jueves, 12 de diciembre de 2019

Preso de su discurso

Nada peor en política que andar con pies de plomo porque cada paso que avanzas es un terremoto para los más asustados y un salto hacia atrás para los más viperinos. La derecha, desde la oposición, ha realizado siempre un papel censurador de todo, de agitador de masas que, generalmente, le ha regalado rédito y ventaja. Es una clase política que se siente cómoda en la confrontación.

En la confrontación de hoy gana el independentismo. Porque interesa asustar, hacer ruido, mitigar la derrota echando en cara a otro sus posibles errores. Igual que aquella oposición chabacana liderada por Acebes y Zaplana en la que se apuntaban a cualquier sarao organizado por la Iglesia y la extrema derecha, hoy son las Cayetanas y los Teodoros de turno los que saltan a la palestra para decirnos a todos que viene el coco.

El problema hoy, para ellos, es que también deben andar con pies de plomo. Azuzados por la derecha por las huestes de Abascal, dudan entre entregarse a la barbarie y ganar electorado a base de arrebatos o distanciarse y perder electorado a base de ambigüedades. Por eso le afean al presidente sus negociaciones pero no terminan de tender la mano a aquellos que han venido para quedarse con sus sillones.

Y el presidente, mientras tanto, asustado por la posibilidad de verse condenado por la opinión y, sobre todo, asustado ante la posibilidad de verse abocado a unas terceras elecciones donde lo perdería todo, nada entre dos aguas concediendo palabras a uno y tendiendo la mano a otros. Temeroso por tener que dar la razón a los depredadores, concede medias palabras y trata de evitar sometimientos. Pero, temeroso, más que nada, a caer derrotado por ellos, sabe que no tiene más remedio que escuchar a los que han de apoyarle y darles alguna discusión.

Preso de su discurso, del que le aprieta y del que le ahoga, el presidente vive ajeno a la realidad y ajeno, sobre todo, a aquellos que le piden una negociación acorde a las necesidades del país y no a las necesidades de sus enemigos. Porque nada hace perder más apoyo que la duda y nada hace ganar más afección que el poder de decisión.

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