jueves, 24 de septiembre de 2020

Ley de vida

Nos remiten a la ley de la vida cada vez que los años hacen mella en alguno de nuestros seres queridos y

se presentan las dificultades en forma de enfermedad o entorpecimiento. Cuando van cayendo, poco a poco, en el pozo de la inutilidad, es cuando haces inventario de los momentos vividos con ellos y te invade la tristeza de lo irremediable. Porque la vida tiene su ley y el tiempo tiene una que es irreversible; lo que ya has vivido no lo volverás a vivir.

Cuando uno ha tenido una infancia trufada de seres queridos de todas las características, termina haciendo de su conocimiento un collage de frases, momentos y actuaciones. Mi infancia transcurrió en las casas del rellano de la segunda planta, transcurrió en un descampado frente a mi portal, transcurrió bebiendo fantas en la mesa del bar Rochano. Allí, siempre, había gente dispuesta a echarte una mano, a darte un bocadillo a media tarde, un pase de gol o una moneda de cinco duros para que echases una partida en la máquina recreativa.

La vida, con sus leyes tan caprichosas, consigue el tiempo termine borrando los instantes y dejándonos los recuerdos. Toda esa gente que me dio cariño son hoy adultos de vida ajetreada o proyectos de ancianos con vidas complicadas. Porque cuando la enfermedad aparece y llega la recapacitación, es cuando somos conscientes de que nada es eterno y todo es simplemente sustancial, aunque efímero. Te embarga la tristeza y te invade la preocupación. Cruzas los dedos y piensas en lo que te perdiste mientras rezas, a quien sea, que aún te quede algún minuto por ganar.

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