jueves, 27 de noviembre de 2014

Injusticias cotidianas

El día a día, la rutina, el codo con codo, las horas laborales terminan concediendo amigos y regalando buenas amistades. En otros casos son buenos afectos, pero son sentimientos de afinidad que se terminan arraigando por la mera inercia del compañerismo. La gente nociva, esos que se empeñan en hacer de tus días un lugar oscuro, son los verdaderos enemigos de la felicidad. Uno tiene que buscarse el pan lejos de casa y aún sigue habiendo gente que te hace creer que ese pan debe convertirse en lamento lastimero por el resto de tus días. El ego contra el compromiso.

El problema de confundir productividad con coste y eficencia con eficacia es que terminan confundiéndose las prioridades tras el balance de cuentas. En el momento en el que un empleado es considerando como un coste indirecto, entramos en un problema donde la injusticia termina primando sobre la necesidad. Los compañeros salen por la puerta sin merecerlo y a ti se te va quedando cara de susto, más que nada, porque nada te hace pensar que, visto el proceso de desalojo, no te toque a ti ser el siguiente.

Son los daños colaterales de la sociedad que, queriendo o no, hemos terminado por construir entre todos. La política del miedo prima sobre la política de productividad. La amenzana y la espada de Damocles siempre sobre la cabeza. Y al mínimo error a la calle. Y en algunos casos, sin cometer error. Simplemente porque te consideran un puñetero coste indirecto. Y lo peor de todo es que te dicen que no te puedes quejar. Faltaría más.

lunes, 17 de noviembre de 2014

El avestruz

El avestruz baja la cabeza a ras de suelo para pasar desapercibido en caso de peligro. Es por ello que cuando alguien suele evitar una responsabilidad, se le suele comparar con el ave más grande del planeta y hacerle saber que sus silencios incómodos y sus idas y venidas por las ramas pueden estar muy bien para él, pero que el ser humano carece de alas, patas extremadamente largas y cuello de tubo. Vamos, que no somos avestruces para bajar la cabeza y quedar como un cobarde ante la verdad.

La técnica del gobierno de España es la misma que se hace llamar "del avestruz"; agachar la cabeza, guardar silencio y dejar que los problemas pasen de largo. El tiempo, creerán ellos, terminará curando las heridas con una dosis de olvido. Y las mentiras volverán a forjar un mito que ya no se sostiene. Lo peor de todo es que este pueblo necio en el que crecemos siempre termina creyendose aunque su demoledor poder destructivo termine cayendo siempre sobre las mismas cabezas.

Cuando los problemas económicos del país se deben a la herencia recibida, los problemas de ausencia de fé patria se deben al terrorismo y la desinformación, los problemas epidémicos se deben a los enfermos, los accidentes ferroviarios son culpa del conductor y los corruptos afines al partido son aquellas personas de las que usted me habla, queda en evidencia la carencia de valor y aplomo de quien debe coger el toro por los cuernos. Un buen presidente no promete mentiras, un buen presidente viaja a Cataluña para conocer el problema de primera mano y viaja al País Vasco para hacer de interlocutor directo con los disidentes, un buen presidente prescinde de su ministra de Sanidad cuando falla la cadena de protocolos sanitarios, un buen presidente busca soluciones ante los errores, un buen presidente se desmarca directamente de las manzanas podridas de su partido y si no le fuese posible evitar que los indicios le señalasen, un buen presidente se marcharía inmediatamente.

Los cobardes, como el avestruz, agachan la cabeza, guardan silencio y dejan que los problemas pasen de largo.