jueves, 17 de junio de 2021

Paz social

Los catalanes se equivocaron en su día. Pero no porque no tengan derecho a reivindicar lo que, por sentimiento, creen que les corresponde, al fin y al cabo el mundo es sólo un lugar dividido por líneas dibujadas por los hombres a los que llamaron fronteras, sino que se equivocaron por seguir ciegamente a unos políticos a los que la cuestión territorial les importaba poco y tan sólo se movían por el fin económico. Y es que ya sabemos lo que importa de verdad. Mientras el estatuto de Zapatero estuvo en vigor, los mandamases de Cataluña callaban como San Pedro y ponían la mano como Judas .Porque más allá del sentimentalismo, existe un interés común que une a todos los españoles, catalanes incluidos, y es el ansia de poder como mecanismo más rápido para acceder al dinero.

Y, claro, sin dinero y sin poder había que hacer una pataleta para que se escuchase en todo el mundo. De repente, cuando no había beneficios fiscales ni desahogo social, lanzaron a las calles a las huestes y se propusieron cantar las cuarenta a un gobierno que, Rajoy mediante, equivocó el tiro y tuvo que aguantar sobre los hombros una culata destruída. Porque lo que fabricó Rajoy no fue una nación indisoluble, sino que forzó el nacimiento de más y más independentistas que veían las actitudes del gobierno como una afrenta contra su pueblo.

La paz social saltó por los aires hace más de un lustro y, desde entonces, con heridas abiertas y enfrentamientos directos, Cataluña se ha convertido en un torpedo contra la línea de flotación de los distintos gobiernos. El Uno de Octubre se convirtió en el paradigma de que todo lo que empieza mal, termina mal. Y es que todos lo hicieron mal. Unos por sacar a la calle unas urnas a modo de provocación, sin vinculación oficial ninguna y con el único ánimo de crear vinculación sentimental. Los otros por no permitir que un pueblo se expresase y responder con golpes a los ímpetus de manifestación. Aquel caldo de cultivo terminó en un guiso mal cocinado y con varios tipos en la cárcel acusados de sedición y un tipo, el que lideró el movimiento, huído de la justicia española y acogido en el extranjero como el cobarde que dejó la misión para salvar su culo.

Estaba claro que el soporte del gobierno de coalición iba a sujetarse en la supeditación a los indultos a los condenados por el procés. Durante el año y medio que ha durado el infierno por la pandemia, el asunto quedó aparcado por ser menor ante la necesidad de paliar el virus, pero, una vez gestionada la pandemia, quedaba el asunto más espinoso de la legislatura, porque la vitalidad de este gobierno depende del tacto con el que trate este asunto de suma importancia.

Porque, más allá de que los condenados mereciesen una sentencia reprobatoria por haber infringido la constitución, no es menos cierto que las penas son desmesuradas y que se deben poner sobre la mesa argumentos sólidos para poder negociar y conceder estos indultos. Y el mayor argumento de todos es la paz social, esa que debe volver a Cataluña con premura porque la independencia unilateral es muy difícil sin violencia en un Estado donde el gobierno central va a negar el derecho de autodeterminación una y otra vez. Y quizá, desde la paz social, y obviando el ruido de los australopithecus de Colón y de los fanáticos de La Rambla, se pueda negociar un nuevo modelo de convivencia.

Porque no se trata de indultar por indultar, se trata de indultar para vivir en paz.

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