuentro en la plaza o tomando alguna cerveza en la barra del bar. Entonces se acercaba y con esa voz tan inconfundible preguntaba siempre por mi padre porque el cariño verdadero, aunque no sea un reflejo en la fachada, queda siempre grabado a fuego en la mirada y en el corazón.

Echaré de menos esos encuentros en El Coto a la hora de las cañas. Esos saludos sinceros, la voz firme y la mirada profunda. Echaré de menos saber que fue uno de esos hombres corajudos a los que el destino deparó una prueba de fuego. Hubo de curtirse como un lobo y hubo de hacerse a sí mismo porque fue preso de una época en la que no regalaban ni el aire. Hijo de su tiempo, se fue convirtiendo en un señor a medida que la vida le fue moldeando. Más allá de los hechos queda el recuerdo. Aún sigo escuchando aquellas historias en las que un niño crecía en un monte y miraba a sus hermanos mientras intentaba llegar a ser como ellos. Mi padre se vio en sus hermanos y ahora que falta uno de ellos va sabiendo que el orgullo, además de un sentimiento, es también una consecuencia.

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