miércoles, 16 de noviembre de 2022

Carrera contra el Cáncer

No daba dos duros por mí. De vez en cuando sigo saliendo a correr, es cierto que no lo he dejado del todo, pero hace mucho que no corro cinco kilómetros, habiéndome acomodado a una distancia corta de unos dos kilómetros que suelo culminar con paseo rápido y que no suelo hacer en menos de quince minutos. Lo que se llama un trote cochinero, no nos vamos a engañar. Por eso, cuando me llamó mi hermano y me dijo que nos apuntásemos con ellos a la carrera contra el Cáncer que se iba a correr en mi barrio, de primeras le miré temeroso pero de segundas dije, más cerca no lo vamos a tener y, además, vamos a pasar una buena mañana. Eso, añadido a que me dijo que mucha gente lo haría andando, me hizo envalentonarme y procedí a apuntarme junto a los niños.

Cuando se lo conté a ellos, respondieron con mezcla de ilusión e incertidumbre. Ilusión porque los niños se apuntan a un bombardeo e incertidumbre porque nunca habían corrido una distancia similar, así que llegamos a un acuerdo: empezamos corriendo y, cuando veamos que nos cansamos, nos ponemos a andar. Y así procedimos. La cosa es que yo veía que no se cansaban y seguían y seguían. Ángel tiró hacia adelante y Pablo, más considerado, se quedó conmigo hasta que pudimos alcanzar la meta dados de la mano y sin pararnos ni un sólo momento a caminar. Reto conseguido.

En total hicimos treinta y siete minutos, que viene a ser un trote cochinero mandarín, pero lo importante es que lo hicimos, como diría Dora la Exploradora y que Ángel, que hizo treinta y cuatro, nos esperó impaciente en la meta junto a la alcaldesa. Todo el orgullo se fue por la alcantarilla cuando, tras saludarla, me dijo aquello de: ¿Treinta y siente minutos? No está mal para un dominguero.

Pues sí, un dominguero, pero feliz.

No hay comentarios: