martes, 7 de abril de 2020

Pasar por encima de los muertos

Lo hicieron con el terrorismo de ETA cuando la economía les impedía hacer oposición y necesitaron tirar de demagogia para chantajear emocionalmente a una población fácilmente manejable. Se apropiaron de los muertos, los sumaron a una lista y les hicieron creer al mundo que sólo a ellos les importaban y que el resto de partidos políticos escupían en su memoria. Era una manera ruín de politizar un drama por el que todos habíamos sufrido durante décadas.

Lo hicieron con el terrorismo islamista cuando, por el ansia de conservar el poder, volvieron a sacar a ETA a la palestra para contarnos una mentira y lograr que el pueblo prendiese en lágrimas y les volviese a refutar su confianza. Les dio igual mentir, les dio igual seguir hacia adelante, les dio igual ser cabezotas y fabricar teorías de la conspiración. Era una manera soez de mantenerse en el poder porque el poder les hacía ricos e influyentes.

Lo hicieron con el YAK-42, donde no les importó jugar con el dolor de las familias con tal de no reconocer errores. El accidente fue una tragedia pero lo realmente trágico fue comprobar como las familias no pudieron velar a sus muertos y si lo hicieron fue a cuerpos ajenos porque nadie en el poder fue capaz de reconocer que la habían cagado desde el principio. Engañaron con los informes, con los cuerpos, con los pésames. Era una manera cruel de hacerse valer porque para ellos no existen más verdades que las que ellos se fabrican.

Lo hicieron con los accidentes de ferrocarril donde, antes de reconocer que no habían pulido las infraestructuras, que quizá deberían haber advertido y que hubiese sido más sensato dar circulares preventivas que pésames austeros, dejaron que todas las culpas corriesen contra los conductores y Valencia y Santiago se convirtiesen en la fosa común de gente sin conciencia. Era una manera sibilina de perpetuarse en la cima, porque para ellos bajar es un verbo que no se conjuga.

Y lo hacen ahora, con trece mil muertos en la mesa, con trece mil familias partidas por la mitad, con un enemigo desconocido atacando a los estados en todos sus frentes, con la economía en peligro de derrumbarse, con una tragedia como no se había conocido desde que las guerras asolaron el continente. Porque ellos no tienen conciencia, ni sienten dolor, sin parecen tener empatía. Y si algo tienen, es carroñerismo. Así son. Nunca decepcionan.

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