viernes, 18 de septiembre de 2020

Ni las gracias

Sagrario trabajó como siempre, lloró como nunca, se dejó la piel, el alma y la cabeza entre pasillos y

habitaciones tratando de aportar su grano de arena para paliar el dolor de aquellos ancianos y viendo como se morían mientras le susurraban que no se querían morir. Trabajó enfundada en cuatro capas, sudando como un animal, regresando a casa para desgastarse la piel bajo la ducha, para no poder besar a sus hijos, para no querer hablar de todo lo que estaba pasando mientras la tristeza arrasaba con todo su interior.

Durante la primera ola de la pandemia murieron cincuenta y tres residentes, cincuenta y tres personas con su pasado, con su dignidad, con sus familias deseando saber noticias y recibiendo la más dolorosa mientras les advertían que les guardasen en el recuerdo porque no se podían despedir de ellos. Y Sagrario detrás del teléfono una noche tras otra, en el túmulo una noche tras otra, en las habitaciones una noche tras otra. Informando a los familiares del fallecimiento, amortajando ancianos que se hacinaban como perros abandonados en improvisadas salas mortuorias, administrando medicinas mientras le tosían en la cara y sin torcer el gesto porque aquellos que estaban ante sus últimos minutos merecían el trato que se habían ganado a pulso durante toda su vida.

Y ahora, tres meses después de que terminase el infierno que supuso la primera ola, les dicen que van a reducir personal, que, como ocurrió la otra vez, no tienen pensamiento de prevenirse por si esta segunda ola se vuelve a cebar sobre las residencias, que como hay menos ancianos y tienen habitaciones cerradas, tienen que desprenderse de gente porque, claro, para qué prever que esas habitaciones volverán a llenarse y para qué dar las gracias a las trabajadoras por los servicios prestados.

Es el ciclo del que se nutre la relación empresario trabajador en nuestro país. Te contrato, te formo y, aunque puedo tener previsión de crecimiento en un futuro, mientras el presente no sea halagüeño, te despido para, más tarde, volver a contratar a otra persona, seguramente por un precio más barato, a la que tendré que volver a formar y, seguramente, volver a despedir.

El ciclo sin fin que les mueve a todos.

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