miércoles, 3 de febrero de 2010

La recompensa

Ayer mi padre cumplió sesenta y tres años. Como tantos y tantos niños que nacieron en el interior de una España de postguerra, le tocó vivir años de hambre y necesidades. Durante muchos veranos no tuvo ni para tener unas sandalias. Se agarró a un trillo con siete años después de quedar huérfano de padre y trabajó en el monte con los carboneros hasta que a los dieciocho dijo "basta" y se vino a Madrid, solo y con los bolsillos vacíos.

Desde los veintiuno lleva trabajando de obra en obra, partiéndose el pecho, el alma y la espalda para que cada uno de nosotros tuviésemos siempre un plato de comida caliente en la mesa. Ahora cumple sesenta y tres y le agarra el paro, la crisis y la necesidad.

Esa es su recompensa por tantos años de esfuerzo. Una pensión de mala muerte y la sensación de que todo lo que ha hecho no le sirve para nada.

En realidad tiene otra recompensa. Ayer, como todos los años, su mujer, sus hijos y sus nueras se sentaron alrededor de una mesa para cantarle el cumpleaños feliz. El dinero ayuda, pero quien realmente hace la felicidad es la familia. Tanto trabajo sí ha merecido la pena, ahora es un hombre admirado y eso no lo consigue mucha gente.

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