jueves, 27 de noviembre de 2014

Injusticias cotidianas

El día a día, la rutina, el codo con codo, las horas laborales terminan concediendo amigos y regalando buenas amistades. En otros casos son buenos afectos, pero son sentimientos de afinidad que se terminan arraigando por la mera inercia del compañerismo. La gente nociva, esos que se empeñan en hacer de tus días un lugar oscuro, son los verdaderos enemigos de la felicidad. Uno tiene que buscarse el pan lejos de casa y aún sigue habiendo gente que te hace creer que ese pan debe convertirse en lamento lastimero por el resto de tus días. El ego contra el compromiso.

El problema de confundir productividad con coste y eficencia con eficacia es que terminan confundiéndose las prioridades tras el balance de cuentas. En el momento en el que un empleado es considerando como un coste indirecto, entramos en un problema donde la injusticia termina primando sobre la necesidad. Los compañeros salen por la puerta sin merecerlo y a ti se te va quedando cara de susto, más que nada, porque nada te hace pensar que, visto el proceso de desalojo, no te toque a ti ser el siguiente.

Son los daños colaterales de la sociedad que, queriendo o no, hemos terminado por construir entre todos. La política del miedo prima sobre la política de productividad. La amenzana y la espada de Damocles siempre sobre la cabeza. Y al mínimo error a la calle. Y en algunos casos, sin cometer error. Simplemente porque te consideran un puñetero coste indirecto. Y lo peor de todo es que te dicen que no te puedes quejar. Faltaría más.

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